La industria alemana ha sido por años sinónimo de eficiencia, solidez e innovación, pero el crecimiento que ha puesto a los sectores automotriz, farmacéutico y químico alemanes en lo más alto de la competencia mundial parece estar llegando a su fin.
Empresas históricas de la nación centroeuropea, como Volkswagen, Siemens, BASF y Linde, han estado localizando cada vez más de sus nuevas operaciones en China y Estados Unidos, escapando de los altos costos de energía, la escasez de trabajadores y los engorrosos trámites burocráticos. Estas se han visto atraídas desde por bajos costos y subsidios, como los de la reciente Inflation Reduction Act americana.
Hace unos 20 años, la industria alemana fue potenciada por un paquete de ambiciosas reformas del mercado laboral que desataron el potencial industrial y marcaron el comienzo de un período sostenido de prosperidad. Esto fue impulsado, particularmente, por la fuerte demanda de maquinaria y automóviles alemanes por parte de China.
Hoy, por el contrario, estamos presenciando el final de la situación descrita. En el primer trimestre de este año, Volkswagen, que había dominado el mercado automotriz chino por décadas, fue superado por BYD, uno de sus competidores locales. Este cambio se explica por el crecimiento considerable de la venta de autos eléctricos, sector que las automotrices alemanas han fallado en desarrollar tempranamente. Es así como Volkswagen perdió la delantera en el mercado de automóviles más grande del mundo, de donde obtiene el 40% de sus ingresos.
Algunas de las casusas centrales de esta caída del sector industrial son errores de cálculo estratégico, tanto de las empresas como del Estado alemán. Si bien la industria automotriz compone más del 10 % del PBI del país y emplea alrededor de un millón de personas, su futuro no es muy alentador. Aunque se registraron ganancias récord con la ayuda de la demanda acumulada a raíz de la pandemia, ese impulso parece más un último suspiro que una renovación.
Durante años, compañías como BMW, Mercedes Benz y Volkswagen se negaron a abandonar el motor de combustión tildando a Tesla y otros pioneros en el sector eléctrico como meros éxitos pasajeros que incrementaban su valor solamente por la novedad y el marketing.
Ese error de cálculo abrió una ventana de oportunidad tanto para Elon Musk como para las automotrices chinas que comenzaron a invertir sumas sustanciales en desarrollar vehículos eléctricos hace 15 años, cuando los alemanes rechazaron la idea. El año pasado, los productores chinos aglomeraron alrededor del 60 % de los más de 10 millones de autos eléctricos vendidos en todo el mundo. Por su parte, a día de hoy, Tesla es la marca de autos más valiosa, superando a Mercedes Benz y duplicando el valor de mercado de Volkswagen.
Si bien las automotrices alemanas están realizando una intensiva conversión colectiva hacia los vehículos eléctricos, será difícil que recuperen la ventaja comparativa que disfrutaron durante un siglo con la venta de automóviles con motores de combustión. Cabe resaltar que la tecnología esencial en los vehículos eléctricos no es el motor, sino las baterías, que tienen mucho más que ver con la química que con la destreza en la ingeniería mecánica que define a la industria alemana.
La problemática de la energía
Otra apuesta fallida fue la del anterior gobierno de Ángela Merkel con el Energiewende, proyecto de transformación de la matriz energética alemana por el cual se ha estado buscando abandonar progresivamente los combustibles fósiles y la energía nuclear con el objetivo de girar hacia energías verdes. Esto es lo que llevó a que, en abril de este año, se anunciara el cierre de las últimas centrales nucleares alemanas en funcionamiento. Sin embargo, después de casi veinte años de subsidiar la expansión de la producción de energía renovable, Alemania todavía no tiene suficientes turbinas eólicas y paneles solares como para satisfacer la demanda nacional.
Esta política de Estado dejó en evidencia su alto riesgo desde que estalló la guerra en Ucrania y se detuvo el envío de gas ruso a Alemania. En este nuevo contexto, se perdió una de las piezas centrales del modelo económico alemán: el acceso a energía barata. Hoy en día, Alemania tiene los precios de energía eléctrica más caros del mundo, debido a que, aún hoy, los precios son casi tres veces más altos que antes de que iniciase la guerra en Ucrania.
Por esta razón, compañías energéticas, como la mencionada BASF, cuya central principal en Alemania consumió tanto gas natural en 2021 como toda Suiza, deben buscar alternativas en otros países para continuar produciendo. Este año, la compañía citada cerró varias instalaciones en Alemania, generando el despido de 2.600 empleados, a la par que realizó una inversión de 10 mil millones de dólares en un complejo de última generación en China.
La inaccesibilidad a mano de obra
Otra de las características que fue clave para el desarrollo industrial alemán, pero que hoy se encuentra en crisis, es el acceso a mano de obra altamente calificada. Dentro de los próximos 15 años. alrededor del 30 % de la fuerza de trabajo alemana alcanzará la edad de jubilación. Esto se torna preocupante para un país que posee una tasa de natalidad de 1,5 hijos por mujer, número menor a la tasa de reemplazo natural, y una pirámide poblacional regresiva. Ambos factores dejarán a las compañías alemanas sin los ingenieros, científicos y demás trabajadores altamente calificados necesarios para mantenerse competitivos en el mercado global.
Cabe resaltarse que se están realizando esfuerzos para compensar esta falta de trabajadores a través de la inmigración. En este sentido, la semana pasada, una nueva ley de inmigración fue aprobada en el Parlamento con el objetivo de eliminar muchas de las trabas burocráticas para la inmigración de trabajadores calificados.
Si bien Alemania recibe cientos de miles de inmigrantes por año, la mayoría no tiene las habilidades que las compañías necesitan. Algunos de los problemas para atraer profesionales son la alta carga impositiva, la dificultad propia del aprendizaje del idioma y la existencia de una cultura que a menudo es poco acogedora con extranjeros.
Carencia de innovación
Otra dimensión de esta problemática económica es la dependencia que la economía alemana tiene en las tradicionales industrias del siglo XIX. El 27 % de la economía alemana se basa en la manufactura, además de que, con la excepción del fabricante de software SAP, el sector tecnológico de Alemania es prácticamente inexistente. Por su parte, en el mundo financiero, importantes actores se han visto envueltos en severas polémicas en los últimos años, como Deutsche Bank y el caso de Wirecard.
Muchos de los segmentos en los que Alemania se ha vuelto líder se están volviendo obsoletos, o simplemente muy caros de producir en Europa. Un buen ejemplo es el de los paneles solares, industria en la que Alemania fue pionera y mayor productora durante principios de los 2000s. Hoy en día, no obstante, las copias chinas de esos diseños han llevado a los fabricantes alemanes al colapso.
En términos generales, Alemania ocupa el octavo lugar en el Índice de Innovación Global, una clasificación anual compilada por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas. Además, dentro de Europa, ni siquiera está entre los tres primeros.
Si tomamos el prometedor sector de la inteligencia artificial vemos que solo cuatro de los 100 artículos científicos más citados sobre IA en 2022 son alemanes, mientras que 68 son norteamericanos y 27 chinos.
El impacto de la tecnología en la transformación de una economía es evidente cuando se comparan las trayectorias de Alemania y Estados Unidos en los últimos 15 años. Durante ese período, la economía de los norteamericanos, impulsada por el auge de Silicon Valley, se expandió en un 76 %, mientras que la de los alemanes creció solo un 19 %.
La crisis industrial que se ha estado describiendo, que para los políticos alemanes ha venido pasando desapercibida, tiene un reflejo claro en las expectativas de los mercados y el atractivo económico alemán. En 2022, por quinto año consecutivo, se redujo la inversión extranjera directa, alcanzando el punto más bajo desde 2013.
Posibles efectos
De acentuarse la caída de la economía alemana, que ya entró oficialmente en recesión en el primer trimestre de este año, queda por verse cómo hará el país insignia del orden macroeconómico para manejar sus cuentas. Alemania tiene uno de los sistemas de bienestar más generosos del mundo, con un gasto social del 27 % del PBI. Si las tendencias se mantienen, el país centroeuropeo deberá equilibrar delicadamente el el gasto en defensa, prioritario debido a la guerra en Ucrania, y los subsidios que deberá ofrecer para atenuar la desindustrialización.
Algunos ejemplos de estos subsidios son los 175 millones de euros que hace dos semanas se garantizó la ya mencionada BASF para abrir una fábrica de componentes para baterías de autos eléctricos. Adicionalmente, en junio del año pasado, la empresa americana Intel se aseguró una impresionante ayuda estatal de 10.000 millones de dólares para instalar una fábrica de chips en Magdeburg.
La competencia por atraer inversiones es complicada ya que hay que luchar contra mercados con costos de producción mucho menores y con atractivos subsidios que también existen en otros países. En abril, por ejemplo, Volkswagen anunció una inversión de mil millones de dólares en un centro de autos eléctricos en Shanghái, luego de que, en marzo, publicara los planes para la construcción de una fábrica de 2.000 millones de dólares en Carolina del Sur.
En cuanto a los efectos políticos dentro de Alemania, podemos inferir que el descontento con la situación económica y con un eventual ajuste en el gasto social pueden potenciar el crecimiento de Alternativa para Alemania, partido conservador y ultranacionalista que ha ido creciendo en las últimas encuestas. A su vez, esto está potenciado por el aumento en el descontento de los ciudadanos con la inmigración y por el hecho de que el partido, hace unos pocos meses, ganó su primer intendencia.