Desde el inicio de la pandemia del Covid-19, un número considerable de personas a nivel mundial, en su mayoría, del espectro político izquierdista, han anunciado que en esta crisis se ha demostrado la necesidad de un estado grande con capacidad de reacción que intervenga en política, economía, cultura y en las decisiones del privado.
Lejos de la realidad y, en la mayoría de los casos, realizando estas afirmaciones vía Twitter o Facebook, se olvidan de que este virus ha permitido develar las deficiencias del Estado, de sus vallas, su burocracia y la ineptitud, salvo excepciones.
Hemos de recordar, en primer lugar ¿dónde se origina la pandemia?. En el régimen comunista de China, presuntamente, dentro de un mercado que satisface – en precarias condiciones – las necesidades del ciudadano que no tiene más opciones por la falta de mercado.
En segundo lugar, el silencio del funcionario público por miedo a la población. En China se dio una cadena de «mentiras» en las que un funcionario que conocía el problema aminoraba el impacto del mismo cuando se lo contaba a su superior y así hasta llegar a las máximas autoridades.
Este hecho fue esclarecido cuando se publicó el artículo Effect of non-pharmaceutical interventions for containing the COVID-19 outbreak in China publicado en MedRxiv, portal fundado por YALE, BMJ y CSH, «if NPIs (non-pharmaceutical interventions) could have been conducted one week, two weeks, or three weeks earlier in China, cases could have been reduced by 66%, 86%, and 95%, respectively, together with significantly reducing the number of affected areas». En síntesis, si se hubieran aplicado intervenciones no farmacéuticas como la cuarentena, el distanciamiento social o el cierre de fronteras tres semanas antes; el impacto a nivel global del Covid-19 se habría reducido hasta en un 95%. Es decir, la torpeza en el accionar del régimen es uno de los grandes causantes de que este virus se propagara por el mundo.
En esta línea, en nuestro país la pandemia también ha revelado la necesidad de un estado chico, pero eficiente, pues el nuestro es; aunque se niegue, grande, ineficiente, derrochador e inconsecuente.
Los problemas del Estado se demostraron con hechos claros. Semanas antes de la pandemia, a sabiendas de que tarde o temprano tendríamos al ‘Caso 1’, el político al mando no se pronunciaba al respecto; y no fue hasta días después de llegado el caso que se aplicaron las medidas. Una vez más, fue la reacción y no la prevención.
Esta falta de previsión se tradujo en falta de pruebas moleculares y compra de «pruebas rápidas», que la OMS rechaza; así como falta de mascarillas e implementos médicos en los hospitales donde se atendería a contagiados por Coronavirus.
Semanas después, escuchábamos a un ministro de Salud (Víctor Zamora) que culpaba a Donald Trump por la falta de pruebas. Sí, al mandatario americano que compró pruebas para sus ciudadanos y ahora realiza cientos de miles de pruebas a diario, mientras nosotros tratamos de sumar 12 mil. Una vez más, no había mea culpa del funcionario público, solo una culpa al mercado.
Estos hechos han demostrado que en tiempos de crisis, se necesita una cabeza fría que haga caso omiso a encuestas y se fije en la data, que resuelva sus errores y no culpe a terceros.