¿Han oído hablar de la Ley de Murphy? Es aquella que reza: «Si algo puede ir mal, pues saldrá mal»; o, si se quiere ser menos optimista, «si algo va mal, puede ir peor».
Nuestro país no se caracteriza por un si quiera correcto cumplimiento de las leyes, muchas de las cuales resultan incumplibles desde su propia concepción y más aún si se acumulan en cantidades grotescas, pero la Ley de Murphy parece haber encontrado terreno fértil. Me explico.
El 2016 trajo un Congreso intransigente que desembocó en el fin del periodo de PPK para dar inicio al régimen del hoy tan popular «Lagarto». Nada parecía que podría empeorar, sino que hasta ánimos y buena fe hubo a pesar de que el país empezó a descalabrarse frente a nuestras narices: crisis del sistema de justicia, referéndum populista y cierre inconstitucional del Congreso.
Con la llegada de la pandemia todo empeoró, a lo que se sumó el play de honor del Parlamento que hoy tenemos, más alborotador que el anterior. Pero el Ejecutivo no se quedó atrás, sino que el régimen vizcarrista, con un manejo nefasto e ideologizado de la crisis sanitaria, nos sumió en el hoyo del que a duras penas podríamos haber empezado a asomar la cabeza. Pero no, la crisis en noviembre, el «vacunagate» y un gobierno mazamorra no nos permitieron olvidar que vivimos en un país de instituciones débiles.
La llegada de las vacunas y la campaña electoral podrían significar un respiro, una bocanada de esperanza para que todo esto mejore y por fin empecemos a escalar, a tientas, hacia nuestra salida y recuperación de cara al bicentenario. Pero ¿qué creen?
De las vacunas no me voy a ocupar en específico, pues los aciertos y desaciertos sobre ello ya son bastante conocidos por todos. En contraste, sobre lo que quisiera hacer una breve reflexión es la campaña electoral, las opciones que tenemos hacia las elecciones del próximo 11 de abril y las posibles consecuencias.
De acuerdo con los últimos sondeos, vemos nichos de votación que nos dibujan un panorama nada alentador. Para la segunda vuelta podríamos tener un enfrentamiento entre Lescano y López Aliaga, pero el aún gran porcentaje de indecisos aprieta tanto que seguridad es lo que menos se tiene. Sin embargo, sí que hay amenazas claras.
¿Alguno de ustedes quisiera presenciar de primera mano la debacle de un país mientras que sus libertades le son restringidas en aras de un proyecto político vanidoso que dice tener la fórmula mágica de solución? Pues eso es lo que proponen muchos de nuestros célebres candidatos. Sean de izquierdas o de derechas, el populismo rampante se cierne como una sombra que nos acecha cada vez más de cerca.
En principio, la amenaza más latente es un posible cambio radical del sistema económico: planificación, intervención estatal y desglobalización son ejes sobre los cuales más de 20 años de desarrollo y crecimiento empezarían a desmoronarse —basta con ver ejemplos regionales—. Pero más allá de ello, es la polarización política y social la principal amenaza para un país como el nuestro que con tanta facilidad coquetea con el borde del abismo.
Por último, ¿consideran a caso que como país podríamos seguir un camino al menos no trágico con un jefe de Estado que se mueve tanto por la ambición como por el resentimiento, que cree saber lo que es bueno y malo, lo que debería o no debería decirse, la forma en cómo nos expresarnos, y, por ende, cómo conducir nuestras vidas tanto en términos sociales como económicos? Yo no lo creo. Y qué decir de la justicia, tan politizada hoy en día, que trata con guantes de seda a unos y con actitud robesperriana a otros. Estamos a puertas de prevenir que ello suceda e intentar al menos que aquello que de por sí ya está mal no vaya peor.