China parece estallar. Tras apenas un mes de la reelección de Xi Jinping en el comité permanente del politburó, la situación se agravó y las protestas en China comenzaron. Como es bien sabido, en algunas partes del mundo la pandemia aún continúa al acecho, por lo que las restricciones del COVID-19 continúan vigentes. China forma parte de esos países que siguen con restricciones para combatir el COVID-19. Hace poco, un incendio en un edificio de la ciudad de Urumqi dejó un saldo de 10 muertos. La indignación popular estalló bajo el alegato de que la ayuda de paramédicos y bomberos habría llegado de no ser por las restricciones sanitarias.
Las protestas que a día de hoy ocupan las calles de China no tienen precedentes. Son tan masivas como aquellas prodemocráticas que estallaron en 1989 y con tanto eco como las de Hong Kong en 2019-2021. En ellas, miles de manifestantes salen, con hojas en blanco en mano, exigiendo la renuncia de Xi Jinping y el fin de las restricciones por el COVID. Las protestas directas contra el gobierno no tienen antecedente alguno y sirven de indicador de la gravedad de la situación.
El dilema del COVID-19 y su relación con las protestas en China
China, a diferencia de otros países del mundo, continúa enfrentando aún la pandemia. Sus bajos índices de vacunación y su uso exclusivo de vacunas nacionales no ha hecho sino agravar un panorama ya complejo. Donde otros países emplearon vacunas de distintos laboratorios, China solo emplea dosis de Sinovac y Sinopharm, no tan eficaces como sus contrapartes. Ello, sumado a los ya mencionados índices de vacunación y al confinamiento prolongado, ha evitado que se desarrolle una inmunidad de rebaño.
Las nuevas cepas de COVID son más peligrosas y contagiosas en China, y mientras no se acceda a más vacunas, la población es altamente vulnerable. Adicionalmente, el confinamiento amplifica este efecto, siendo, sin embargo, y paradójicamente el único método eficaz para hacerle frente sin otras vacunas. Estas restricciones han cobrado su tasa en la población, y crean una frustración colectiva que crece día a día.
Asimismo, han generado un ambiente de críticas por su inflexibilidad, incluso en situaciones graves como el incendio en Urumqi o los terremotos de Chengdu, en la provincia de Sichuan. Esta inflexibilidad, los confinamientos y las mascarillas, sumados al constante control sanitario y la implacable respuesta ante cualquier brote, independientemente de su tamaño, son el casus belli que los protestantes han tomado por consigna.
Adicionalmente, las restricciones conducen al cese de operaciones de empresas, y ello repercute tanto en la economía local como en la internacional. Si China no busca una solución eficaz al problema de COVID, que no implique constantes confinamientos, corre el riesgo de que las protestas se generalicen. De igual forma, existen otras problemáticas que podrían hacer que a estas protestas se le sumen más.
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Otros problemas que ajustan la soga
Estas protestas son solamente una fracción de la problemática. Como se explicó en esta nota, Xi Jinping ya atraviesa dificultades que pueden acrecentar ese descontento popular. La crisis de la inmobiliaria Evergrande ha creado un gravísimo problema de deuda que causará dolores de cabeza a Beijing, y de paso ha dejado a miles de personas endeudadas y sin acceso a hogares. La desaceleración económica, los problemas con la matriz energética, y las tensiones comerciales también amenazan a la clase media.
La prolongación de Xi Jinping en el poder también puede jugar como un factor negativo e impulsar un movimiento democrático. Esta convergencia de factores potencialmente podría disparar movimientos masivos contra el actual sistema político chino, que pueden poner en peligro a la estructura del gigante oriental y desatar una etapa de inestabilidad social, económica y política en el país. El politburó del PCCh deberá estar atento ante estos signos, para así poder prevenir la crisis que parece avecinarse.
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