Con los negocios cerrados a raíz de la expansión del mortal virus respiratorio conocido como covid-19, Pedro Ponce, fundador de Librería Rocinante, narra la incertidumbre que atraviesa el futuro de las librerías independientes en el Perú.
Quijotesco, dícese de aquel que actúa con quijotería. Dícese del intento de una persona por hacer cosas imposibles para defender sus creencias e ideales. Y es que, en una realidad percibida como vulgar y corriente, ante lo normal y anodino, el entrañable personaje de Cervantes Don Quijote de la Mancha se imagina un mundo ideal y caballeresco, sublimado por sus valores de belleza y heroísmo. Hoy, Pedro Ponce sabe bien que quijotesco es el término que puede recibir convertirse en dueño de una librería independiente y gestor cultural en un Perú como el nuestro. Un país en donde, según la Cámara Peruana del Libro (CPL), el mercado editorial mueve un aproximado de 600 millones de soles al año, pero que, por otro lado, carece de una desarrollada industria nacional. Las cifras lo demuestran y, en el 2016, se exportaron US$22.3 millones. Sin embargo, las importaciones superaban los US$69.3 millones. Aquello pone en un constante riesgo la supervivencia de pequeñas librerías independientes como la de Pedro. Más aún cuando se enfrentan a grandes cadenas de distribución.
“Los libreros estamos luchando contra molinos de viento, desde que decidimos seguir éste camino y nos declaramos benditamente locos. Benditamente locos (…) endeudados hasta las chanclas”, posteó en sus redes sociales el librero nacional aquella mañana del 23 de abril para felicitar y dar ánimos a sus colegas en el Día Internacional del Libro. Ánimos que él mismo necesita, porque el panorama para las librerías independientes del país se torna difícil ahora que llevan más de dos meses y, posiblemente otros dos más, sin poder abrir sus puertas debido al decreto de aislamiento social. Aquel Día del Libro no se vendió ni un solo ejemplar en las librerías. Y Pedro no pudo emocionarse como lo hacía cada mañana al abrir el negocio que una vez solo existió en su imaginación: Librería Rocinante.
Librería Rocinante está ubicada en el Jr. Rufino Torrico 899, en el corazón de Lima, y hace a todo aquel transeúnte evocar al legendario caballo al cual Don Quijote tardó cuatro días en nombrar. “Significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo», escribe Cervantes. Para Pedro, aquel proyecto es el fiel compañero con el cual se abre paso entre aquellos gigantes como Crisol, SBS e Íbero en una lucha por impulsar la literatura peruana no comercial. Sin embargo, en el actual marco de pandemia, su futuro es incierto. “Si tú no perteneces a una cadena grande estás básicamente condenado a desaparecer”, comenta Pedro. Su sentencia se debe a las resoluciones ministeriales N° 137-2020 y N° 138-2020, publicadas a comienzos de mayo en El Peruano, a través de las cuales el Ministerio de la Producción da a conocer los lineamientos que deben cumplir las empresas para reiniciar sus actividades por e-commerce. El gobierno pide una facturación de ventas anuales por montos iguales o mayores a los S/ 3 millones en el 2019; así como un mínimo de dos locales y un protocolo que costaría entre 1000 y 1500 soles implementar. Requisitos que la mayoría de negocios pequeños e independientes no cumplen. “Exigen seguros para los trabajadores y bastantes cosas que una librería pequeña no podría hacerlo o podría, pero amenazaría su poco presupuesto”, dice con tristeza el librero.
La situación para las librerías independientes empeora, pues la esperada Feria Internacional del Libro no podrá realizarse presencialmente y Willy del Pozo, representante de la Cámara Peruana del Libro, anunció su traslado al espacio virtual. Pedro cuenta que la realidad de muchas librerías independientes como la suya es que estos 15 días de ventas en la feria de libros más grande del país representan del 60% al 70% de ingresos anuales. El año pasado la FIL Lima batió su record y superó los 20 millones de soles en ventas. “Eso te dice dos cosas una que la feria es un éxito, pero también de que la estructura y organización de la venta de libros en Perú es terrible. No puedes esperanzar toda tu producción del año en 15 días”, comenta el dueño de Librería Rocinante, evidenciando el problema en la estructura de ventas de libros en el Perú.
A pesar de la cancelación del evento literario, Pedro Ponce prepara desde su casa un catálogo virtual que compartirá a través de sus redes cuando esté listo. Además, espera con ansias que este 15 de julio su negocio se sume a la lista de comercios que emplean e-commerce. Por ahora, comenta que está reservando libros a pedido para próxima entrega. No obstante, le preocupa que el Ministerio de Salud, en conjunto con el Ministerio de Cultura, no contemple un protocolo específico para la entrega de libros. Así, el gestor cultural tiene presente que el papel y cartón puede albergar al coronavirus por un lapso de hasta 24 horas. “Es complicado porque muchísimos libreros queremos atender, pero también somos conscientes del peligro que corremos tanto los compradores como los vendedores”, afirma. Pedro sabe que la situación es difícil. Más aún para sus compañeros informales que no pueden acceder a las líneas de crédito que brinda el Estado debido a que aquella ayuda económica se dará en base a la décima parte de lo declarado en ventas el año anterior.
Para Pedro, el trabajo del librero requiere investigar y estar al tanto de todas las tendencias nuevas a nivel literario, entender cómo se mueve la crítica peruana en general, los grupos que se reúnen, los cenáculos y los cánones. Sin embargo, resalta que su trabajo los obliga a ser lo más permeable posible con respecto a las tendencias. “Lo único que ofrecemos al público es la mayor variedad posible para que puedan elegir ellos mismos, porque al final el libro mismo se impone a las críticas”, afirma y explica que ahí, en el criterio de la exposición del catálogo, recae la importancia de un librero nacional. Ponce argumenta que en las grandes cadenas venden lo que el distribuidor ha importado y lo que conviene vender, pero el librero independiente no tiene compromisos con grandes distribuidores, por eso su papel es más formativo, educativo y en compromiso con la calidad del libro que vende. “Vender libros como negocio no es precisamente el mejor, pero dedicarse otra cosa en mi caso no tiene mucho sentido. Hay una frase maravillosa que dice que el que se dedica a un oficio que no ama, aunque trabaje todo el día va a ser un desocupado”, palabras que traslucen la verdadera pasión de los libreros nacionales.
Uno de los sueños de Pedro, desde hace años, es la posibilidad de poder convertir a Rocinante en una editorial. Cuando le pregunto por algunos de sus mayores deseos “editar, editar, editar, editar, editar”, repite convencido. “Definitivamente, el hecho de que casi todos los autores latinoamericanos lo leamos en editoriales españolas es terrible”, afirma. Así, lamenta que todos los libros de autores del conocido Boom latinoamericano tengan que venir de barcos de España. Aunque reconoce que por derechos de autor probablemente sea más rentable para el escritor, también cree en la importancia de desarrollar una industria nacional de editores que incentive una mayor difusión de la literatura peruana. “Ese sería el punto en el que podríamos decir mira este autor, este premio Copé, este Premio Nacional de Poesía ha editado sus libros en editoriales peruanas”, comenta. Sin embargo, Ponce revienta la burbuja de romanticismo en la que nos hemos sumergido y señala que lo que toca por el momento es tratar de que su barquito no se hunda. “Ya pensaremos en un determinado momento a qué otros puertos arribar; pero tal y como estamos con la librería cerrada durante dos meses y con la posibilidad de cerrar dos meses más, como diría Calderón de La Barca, los sueños, sueños son” y con esas palabras volvemos a una realidad en la cual el aislamiento social por un coronavirus, que ya tiene 76 306 casos positivos confirmados y que ha cobrado la vida de 2 169 personas hasta el momento, no permite que esta conversación se dé personalmente.
Pero el entrañable Pedro no se arrepiente de todos sus años dedicado al negocio de la cultura. Aunque confiesa que por momentos piensa que se encontraría mejor vendiendo en Gamarra con un capital más grande y mayores posibilidades de desarrollo. Aun así, sabe que nada se compara a la satisfacción de poder darle un mejor precio o una mejor calidad a un estudiante. Tampoco a la alegría de que aquel joven, que ingresaba tímido a comprar libros, cuatro años después, resulte ganador del premio Copé. Ni a la emoción de que aquel cachimbo que pagaba con los céntimos ahorrados se encuentre realizando su tesis valiéndose de los libros que Pedro le pudo conseguir. “Es una cuestión envidiable porque al final, como lo decía un amigo, uno trasciende por los demás”, afirma el hombre. Hoy, el futuro es incierto para los libreros independientes de todo el país, pero Pedro Ponce tiene a su adorada Librería Rocinante con la está dispuesto a enfrentar, como aquel recordado personaje del libro de Cervantes, aún el panorama más quijotesco. Por eso, a sus colegas libreros los insta a pedir al gobierno facilidades y flexibilización tributaria, créditos blandos en tiempo e intereses, fomento de programas de lectura, apoyo técnico y capacitación para continuar su labor en todo el país. Porque dice: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Escribe: Fiorella Gallardo