En medio de una ola de fact-checking durante la segunda vuelta de las elecciones de Perú, las acusaciones de fraude quedaron, como se dice en buen peruano, como un «chancay de a 20» al lado de la noticia de un supuesto seguidor de Pedro Castillo asesinado. El candidato presidencial Pedro Castillo lo llamó «héroe de la democracia», e inclusive fue a su velorio para coronar el montaje. De inmediato, secundaron su show mediático aquellos que aplauden su virtual triunfo en las urnas; sin embargo, no contaron con que serían desmentidos por los deudos del fallecido, a quienes maltrataron usando a su familiar como un instrumento de victimización política.
Acto seguido vino otra ola, la de las rectificaciones de todos los que compartieron las fake news creadas por Perú Libre, organización política liderada por el docente chotano. El presunto asesinado en realidad había sido una víctima de la cirrosis dentro de un hospital, y no de una pelea contra los simpatizantes de Keiko Fujimori. Quienes mintieron ofrecieron disculpas públicas, pero Castillo fue la excepción. El señor, que con anterioridad se había autoproclamado ganador de los comicios de este año, ya se siente omnipotente y no duda en comportarse de tal modo. Pudo haber cometido un error como cualquiera; mas al no enmendarlo, queda la sospecha de que tenía conocimiento y formó parte del alicaído teatrito armado por el perulibrismo.
Con estos antecedentes mitomaniacos, ¿cómo podemos creer que Pedro Castillo desconocía de Los Dinámicos del Centro y el financiamiento ilegal de su campaña electoral?, ¿estamos seguros de que siendo presidente no obstruirá a la justicia para salvar su pellejo y el de su gobierno?, ¿le creemos cuando se desdice y afirma que no cerrará el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y otras instituciones?, ¿debiéramos confiar ciegamente en que no prohibirá las importaciones y no expropiará?, ¿hay garantías de que no meterá al caballazo su asamblea constituyente para hacer una Constitución a la medida de sus intereses? La verdad es que si fueron capaces de mentir descaradamente y usar a un fallecido, Castillo y compañía son capaces de todo.