Hace poco más de una semana sucedió algo que nadie había considerado como posible, ni siquiera aquellos que en sus más álgidos delirios reivindican una “Primavera Latinoamericana”. Y si es que bien en América Latina a lo sumo hemos tenido un veranito de San Juan, si tenemos en cuenta lo sucedido desde el 2019, lo que por estos días acontece en Cuba nos ha dejado perplejos, claro que más esperanzados a unos y más mudos a otros.
Santiago de los Baños, una ciudad cercana a La Habana, fue el epicentro del mayor estallido desde el «Maleconazo» de 1994. Por ello, recalco que debemos de comprender lo ocurrido el pasado domingo 11 como un estallido más que un movimiento, ya que ello responde a una reacción en cadena y espontánea de la propia población sin líderes visibles. Esto, claramente, se entiende a partir de que si bien existen algunos pocos movimientos opositores, muchos de ellos se encuentran descabezados o perseguidos por el régimen, por lo que su margen de acción es limitado.
De esta manera, y conforme fueron pasando las horas y días, cada vez más cubanos a lo largo de toda la isla se fueron sumando a las protestas al grito de “Patria y Vida” en comparación del “Patria o Muerte”, tan romántico, tan de Guerra Fría y tan venido a menos por obra y gracia de los revolucionarios gobernantes. Se habló de una ciudad liberada, Camagüey, en donde las fuerzas del orden se plegaron al levantamiento; sin embargo, al momento de escribir estas líneas pocas actualizaciones hay sobre ello. Lo más probable es que la represión se haya agudizado y el corte de internet se mantenga. Nada especialmente sorprendente para una dictadura, ¿no?
Y hablar sobre lo ocurrido en Cuba nos obliga a hablar del embargo. Más de uno de moral complaciente y vista abultada le achaca la totalidad de la situación a las sanciones que Estados Unidos le impuso al régimen de la isla por allá en 1960, luego de que Castro y compañía expropiaron empresas estadounidenses, las cuales representaban gran parte del volumen de inversión en esos años. Si bien ello es uno de los factores a tener en cuenta para explicar la situación por la que la isla atraviesa, no es siquiera la principal causa del fracaso del régimen.
A datos del año 2019, Cuba exportó $1.21 mil millones e importó $5.28 mil millones[1]. Claramente, su balanza comercial no es la más saludable. Pero ello no se explica necesariamente por el embargo, a veces llamado bloqueo. Veamos si no los principales productos de exportación de Cuba y sus principales socios, ambos en orden de importancia: por un lado, tabaco, azúcar, níquel, licor y zinc; por otro lado, China, España, Países Bajos, Alemania y Chipre. Entonces, los invito a considerar las siguientes preguntas: ¿Qué pasaría si Cuba permitiera la libre competencia a fin de propiciar el desarrollo y la innovación?, ¿cómo cambiaría el panorama si se atrajese capital privado extranjero mediante políticas especiales de inversión, al más puro estilo chino si quieren?, y más aún, ¿cómo se desarrollaría la empobrecida sociedad cubana si se prestara al menos un poco de atención al comercio de servicios más allá del turismo?
Seguramente, la respuesta a esas preguntas sería: “pues dejaría de ser Cuba”. O, al menos, la Cuba que se conoce desde 1959. Pero es necesario no ser mezquinos y señalar el bienintencionado paquete de reformas económicas, que incluía la tan ansiada reforma cambiaria, llevada a cabo por el Díaz-Canel, actual mandatario de la isla. Pero, ¿cuál fue el problema con ello, por qué no hubo mejoras? Debido a que se dio en plena pandemia, a inicios del 2021, cuando el turismo había descendido a niveles realmente catastróficos y como respuesta a una situación que de por sí ya se tornó insostenible. Hambre, miseria y represión por más de 60 años, pues la aguantaron. Hambre, miseria, represión y pandemia, pues se comieron el miedo.
Entonces, ¿qué pasará, caerá por fin el régimen que tantas pasiones desata? Sinceramente, no lo creo. De acuerdo con la Teoría Prospectiva, el ser humano tiene aversión a la pérdida, las cuales pondera por sobre las ganancias en escenarios similares. Ahora, cuando se dan contextos especialmente críticos que implican un enorme riesgo, se suele hacer todo lo necesario para mantener al menos el status quo.
Trasladando lo anterior al caso cubano, el régimen Castro puede no tener grandes ambiciones y la élite revolucionaria permanecerá tranquila mientras controlen lo que siempre han controlado, y vayan ganando a paso lento en ciertos aspectos. Sin embargo, cuando atraviesan una situación crítica que amenaza su estabilidad, comodidad y permanencia en el tiempo, como la serie de protestas producto del estallido visto el domingo 11, ¿qué creen que podría pasar? Pues, aferrarse con uñas y dientes a lo que consideran como propio desde hace más de 60 años, lo que implicaría reprimir sin miramientos a quien sea necesario. Lo que pueden perder es mucho más que cualquier ambición de victoria pasada, presente o futura.
En conclusión, esperar el fin de una dictadura y de la miseria establecida en un pueblo por más de 60 años tomará un buen tiempo. El régimen de la isla tendrá que cambiar en algún momento, tal vez cuando la generación que estuvo a bordo del “Granma” pase al retiro definitivo de la otra vida, tal vez cuando la oposición logre articularse y tener cabezas visibles, tal vez todo ello junto. Por ahora, es necesario atender las necesidades de la sociedad cubana, por lo que será crucial una respuesta articulada de la comunidad internacional y la buena fe del régimen para permitir ello. Pero sobre todo, queda demostrado de nuevo que el modelo soñado y forjado a sangre y fuego no da para más. Ojalá que esta vez sea definitiva, pues más de 60 años ya estuvo bueno.
P. D. Mi total solidaridad y deseo de libertad para las más de 400 personas, entre activistas, periodistas y ciudadanos en general, detenidas/desaparecidas a manos del régimen durante estos días de protesta.
[1] Datos tomados de https://oec.world/en/profile/country/cub