La pandemia ha ocasionado que los diversos sectores de la sociedad busquen nuevos modos para subsistir y mantener su permanencia en el mundo. Hemos visto a lo largo de estos días cómo innumerables propuestas se han puesto en marcha para sopesar las consecuencias dejadas por el COVID-19. Ya pronto a concluir la etapa de cuarentena -esperemos que sea así- no quería perder la oportunidad de reconocer todo el trabajo que ha realizado la Iglesia Católica con el fin de brindar atención, auxilio y ayuda espiritual para fieles y no creyentes.
Los que profesamos la fe católica, somos conscientes del gran golpe que ha supuesto el haber abandonado la celebración de la Misa, las reuniones de formación y diversas actividades a las que hemos estado acostumbrados. En un tiempo como este, donde parecía que la esperanza se nos iba de las manos y que necesitábamos más que nunca de nuestra conexión con lo divino, la experiencia de alejarnos de nuestros templos supuso un suceso doloroso.
En reiteradas ocasiones se ha acusado a la Iglesia de ser una institución retrograda o perdida en el tiempo, incapaz de adecuarse a los modos actuales o a los sistemas cibernéticos de moda. Hoy, luego de haber atravesado estos días con los templos cerrados, la Iglesia ha demostrado que es capaz de estar allí donde se encuentren sus fieles, animando, acogiendo y dando un mensaje de esperanza.
Durante la etapa de asilamiento obligatorio, los fieles católicos no han quedado desatendidos. Por el contrario, han sido sorprendidos por sus párrocos, quienes se han inmerso en las diversas redes sociales para seguir asistiendo espiritualmente a todo aquel que se haya encontrado necesitado de un consuelo divino.
La celebración de la Misa, por ejemplo, ha sido trasmitida por diversas plataformas virtuales. Y, a pesar de la dispensa del precepto dominical dada por la Conferencia Episcopal Peruana, han sido innumerables los fieles que se han conectado diariamente para oír la Palabra de Dios. YouTube no ha sido ajeno a este fenómeno cristiano, muchos sacerdotes se han servido de esta red de videos para transmitir vía streaming la Santa Eucaristía, mientras otros lo han usado para compartir prédicas, charlas y conferencias. Y no podemos dejar de hablar de los sacerdotes más jóvenes, quienes han invadido Tiktok e Instagram con mensajes divertidos de amor y esperanza en este tiempo de crisis. Las reuniones parroquiales y la catequesis, trasladadas a Zoom o Meet, nos hablan de una Iglesia sin fronteras, que es capaz de vencer las adversidades con el único objetivo de no perder de vista a Dios. Una Iglesia que sale a la búsqueda de sus fieles.
He de reconocer que, en otras circunstancias, me hubiera sentido sorprendido de ver a los sacerdotes en estas facetas. Pero, por el contrario, me he sentido conmovido con cada uno de sus gestos y esfuerzos para mantener a la Iglesia en camino. Durante estos días, las redes sociales se han convertido en nuestros salones parroquiales.
Por otro lado, también es oportunidad de reconocer a aquellos sacerdotes, que -cuál mártires- se han lanzado al peligro del contagio. Hemos visto en las noticias a sacerdotes organizando campañas de ayuda, preparando canastas de alimentos e, incluso, a alguno por ahí, inaugurar una planta de oxígeno. La Iglesia no ha olvidado en este tiempo que vive para la caridad y para cumplir el mandamiento dado por Jesucristo: “ámense los unos a los otros”. No han faltado los sacerdotes que se han remangado la sotana para poder alcanzar una mano con alimentos al más necesitado. O religiosas confeccionando mascarillas para las personas de las calles.
Sin embargo, más allá de las actividades de evangelización y caridad que la Iglesia ha realizado, quienes practicamos el catolicismo somos conscientes de la supremacía de la vida sacramental. La necesidad de la comunión no ha pasado desapercibida para los fieles. La Iglesia vive de la Eucaristía y para distribuir la Eucaristía. Por ello, quiero brindar un homenaje a aquellos sacerdotes que, sin importar la enfermedad, han salido a los hospitales a brindar consuelo a los agonizantes o a impartir la santa unción a los enfermos. No han faltado quienes se las han ingeniado, incluso, para dar la comunión a las almas atormentadas y necesitadas de Dios en medio de este tiempo de temor y ansiedad.
Un aplauso para todos ellos, quienes estuvieron al frente y quienes estuvieron tras una pantalla. Unos y otros, han contribuido a mantener viva la fe de los cristianos. Y junto a ello, mi aprecio a todos los laicos que han contribuido a esta labor. Nos han mostrado una Iglesia que se une, que trabaja, que no olvida nunca su misión.
Pido perdón a los no creyentes, por haber dedicado mi columna de esta semana a mi familia, pero no podía dejar de agradecerles lo bien que me han hecho en este tiempo. Y quiero decirles algo más: Sé que ha sido difícil, nos ha costado no recibir los sacramentos. Hemos vivido anhelando todo este tiempo volver a elevar nuestra oración en un templo, pero también hemos comprendido que cada uno de nosotros somos Casa de Dios. Los templos han estado cerrados, pero la Iglesia no. La Iglesia somos todos nosotros. Ánimo. Volveremos. Nos volveremos a encontrar pronto, en la misa del domingo.