Durante la crisis sanitaria por la que aun estamos transitando, el internet y las tecnologías digitales han demostrado ser herramientas fundamentales que nos permiten seguir trabajando y mantener los vínculos sociales entre individuos obligados a mantener una separación física. Las reuniones por videoconferencia, las clases por internet, las compras online y otras interacciones digitales se han vuelto nuestro nuevo estilo de vida. Estamos ante una nueva forma de organizar los negocios y el trabajo, de crear nuevos productos y servicios, de consumir utilizando el internet y las tecnologías digitales. La crisis del COVID-19 se ha convertido en un acelerador de esta nueva e influyente economía.
Sin embargo, muchas personas desconocen que enviar un correo electrónico, realizar un Live en Facebook, subir una historia en Instagram o un video en Tik Tok tiene una huella ecológica. A pesar de que los intercambios digitales son inmateriales, cuando nos conectamos a internet, en realidad nos conectamos a servidores que no son inmateriales y requieren cables, antenas, routers y centros de datos con muchas computadoras. Tal vez nunca nos hemos puesto a pensar en esto porque tenemos una visión de que la contaminación viene de las viejas fabricas industriales o de los vehículos y camiones antiguos. Podríamos imaginar que nuestras actividades en la web, al ser inmateriales no generan impacto alguno en el ambiente.
Por el contrario, el mundo digital tiene un elevado impacto ambiental que no se percibe a simple vista. Los principales impactos están asociados a la fabricación de aparatos electrónicos. Según un estudio de Kuehr[1] et al. la fabricación de estos productos es intensiva en el uso de recursos naturales si la comparamos a otros bienes de consumo. Para fabricar un computador[2] de 2 kilogramos se necesitan 800 kilogramos de materias primas y se producen 124 kilogramos de CO2. Por otro lado, Williams et al[3] demostraron que para fabricar un microchip de 2 gramos se utilizan 1,2 kg de combustibles fósiles, 72 gramos de productos químicos, 20 litros de agua y se generan 7,8 kilogramos de residuos sólidos y 17 litros de aguas residuales.
Según cifras de la Agencia para la Transición Ecológica Francesa (ADEME) publicadas a finales del 2019, 10 000 millones de teléfonos móviles han sido vendidos desde el año 2007 en el mundo, 45 millones de servidores existen en todo el planeta, 15000 millones de equipos se han conectados al internet en el año 2018 y se prevé que 46 000 millones se conecten en el año 2030. ¿Te imaginas la huella ecológica de todo esto?
Por el lado del consumo de energía, un informe de Greenpeace publicado en el año 2017 nos informa que alrededor del 7% de la energía consumida en el planeta esta asociada a las tecnologías digitales. Se espera que al año 2040 esta cifra aumente hasta el 14%. Además, el sector generaría el 3,7% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, de las cuales el 44% está relacionado con la fabricación de equipos, centros de datos y redes, y el 56% a su uso. Estas cifras sin duda podrían incrementarse rápidamente ya que nos encontramos en un escenario post-pandemia en el que la economía digital ha ganado terreno.
Por otra parte, el uso de internet también consume una importante cantidad de energía. En una hora, 8 000 a 10 000 millones de correos electrónicos se intercambian en el mundo y se realizan 180 millones de búsquedas en Google (ADEME, 2019) emitiendo alrededor de 500 kilogramos de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por segundo[4]. Según Greenpeace[5], el mayor responsable de las emisiones en el ciberespacio es el streaming, que en el año 2020 representaría el 80 % total del tráfico en las autopistas digitales. Si el mundo digital fuera un país, seguro sería uno muy contaminador.
De hecho, si conseguimos un libro digital es mejor que tener un libro en papel, escuchar una canción en la web genera menos impactos que tener un disco compacto, organizar una reunión virtual con un colega fuera del país nos evita el viaje en avión para hacerlo en persona. El impacto ecológico de los servicios digitales en muchas acciones diarias es menor, no hay duda de ello. Lo que debemos tener en cuenta es que no son acciones inocuas.
¿Esto significa que debemos desconectarnos de internet? ¡No! más que desconectarnos, lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de lo que hay detrás de nuestros hábitos de consumo: los consumidores debemos conocer cuál es la huella ecológica de nuestra vida digital. Al mismo tiempo debemos exigir a las empresas tecnológicas medidas concretas para mejorar su desempeño ambiental utilizando por ejemplo energías más limpias o renovables, buscando ser eficientes energéticamente e innovando en los servicios que ofrecen.
Respecto a los equipos electrónicos, el desafío consiste en reducir la obsolescencia programada, diseñar circularmente estos equipos. Mientras tanto, con los equipos que ya tenemos en la actualidad el reto en no reemplazarlos muy frecuentemente. Muchas veces los equipos se cambian porque el fabricante lanzó un nuevo modelo al mercado o porque se presentó una oferta sobre un nuevo equipo, no caigamos en el consumo irresponsable. Hacer que nuestros equipos electrónicos duren más tiempo es el gesto más eficaz para reducir sus impactos: pasar de 2 a 4 años de uso para una tablet o un computador mejora en un 50% su huella ecológica (ADEME, 2019). Ahora bien, si es necesario el cambio de equipo, debemos llevarlo a un punto de acopio de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos para que pueda ser valorizado de manera segura.
En igual forma, las tecnologías digitales consumen una gran cantidad de energía eléctrica en la oficina y también en nuestros hogares. Una gran parte de estos consumos podrían reducirse si se adoptan gestos de ecoeficiencia cotidianos como el desconectar los equipos cuando no se están utilizando, utilizar el modo “economía de energía” en nuestros teléfonos, tablets y ordenadores, limitar el número de programas abiertos o ventanas de internet abiertas al mismo tiempo, imprimir solo lo que es necesario, borrar de manera regular correos electrónicos o publicidad que no necesitamos, entre otros.
Resumiendo lo planteado, el reto y la responsabilidad es de productores y consumidores. La información debe estar a nuestro alcance y debemos actuar. Los pequeños cambios son importantes porque la suma de esfuerzos individuales se puede convertir en tendencias de consumo que las empresas se verían obligadas a seguir. El cambio empieza con nuestras decisiones diarias.
[1] R. Kuehr, y E. Williams, (eds.), Computers and the Environment. Understanding and Managing Their Impacts, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, 2003.
[2] ADEME. La face cachée du numérique : Réduire les impacts du numérique sur l’environnement, novembre 2019 – 20 p. – Réf. 8710
[3] Williams, E. Environmental effects of information and communications technologies. Nature 479, 354–358 (2011). https://doi.org/10.1038/nature10682
[4] Iniciativa Co2gle http://www.janavirgin.com/CO2/CO2GLE_about.html
[5] Clicking Clean Report: https://www.greenpeace.org/usa/global-warming/click-clean/