La lúgubre busqueda populista-progresista de imponer la paridad de género se ha vuelto una bandera del gobierno, el cual está exigiendo la aprobación de un mandato que por ley obligue a que las listas se conformen, según el género 50% hombres y 50% mujeres; eso sí, excluyeron al resto de géneros que este mismo gobierno busca, a través de imposiciones, sean reconocidos.
Este proyecto de ley es, ante todo, injusto para la persona. El sexo de una persona no debe ser usado bajo ninguna circunstancia como filtro de una elección democrática, ya que de este modo se soslaya, por completo y en su esencia, lo que la democracia es: el ejercicio del poder por parte del pueblo. Con la paridad, el pueblo pierde el derecho a decidir en el 100%, ya que de entrada el Estado te exige variar la manera de seleccionar a unos u otros.
Para nuestro gobierno de turno es injusto que muy pocas mujeres participen de las elecciones. Buscan más participación, buscan «igualdad de género», dicen… No obstante, rompen con la igualdad insertando más mujeres por ser mujeres y no, necesariamente, por ser capaces.
Si de algo tan subjetivo -como el género- hablamos, entonces vayamos a otros lares, ¿qué tal paridad religiosa?; ahora, algo más objetivo, ¿qué tal si exigimos paridad según el fenotipo?, ahondemos más… ¿por qué no por los grados académicos de uno?. Si te indignaría estar obligado a que las listas tengan 50% de creyentes y 50% de ateos; o que según el fenotipo de una persona se hagan listas equitativas, indignate por esta metodología. La paridad de género no garantiza nada. Así como un cristiano no es más capaz que un ateo por ser cristiano o viceversa: una mujer no es más que un hombre por el hecho de ser mujer, es más por la calidad de persona y por sus intenciones.
Si el género es el filtro que el gobierno exige implantemos como forma de mejora, vamos por un fatal camino. El género no garantiza justicia ni igualdad, aún menos mejoría. Podríamos tener 90% de mujeres en el congreso, en las alcaldías o en los ministerios; y no por eso estas instituciones van a ser superiores a si un hombre fuera quien las maneja.
La paridad de Vizcarra y compañía obligaría a los partidos a presentar listas con la misma cantidad de hombres y mujeres, hecho el cual posibilitaría a que comentarios como «habían muchos blancos» se tornen en «habían muchos hombres», todo esto por los caprichos de nuestro mandatario.
No olvidemos la Constitución y su importante artículo 31, el cual nos dice que los ciudadanos «tienen derecho a elegir y ser elegidos» y que además agrega que el voto es «libre». Nuestro voto ya no sería libre, o, mejor dicho, no tendríamos plena libertad de elegir a quien por derecho queremos, algo así como la tercera retorcida reforma, la cual no nos dejará elegir a parlamentarios de esta legislatura en la que se suscitará en el periodo 2021-2026,
Esta psicosis democrática de la paridad solo demuestra una actitud inherentemente inconstitucional y antidemocrática… un poco de la invariable esencia de Martín Vizcarra.