El Salvador, desde hace unos años, ha visto sus índices de criminalidad mostrar una reconocible baja. Esto tiene una gran relación con la gestión del actual presidente, Nayib Bukele, ocupante del puesto desde el 2019. Poco antes de llegar al poder Bukele, en el 2015, El Salvador cerró el año con 6,600 asesinatos. Tan solo dos años luego de asumir Bukele, el 2021 cerró con 1,140. Antes de eso, en el 2020, Bukele logró cerrar el año con 1,347. Sin embargo, los números más impresionantes existen entre el 2018 y el 2019, año en el cual Bukele asumió el poder. La cantidad de homicidios bajó de 3,346 a 2,398. Sin duda, son números impresionantes.
Pero no basta aplaudir. En una región donde, según la Organización Panamericana de la Salud, se registraron 2,5 millones de asesinatos entre el 2000 y el 2017, no basta examinar números fríos. En esa necesidad de escarbar un poco más profundo, podemos hallar más de una razón para pensar que El Salvador está lejos de haber solucionado su epidemia de violencia. Más bien, se encuentra profundamente entrampado en la misma, producto de una turbia y silenciosa tregua.
Nayib Bukele: el líder
Nayib Bukele, para algunos, fue un outsider en la elección general salvadoreña del 2019. Y lo último es en parte verdad. Bukele asumió la presidencia con menos de 40 años, en una región donde el recambio generacional en la política parece una ilusión más que una realidad. Adicionalmente, Bukele, al ganar, rompió la hegemonía bipartidaria de los dos partidos más grandes de El Salvador; El Frente Marabunto Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Bukele llevó al poder a la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), partido fundado en el 2010 y al cual Bukele recién accedió como militante un año antes de ser electo.
Sin embargo, Bukele ya era una figura conocida en la arena política del país centroamericano. Habiendo sido militante del FMLN desde el 2011, Bukele logró ser electo de Nuevo Cuscatlán, un municipio periférico de San Salvador, en el 2012. Luego de ello, él tentó con éxito la alcaldía de San Salvador, la cual ocupó hasta el 2018, previo a lanzarse a la presidencia del país. Durante este periodo, Bukele fue reconocido por el embellecimiento del centro histórico de San Salvador, del mismo modo por el proyecto de «una obra al día». En el caso de la última, el municipio logró ejecutar más de 120 proyectos.
Expulsado de su partido
Sin embargo, Bukele tuvo durante este periodo accionares, cuanto menos, cuestionables. Hacia el final de su gestión como burgomaestre, en el 2017, Bukele fue expulsado del FMLN. Esto no solamente se dio por su posición crítica ante correligionarios suyos en otros puestos en la administración pública, sino también por enfrentamientos directos con personas en el municipio mismo. Bukele habría llamado, en una sesión de consejo, «bruja» y «traidora» a una miembro de dicho consejo, tirándole luego una manzana. Producto de esto, Bukele fue expulsado definitivamente del partido.
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El dictador más cool del mundo
Si Bukele se ha hecho reconocible, es por su actuar casual y, algunos dirían moderno. Bukele ocupa, junto a Sanna Marin, Jacinda Ardens, Gabriel Boric, Sebastian Kurz, entre otros, la privilegiada lista de jefes de estado que, al asumir, tenían menos de 40 años. Es decir, es una clara cara del recambio político mundial. Sumado a su edad, Bukele ha tenido muchos gestos clásicos de las nuevas generaciones. El no usar corbata, llevar el gorro para atrás y su actividad casi permanente en Twitter lo vuelven un arqueotípico líder para el siglo XXI.
Pero si algo ha hecho, o nos debería, llamar la atención sobre Bukele fue aquella vez que el mismo se autodenominó en su biografía de Twitter cómo «el dictador más cool del mundo». Para cualquier persona creyente en la democracia y la institucionalidad, esto no debería generar más que un escalofriante reflejo. Sin embargo, esto parece no haber sido el caso, al menos de forma generalizada. Los logros numéricos de Bukele han despertado, en más de uno, un fanatismo casi dogmático por su figura y la famosa política de mano dura. Bukele es, sin embargo, una figura que debe ser cuidadosamente analizada y, con facilidad, uno se dará cuenta del por qué de su (aterrador) éxito.
Socavación Institucional en El Salvador
Hacia finales del 2020, Nayib Bukele cometió un acto que, en cualquier lugar del mundo, dispararía en el cielo la indignación de la ciudadanía. En medio de un debate del congreso nacional, Bukele entró al hemiciclo acompañado de fuerzas militares y policiales armadas. ¿La razón? Forzar la aprobación de un préstamo de 109 millones de dólares para financiar el Plan de Control Territorial, la herramienta de política pública que le permitiría a Bukele enfrentarse a las pandillas en El Salvador. Tras este suceso, Bukele instó a la población a sublevarse en caso el préstamo no fuese aprobado en la brevedad por la cámara única del parlamento.
Poco después, en el 2021, hubo otro escenario que pone en tela de juicio la vocación democrática del «dictador más cool». Aquella vez, el parlamento destituyó a todos los miembros de la corte constitucional Salvadoreña. Esta vez, los magistrados fueron acusados de cometer «fraude a la constitución» y de atentar contra la separación de poderes. Sin embargo, este acto fue condenado desde la comunidad internacional. Aquella vez, Bukele contó con la mayoría parlamentaria de su lado. Esto provocó que la destitución de los magistrados se diera en cuestión de días.
Pocas horas luego de la destitución, tanto los magistrados como el también destituido fiscal general fueron reemplazados. En dicho contexto, la Oficina del alto comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos (OHCHR, por sus siglas en Inglés) comentó que esto «no siguió con los requisitos mínimos del debido proceso» y que representaba «un alarmante símbolo de la concentración de poder» que el gobierno de Bukele venía practicando.
Las Maras: un martirio nuevo
Sin embargo, si hay algo que ha sido estelar en el gobierno de Nayib Bukele fue su enfrentamiento con el pandillaje y las Maras. Estas últimas, guardan una gran relación con el pasado violento de la guerra civil salvadoreña y el éxodo masivo hacia los Estados Unidos. Hacia finales del siglo XX, miles de salvadoreños escaparon de su país hacia los Estados Unidos con la única idea de escapar de la violencia en su país. Al llegar a los Estados Unidos, en la mayoría de los casos, de forma ilegal, tampoco se encontraron con un panorama alentador. Muchos salvadoreños se encontraban condenados a condiciones laborales y de vivienda profundamente precarias. La marginalización llevó a muchos a buscar refugio en la criminalidad, donde conocieron el modus operandi de las grupos pandilleros en Los Ángeles, y otras ciudades receptoras de migrantes desde el sur.
Muchos de estos migrantes posteriormente crearon grupos pandilleros para enfrentarse a otros grupos ya organizados, como pandillas de origen mexicano o afroamericano, también grupos excluidos en la sociedad norteamericana. Así se dio origen a dos de los actores violentos más conocidos de El Salvador; la Mara Salvatrucha y la Mara Barrio 18. Al ser sus miembros detenidos y posteriormente deportados a El Salvador, las maras continuaron sus actividades delictivas en su país de origen, dando inicio a otro martirio para el país.
Militarización y hacinamiento: ¿violación de los DD. HH.?
Desde el año 2019, Bukele ha promocionado la cual parece ser la estrella de su menú de políticas públicas: El Plan de Control Territorial (PCT). Este plan, fue presentado con 3 pilares principales: el control de centros penitenciarios, la desarticulación de rutas de financiamiento de pandillas y el fortalecimiento de la policía. Esto, sin embargo, ha llevado a una militarización de la vida pública salvadoreña, volviéndose comunes los arrestos masivos y la presencia de personal armado en las calles.
Sin embargo, lo más impactante es la sobrepoblación carcelaria. Es común ver, hoy por hoy, imágenes de detenidos apilados en El Salvador. Es más, reportes de Derechos Humanos estiman una sobrepoblación de casi 250%. A raíz de esto, muchos presos en El Salvador no solamente deben compartir celdas con decenas de otras personas, sino también enfrentan el riesgo de sufrir enfermedades. Tan sólo en el último año, fallecieron 406 reos en los diversos penales del país, todos por enfermedades «muy graves». Se estima, que más de 18,000 reclusos sufren algún tipo de enfermedad, siendo las más comunes Tuberculosis, Hipertensión, Diabetes y VIH. Las condiciones de hacinamiento no solo llevan a la proliferación de condiciones de insalubridad, sino también facilitan la propagación de enfermedades, sobre todo respiratorias.
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La tregua bajo la mesa
Es importante mencionar que estas condiciones infrahumanas que miles de presos sufren tiene una turbia relación con el actuar del presidente Bukele. Una investigación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, acusó a Bukele y allegados de haber pactado beneficios carcelarios con líderes de diversas maras. Los beneficios incluirían, según el informe, beneficios financieros y condiciones carcelarias laxas, del mismo modo que prometería entorpecer la potencial extradición hacia Estados Unidos de estos líderes. Por su parte, el gobierno de Bukele no solamente se vería beneficiado por la reducción de asesinatos, vital para su imagen pública, pero también contaría con el liderazgo de las maras para que estas dispersen el apoyo hacia Bukele y su partido, Nuevas Ideas, dentro de sus organizaciones.
Estas reuniones sucedieron entre emisarios del gobierno de Bukele y los líderes de la mata MS-13 en febrero del 2019. Es decir, poco después de ganar las elecciones y poco antes de que Bukele asumiera el poder. Por ende, se puede inferir que estas negociaciones permitieron a Bukele entrar un holgura a su periodo presidencial, dado que habría contado con el apoyo del liderazgo criminal ni bien iniciada su administración. Estas acusaciones existen desde el año 2020, cuando un informe realizado por El Foco encontró responsabilidad de estas negociaciones en Bukele. Aquella vez, el presidente negó todo.
¿Qué se puede esperar?
No sería difícil pensar que la situación en El Salvador no mejorará en el futuro próximo. La estabilidad política que le otorga no solo su mayoría en el parlamento, sino también el copamiento de instituciones, sirven como una base excelente para el proyecto de Bukele. Su imagen de líder fuerte e implacable le han servido inequívocamente para fomentar un aura discursiva muy favorable hacia el. No por nada goza de más del 90% de aprobación en su país. Sin embargo, desde afuera el panorama salvadoreño es sombrío. El pequeño país centroamericano, parece acercarse cada vez más hacia el abismo del autoritarismo y la militarización, lo cual no hará más que socavar aun más el frágil status que la democracia en América Latina todavía tiene.