La película dirigida por César Galindo fue vista por más de 40 mil espectadores y se espera éxito de público en La fiesta del cine, conformada por las salas comerciales y el ciclo de cine peruano del Centro Cultural la Católica.

Lo bueno se hace esperar
Un largometraje que ha sufrido demoras en su pre-producción y en su fecha de estreno por pandemia deja claro, una espera difícil de afrontar para un público cambiante y acomplejado por el consumo en exceso de las plataformas y que exige un cine de historias reales, emotivas y bien contadas. Quizás aquí las palabras no sean necesarias, ya que la película resultó ganadora de los fondos del Ministerio de Cultura para la realización de producciones en lenguas originarias – donde el quechua en este caso, y perdidos en la traducción – nos conquista con su belleza y mirada actoral consagrando una gran apuesta visual.
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El cine y el pueblo
Cuando la identidad es parte del argumento de la película, Galindo toma referencias del largometraje italiano «Cinema Paradiso» de Giuseppe Tornatore, en la que el séptimo arte es un agente transformador en la vida de una sociedad y aporta valor a la comunidad. La historia es protagonizada por un niño Sistu, interpretada por Víctor Acurio, quien descubre en un cine itinerante una magia que lo inquieta y lo apasiona como escape de su rutina rural y escolar.
Su ausencia causa una gran conmoción dentro de la comunidad ya que, debido a su contacto con el mundo cinematográfico, sufre un cambio de personalidad que los sorprende por su imaginación y alegría. La nuevas habilidades de Sistu lo conectan con la idea de que el arte está en pueblo y que, para conseguirlo, debe llegar hasta la ciudad.
Una narrativa visual acompaña este camino que combina grandes planos que integran a los personajes al ritmo del viento; una naturaleza que se empalma perfecto con la fotografía, y una mirada muy poetica sobre un Cusco rural desde la cámara de Franco Bernasconi Viale, orientado por Galindo y su arquitectura cinematográfica de paisajes.

Perdidos en la traducción
Un desarrollo de guión que nos aleja del drama social para entrar en una comedia inquieta, con un lenguaje propio dentro de un metarelato del «cine dentro del cine», con una interpretación de un niño actor que toma el juego como forma lúdica para tranferir su mensaje a la comunidad y lograr conectarlos con otros pensamientos y creencias. Entre las resistencias, y las desciciones por mayoría, la comunidad decide asistir a una función, pero al no comprender el doblaje del español, insisten en que Sistu debe darles el consuelo de traducir el mensaje.
El conflicto del protagonista comienza cuando su personalidad cambia, y se empodera al observar películas de karate y terror en español, de las que reconoce que la posibilidad de manejar ambas lenguas (español y quechua) lo hacen un representante importante para el desarrollo de la comunidad. Asimimsmo, la película plantea la inocencia y las creencias como entusiasmo para generar un ritmo de comedia elegante, donde la identidad es lo más entrañable del pueblo. De esta manera, una de las escenas más memorables es la del ingreso al cine desde el trueque, donde toda la comunidad resignifica un valor importante que demuestra la importancia del intercambio.
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Actores no actores

Una película con una gran elenco, en la que se destaca el actor Bernando Rosado, quien interpreta al proyeccionista que levanta este largometraje del drama a la comedia, en una sola mirada. Estupendo trabajo de actores no profesionales en las zonas de Cusco y Maras, en las que es plausible el entrenamiento actoral a niños y niñas no actores que contemplan las grandes actuaciones de todo el elenco: Hermelinda Luján (Mamá Simona), Melisa Álvarez (Lucicha), Alder Yauricasa (Florencio), Cosme Flores (Rolín), y Juan Ubaldo Huamán. En resumen, “Willaq Pirqa – El cine de mi pueblo” es la mirada de un niño sobre la vida y de un cine que algun día dejara de existir, o seguirá con vida contando ficciones y realidad.
El cine, como un arte que crea y libera, que lo guía a Sistu y lo hace volar como las aves de la sierra; ante las historias del pasado y la memoria del presente. Una pantalla que se proyecta bajo la luz de la luna de los andes desde un guiño que sólo César Galindo la sabe contar.