Es un tributo de la libertad el obrar en consonancia con el conocer, pero la responsabilidad tiene que morigerar la tentación de convertir ‘mi realidad’ en una suerte de ‘ley’ o ‘costumbre’ obligatoria. En esta línea, es lícito que el Estado presente y sustente su visión acerca de la realidad pero es arbitrario que la quiera imponer basado en la fuerza del poder o de la presión mediática. No siempre son ideas las que busca introducir forzosamente en las diversas instancias sociales. Ocurre a veces que desde el poder público -con buena intención, no me cabe duda- se pretende extinguir definitivamente algunas conductas cuestionables desde el punto de vista ético y moral, sin reparar en los daños colaterales que se originan: a) se atropella o desconoce la realidad; b) se afectan los principios fundamentales de la persona, y como consecuencia, se impone una antropología alternativa o una nueva visión del ser humano en el intento de extinguir una determinada conducta.
Sea de un modo u otro lo que importa es formalizar y extender la nueva antropología de manera que se arraigue y se legitime socialmente. Esa finalidad encontrará cauce en la escuela que representa un eficaz medio para la difusión de ideas a través de los planes de estudio, de su cultura y de sus actividades…obviamente, siempre y cuando se consiga ‘elevar a la categoría de política nacional’ esa nueva visión; de lo contrario, sería inviable conseguir el agazapado propósito de generar un pensamiento único.
Si se ‘enseña’ en las escuelas como axiomas conceptos sin arraigo ni conexión con la realidad, la docencia se tornaría ideológica y al extremo autorreferencial. La primacía del querer sobre la razón, de la subjetividad sobre la objetividad, del capricho sobre el ‘deber ser’, del individualismo sobre la solidaridad, de la palabra sobre la realidad… son todas expresiones de una especie de voluntarismo que se deriva del no reconocimiento en la práctica de la libertad de pensamiento.
El voluntarismo construye realidades y las pretende universalizar. El concepto desgajado del objeto real, encuentra en la voluntad y, ésta en la palabra, el medio fuerte y flexible para configurar una suerte de superestructura lingüística con capacidad de dar categoría de ‘universal’ a comportamientos, opiniones y sentimientos particulares. “No solo la realidad se construye a través del lenguaje sino que las identidades y la subjetividad también y que éstas se pueden cambiar, negociar a través del lenguaje” [1] “Me parece”, “me gusta”, “lo quiero”, “soy así, es mi vida”, “así lo siento”… se han convertido en argumentos incontrovertibles ante la razón y la lógica.
Los conceptos [2] se adquieren a partir de las cosas reales y concretas mediante el proceso de inducción espontanea (formación de conceptos) y a partir de atributos de criterios recibidos, mediante su relación con ideas pertinentes establecidas en la estructura cognoscitiva. Es decir, aparecen sin necesidad del contacto directo con las cosas, sino simplemente a partir del lenguaje descriptivo o explicativo (conceptos por asimilación) [3] Ambos modos ocurren en la etapa escolar. No obstante, la asimilación de conceptos está sujeta a errores, pues depende del lado del alumno: de la madurez de la estructura cognoscitiva y de su nivel de conocimientos; del lado del docente: de la forma cómo en su momento se apropió de los conceptos y del modo cómo los trasmite.
El voluntarismo que puede vestirse con diferentes y variados atuendos: subjetivismo, individualismo, constructivismo ontológico, ideología de género, relativismo… afecta la centralidad de la escuela: la enseñanza y trasmisión de conocimientos. Si los conocimientos se adquieren al margen de la realidad, a costa de lo que se quiera y sienta, las escuelas corren el riesgo de convertirse en centros de adoctrinamiento. Sin una razón o un porque razonable, ¿en qué se convierte una competencia? De otro lado, sin referencia externa, sin normas objetivas, la elección entre lo bueno y lo malo se determina por conveniencias o gustos. Más aún ¿sobre qué base se enseña en la escuela la ética y la moral?
La multiplicidad de escuelas promovidas por la iniciativa privada, no tienen como objeto competir con las de gestión estatal ni tampoco convertirse en los paladines de la calidad. Lo suyo es garantizar la pluralidad de filosofías educativas para que se elija –entre ellas- la que más convenga a los fines de cada familia; mantener activa y vigente la mentalidad y la convivencia democrática en la medida en que se respete y valore puntos de vista diferentes pero convergentes en el bien común de un país. Por el contrario, familias con pensamiento único aportarán a la sociedad ciudadanos alineados a lo que el poder de turno quiera.
Las escuelas no pueden ser tratadas como una suerte de laboratorios en donde se ensayen cada tanto ‘ideas felices’ pergeñadas por los gobiernos de turno. Las escuelas: los padres de familia, los profesores y los alumnos, merecen respeto y consideración. La imposición – voluntarista – de una idea o programa afecta radicalmente 1) a la exquisita naturaleza de las cosas, 2) a la dignidad y libertad de las personas; y, 3) a la esencia de las escuelas: la trasmisión de conocimientos y valores.
Digámoslo con fuerza, así como una o una docena de golondrinas no hace el verano, tampoco las conductas impropias de algunos promotores no anula ni un ápice, la existencia y aporte de la educación privada. La corrección de las malas prácticas debe ser pronta, severa y constante pero no tiene por qué atentar contra el principio de la libertad de enseñanza ni privar a la sociedad que se beneficie con la innovación y pluralidad que ofrece la educación privada.
Fuentes usadas por el autor:
- [1] Enkvist, Inger (2006). Repensar la Educación. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias. p. 83.
- [2] ‘Concepto’, según refiere Pablo Sánchez, se podría definir como contenido intelectual que encierra atributos de criterio comunes que hacen referencia a cosas, situaciones, acciones, etc., y que se designa habitualmente con un símbolo.
- [3]Pérez, Pablo (2016). Una teoría educativa: aprendizaje y desarrollo personal. Vol. III, Piura: Universidad de Piura. pp. 22-23.