¿Qué es lo peor que le puede suceder a un equipo deportivo? La respuesta más rápida pendula entre: que no se alce con la victoria, que no termine un campeonato en primer lugar o que descienda a una categoría inferior.
– ¿Eso es lo peor que le puede pasar?
– A mi me parece que no.
– Entonces, ¿que sería lo peor?
– Lo adverso sería que actuará en contra de su propia naturaleza: que no funcione como equipo y que no cumpla con los fines por los cuales se constituyó. Por ejemplo, que el equipo salga al campo decidido a no querer jugar; que haga goles en su propio arco; que cada jugador siga sus intuiciones y deseos haciendo caso omiso a las indicaciones del director técnico, es decir, no jugar como equipo.
La derrota, la victoria, la copa de campeón o el descenso a ligas de menor nivel son corolario de su desempeño conforme a su naturaleza. Sí, lo principal de un equipo es el competir, [¡ganar o perder forman parte de su andadura!] el centro de su esfuerzo, de sus planes y de sus acciones tendría que ser el preparar y formar a cada jugador para que alcance el máximo de su desarrollo personal y profesional; para que aprenda a comunicar sus talentos desde la posición encomendada; para que aprecie y respete los valores y fines que animan y cohesionan al grupo; y, para que sepan delegar parte de su autonomía en el entrenador para que los dirija y mantenga como equipo. “(…) La convivencia de puntos de vista y conductas diferentes; sin embargo, solo es posible cuando las diferencias se apoyan sobre valores comunes” [1] que, por elevación engarzan y vertebran a un grupo. A la unidad no se llega vía la renuncia de la singularidad o identidad, tampoco a costa de menguar unos para que otros crezcan. A la la unidad se arriba gracias a la determinación de una meta y a la convergencia de los aportes individuales en su logro.
Las derrotas suelen acechar a los equipos que compiten… perder no debería sorprender ni cuestionar. Al contrario, debería ser motivo de un aprendizaje variado, intenso, positivo y proactivo. Aprender con sencillez para corregir los errores, incorporar nuevas practicas, aceptar sus limitaciones, modificar estrategias o simplemente reconocer y aplaudir cuando el rival ha sido superior. Está visto que todo equipo que brega con constancia, combinará en su trayectoria triunfos, fracasos, dolores, derrotas… etc.; pero el foco de su complacencia, gratitud y alegría estarán en haber sabido mantenerse fiel a su propia naturaleza.
II
Una orquesta sinfónica tiene la misión de sonar con altos estandares de perfección y belleza. El oído se complace con el arte de combinar con armonía las notas que resuenan con intensidad en las costuras del alma. Por lo general, toda orquesta se compone de una partitura – texto de la pieza musical – de un director y de unos instrumentos. Cada cual diferente y con funciones distintas. El sonido consumado: melodía, ritmo y concordia que suena con majestad, al unisono e inundando todo un teatro, emana de la actividad: ora simultanea, ora espaciada pero, siempre oportuna de los instrumentos que, – ¡oh paradoja! –entre ellos, no son iguales e incluso hasta en los sonidos que emiten. La orquesta supone diversidad en número y en tipo de instrumentos, es mas si tuviera un mismo y especifico instrumento, dificulto que pueda denominarse “orquesta”. La diversidad y diferenciación es su condición. ¿Qué tienen en común el piano y el clarinete? o ¿el tambor y la guitarra? No obstante, en una orquesta su concurso, su presencia y su participación son de primer orden, por tanto, como tienen que convivir es preciso que ajusten su modo de relacionarse o vincularse. Este ajuste pasa por procurar conocerse mutuamente y por adelgazar lo que impida que lo propio y singular pueda externarse con trasparencia y coherencia.
Aunque suene a reiterativo, es preciso partir de la evidencia de que cada quien es diferente, pero… no con la fuerza de un ajeno, o de un absolutamente otro. Al respecto, la razón le asistía a Borges cuando se “preguntaba en verso, ¿quienes somos? Para mí son un ansia y un arcano/ una isla de magia y de temores/ como lo son tal vez, todos los hombres” [2] A mayor abundamiento, un autor moderno afirma que: los idiomas de los hombres y de las mujeres tienen las mismas palabras, pero la manera de usarlas ofrecía significados diferentes. [3] Entonces, ¿qué los asemeja o que comparten? Que son instrumentos y musicales; que son capaces de expresar con ritmo, melodía y armonía la belleza sonora; que son sensibles; y, que son dóciles para dejarse dirigir, etc. ¿Por qué y para qué interesa conocer lo que iguala y no lo que diferencia? Porque en la medida que se entienda y acepte que el sustrato que asemeja es universal se podrá comprender que el modo como afecta, se siente, se expresa, se piensa… es lo diferente. El piano y el clarinete poseen la misma condición y sensibilidad, no obstante, trasmiten belleza mediante sonidos, tonos y acordes distintos. Al punto que el oído humano distingue con nitidez “la voz” de cada cual. Desde esta perspectiva, ¿en virtud de qué argumento el piano se presentaría cómo la medida de lo bello, de manera que “obligue” a los demás instrumentos a renunciar a su propio sonido para asumir el suyo? Razones, ninguna. A lo más caprichos, prepotencias y emociones.
A nivel de los seres humanos, en conexión con los valores, con las virtudes los principios, los sentimientos, las emociones, los dolores, los ideales, las alegrías… etc., el “otro” piensa, siente, cree y percibe materialmente semejante a uno… pero con otra intensidad, frecuencia, duración, resonancia, motivo, prioridad, criterio… etc. En sentido formal, todo hombre tiene una cosmovisión consistente en “un modo determinado de contemplar el mundo” (Edith Stein, 2004). El modo determinado, es el modo particular, no similar, por el que cada quien procesa, metaboliza percepciones y vivencias que tienen atributos, matices, enfoques y perspectivas personales. Por esta razón, al comunicar se aporta y se recibe. Se narran las vivencias, se intercambian modos de ser y de comprender la realidad, porque la mirada de cada interlocutor es capaz de iluminar los lados opacos, colorear los relieves y acentuar las formas, configurando una obra de arte compartida: uno añade líneas y el otro aporta las curvas.
El mayor riesgo que puede presentarse en un relación interpersonal y grupal es que alguien presuma que la propia y particular posición es la que deban asumir como insumo para contemplar el mundo quienes comparten o integran un mismo ámbito. No obstante, lo sensato y eficiente es que por caminos distintos – que no absolutamente – se configure un norte común pero participado que, no es un lugar al que se arriba, ni tampoco un logro tangible, es proteger sin cesar el vínculo que se genera, a través del conocer, escuchar, comprender, respetar y aprender de un quien, que es singular e irrepetible, pero que convergen en la misma condición: son personas.
[1] Ayllón, José Ramón, “Los nuevos mitos” Ed. Palabra, Madrid, 2012, p. 47
[2] Ayllón, J. R. ob.cit. p. 59
[3] Gray John, Los hombres son de marte y las mujeres de venus, 2012, Ed. Oceano, Mexico DF, p. 81