Muchos años antes de convertirse en ese personaje tan vilipendiado e idolatrado, la claridad de los muebles alumbraba la casona cercana al parisino Boulevard Raspail, primer hogar de Simone de Beauvoir en París. A 35 años de su partida, en una realidad que se antoja atemporal, recordar su trabajo se hace cada vez más necesario y urgente.
Sesenta y siete años han pasado desde la primera vez que se publicó en castellano El segundo sexo. Dos tomos, 1000 páginas. Una edición que aparece en Buenos Aires en el año 1954 con la Editorial Psique. Primera versión en nuestra lengua del libro que convirtió a Simone en «una de las escritoras y pensadoras esenciales cuando de lucha por la igualdad de las mujeres se habla».
«Uno no puede hacerse a la idea de que las demás personas son conciencias que se sienten por dentro como se siente uno mismo (…) Cuando uno entrevé eso, me parece que es aterrorizador: uno tiene la impresión de no ser más que una imagen en la cabeza de algún otro. Pero eso no ocurre casi nunca, y nunca por completo».
Escribiría Beauvoir en La invitada, su primera novela. Con sus propias particularidades, su obra siempre estuvo de la mano de la filosofía y la literatura: como propuesta y apuesta por superar o sobrepasar los límites de una u otra.
Su escritura: un puente entre la literatura y la filosofía
Confrontada toda su vida a estas dos pasiones, encontró a través de su producción escritural formas de conciliación, de desdibujar muros; pero, sobre todo, una forma de hacerse oír.
Con una prosa desenfadada y directa, narró los mundos que habitó fiel a su espíritu. Las bocas inútiles, La mujer rota y la célebre Los mandarines son algunas de las obras que componen su trabajo narrativo, y que la recuerdan como una de las figuras centrales del mundo literario de la primera mitad del siglo XX.
Con El segundo sexo se convierte por su puño y letra en la expresión de un cuerpo, de varios cuerpos que son uno. Es este libro una cartografía filosófica y, por tanto, una teoría de la subordinación de las mujeres, tanto a nivel social como individual.
Su obra significó un importante dislocamiento desde la escritura de la visión masculina para siempre. La acción de escribir como un lugar para pensar y articular con esa lucidez que exige una actividad furiosa. El suyo es un acto de lucha, de entendimiento, una escritura en voz alta.