“¡Genio, genio, genio… tá…tá…tá… goool….gool… quiero llorar… Dios santo… viva el fútbol… golaaazooo… Dieeeegooo… Maradona… es para llorar, perdónenme… Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste?… para dejar en el camino a tango inglés… Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina!”
Aquellas palabras son la transcripción de una porción del relato del gran narrador deportivo Víctor Hugo Morales que si bien era uruguayo, se sentía más argentino que muchos. Sus gritos de júbilo desaforados no eran precisamente por la cercanía de la clasificación de la albiceleste a semifinales de Mexico 86. Probablemente si hubiese sido otro rival claro que habría gritado el gol; pero, ¿de esa forma?. La algarabía tras la anotación de Maradona, además de ser una demostración divina de fútbol, una delicia visual, se debió al rival a quien se le aplicó tal golpiza.
El pueblo argentino llegaba a ese duelo de fútbol muy sacudido por su reciente derrota, cuatro años atrás, en la Guerra de Las Malvinas frente al Reino Unido. Son dos escenarios distintos, dos acontecimientos diferentes. Pero, el escritor argentino, Eduardo Sacheri, en su crónica 22 de junio de 1986, retrató muy bien el dolor que hubiese significado un fracaso: “Por su puesto que ganar ese partido, o ganar el mundial, no iba a arreglar el dolor enorme de Malvinas, y todos esos chicos muertos. Pero perder ese partido, perderlo con ellos, volvería todo más cruel, más amargo, más injusto”.
Sergio Villena en su libro Imaginando a la nación expone que en el discurso épico sobre el fútbol, “mojar la camiseta” equivale a “derramar sangre”: la “sangre-sudor” es el fluido sagrado que se derrama en el cáliz de la comunión nacionalista”. Maradona entonces, es el redentor, esa figura mesiánica que le devuelve la dignidad a una nación entera después de ser humillada por perder un conflicto bélico y una porción de lo que consideraban su territorio. El fútbol no es una guerra, pero la carga cultural que posee lo hace similar a ella. Hace dos días se cumplieron 35 años del mejor gol de todo los tiempos. Hace 35 años, después de esa anotación no se pensó que se volvería a ver un personaje similar jamás. Estábamos equivocados. Como regalo divino, solo un año después nació.
Diego Maradona culminó su carrera de manera épica un 25 de octubre de 1997 en una Bombonera repleta. “La pelota no se mancha” fue la frase que lo terminó de inmortalizar al desvincular al fútbol de sus problemas personales. Ante su retiro se pensó que no nacería otro como él, que no habría otro jugador tan grande. Pero nada en la vida es certero. Nació Messi y en la opinión de los catalanes, es más grande que Maradona.
El 18 de abril de 2007, a sus cortos 19 años, Lionel anotó, ante el Getafe, un gol idéntico al de Maradona contra los ingleses. Desde ese momento, los ojos del mundo se posaron sobre su figura a pesar de que había tenido grandes actuaciones en anteriores oportunidades.
La repercusión que genera Messi en Barcelona excede a su talento y a su condición de mejor jugador del mundo. Las ganas que Cataluña tiene de independizarse de España son de conocimiento público. No de ahora, sino desde hace décadas. Estas ganas se plasmaron en intentos durante la dictadura de Franco que terminaron siendo siempre reprimidos de manera exitosa. Esa represión, metafóricamente se agudizaba con los triunfos del Real Madrid (club por el que simpatizaba y al que apoyaba Franco) tanto en Europa como en la liga doméstica.
El Barcelona respondía a esa hegemonía absoluta con chispazos temporales como fueron las épocas de Cruyff, Romario, Rivaldo, Ronaldo o Ronaldinho. Sin embargo, Messi logró la estabilidad, la tranquilidad y la victoria ante la “represión”. Con la “Pulga”, el Barcelona ha ganado 4 Copas de Europa, 10 ligas, 8 Super Copas de España, 7 Copas del Rey, 3 Super Copas de Europa y 3 Mundiales de Clubes; y sobre todo, ha logrado dejar la sombra del equipo merengue y superarlo en míticos encuentros como el 2-6 en el Santiago Bernabéu en 2009 o el 5-0 en el Camp Nou en el 2010.
No voy a asegurar que después de él no habrá otro. A la luz de los hechos sería un error. Sin embargo, al igual que Maradona, está acostumbrado a realizar proezas. Las similitudes son excesivas y superan lo futbolístico. Más allá de lo mostrado, Messi ha trascendido el plano deportivo y del marketing en la era moderna para probar que en los negocios y la industria en la que se ha convertido el fútbol, aún existe algo de esencia y pasión. El Barcelona es su casa y la relación que tiene con Messi es el ejemplo de amor al balón. Aún existe ese sentimiento inexplicable que traspasa el dinero y le da ese valor agregado cultural al fútbol. Hoy la cabra, el mejor, the best, el seis veces balón de oro cumple 34 años y me sale una lágrima de los ojos porque el tiempo pasa. Y sí, el tiempo pasa y seguirá recorriendo las aguas de los años hasta que volvamos, si es que volvemos, a ver otro como él. Messi fue como Maradona. Messi sigue siendo como Maradona. Messi es Maradona todos los días.