A finales de octubre de 2024, España fue golpeada por un fenómeno meteorológico devastador que dejó a su paso destrucción y un saldo trágico de víctimas mortales.
Las lluvias torrenciales provocadas por una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) impactaron severamente en varias regiones del país, especialmente en la Comunidad Valenciana. Desde el 29 de octubre, esta depresión generó precipitaciones intensas que rápidamente se convirtieron en una catástrofe de proporciones inusitadas, con al menos 158 fallecidos y numerosos desaparecidos.
Este desastre es uno de los eventos climáticos más letales que España ha experimentado en décadas, lo cual deja en evidencia la vulnerabilidad del país frente a fenómenos naturales cada vez más frecuentes y potentes.
Cómo se formó la DANA y por qué fue tan destructiva
La DANA que desencadenó estas lluvias se formó cuando una masa de aire frío irrumpió sobre las cálidas aguas del Mediterráneo, creando el entorno perfecto para que se desarrollaran intensas tormentas.
En ciudades como Chiva, en la Comunidad Valenciana, se registraron hasta 491 litros de agua por metro cuadrado en solo 24 horas, una cantidad de precipitaciones equivalente a la lluvia que se recibe normalmente en un año completo.
La magnitud de este evento se vio amplificada por la sequía prolongada que ha afectado a España en los últimos años, ya que los suelos endurecidos e incapaces de absorber agua actuaron como una barrera que intensificó las inundaciones. Este escenario generó un impacto inmediato en infraestructuras, calles y viviendas, arrasando todo a su paso y sorprendiendo a una ciudadanía que no alcanzó a prever la magnitud del desastre.
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Advertencias meteorológicas y fallos en la comunicación
Pese a las advertencias de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), que había emitido alertas rojas para las áreas más vulnerables, la comunicación y entendimiento de los riesgos asociados a la DANA no fueron efectivos.
Muchos ciudadanos no interpretaron adecuadamente la gravedad de las alertas, y algunos incluso se aventuraron a salir durante la tormenta. La situación fue particularmente crítica en las horas pico de tráfico, lo que llevó a que numerosas personas quedaran atrapadas en sus vehículos cuando las calles se convirtieron en ríos.
Según la profesora Hannah Cloke, experta en hidrología, muchas de estas tragedias podrían haberse evitado con una mayor preparación y una difusión más eficaz de las advertencias, lo cual resalta la importancia de contar con sistemas de alerta que no solo comuniquen el riesgo, sino que también eduquen a la población sobre cómo reaccionar.
Consecuencias devastadoras para comunidades y ciudades enteras
Además de la elevada cifra de víctimas mortales, las consecuencias de esta DANA han sido devastadoras en términos materiales. Las imágenes de vehículos arrastrados, calles completamente inundadas y viviendas destruidas recorrieron los medios de comunicación, generando conmoción tanto en España como en el resto del mundo.
Miles de personas tuvieron que evacuar, y las labores de rescate y recuperación de cuerpos entre los escombros continúan, con el temor de que el número de víctimas aumente conforme se accede a zonas previamente inaccesibles.
Esta situación ha generado un fuerte clamor en la sociedad española por una mejor gestión de los riesgos asociados a fenómenos meteorológicos extremos, así como una revisión exhaustiva de las políticas urbanísticas que han permitido el desarrollo de infraestructuras en áreas vulnerables a inundaciones.
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Factores estructurales y cambio climático
Detrás de la magnitud de este desastre se encuentran varios factores estructurales que expertos han señalado como contribuyentes. En primer lugar, el cambio climático está jugando un papel cada vez más evidente en la intensificación de estos fenómenos meteorológicos, ya que el aumento de las temperaturas del Mediterráneo crea condiciones más propensas a generar tormentas extremas.
Asimismo, la urbanización descontrolada y sin una planificación adecuada ha aumentado la impermeabilización del suelo en muchas áreas, lo que reduce drásticamente su capacidad de absorber agua y convierte a las ciudades en espacios particularmente vulnerables frente a lluvias intensas.
Finalmente, la falta de una cultura de prevención y de riesgo en la población agrava las consecuencias, ya que muchos ciudadanos desconocen cómo actuar de manera segura durante eventos extremos.
El climatólogo Jorge Olcina enfatiza que estos patrones climáticos se han vuelto cada vez más impredecibles y peligrosos, exigiendo una adaptación urgente en la forma en que las autoridades y la sociedad gestionan las emergencias.
Respuesta gubernamental y frustración social
En respuesta a esta crisis, el gobierno español ha prometido una investigación exhaustiva sobre las causas del desastre y ha señalado la importancia de mejorar los sistemas de alerta temprana. Sin embargo, la falta de acciones preventivas previas ha generado frustración entre los ciudadanos, quienes exigen revisiones más profundas y urgentes en las normativas urbanísticas y en la infraestructura que permita hacer frente a futuros eventos similares. En este contexto, se plantea la necesidad de realizar inversiones significativas en infraestructura hídrica y en la gestión de aguas pluviales, así como en la implementación de sistemas de alerta más efectivos y campañas educativas que promuevan una cultura de prevención en la ciudadanía.