Una verdad invariable en nuestro país es la falta de estadistas con identidad. Padecemos con políticos que no se definen en una posición política. Vivimos en un limbo donde ante cualquier problemática, la falta de identidad nos da una solución: las encuestas, más aún con nuestro -precario de identidad- Jefe de Gobierno, quien sin bancada ni doctrina nos está llevando por un desahuciado sendero.
En una coyuntura política es usual ver decenas de encuestas apuntando a favor o en contra de situaciones, de instituciones y de personas. En nuestro caso, es usual que las encuestas apunten en pro del cierre del Congreso, en contra de proyectos mineros y asegurando que la economía ha de permanecer en un segundo plano.
Sin embargo, no se mide lo fatídico que podría ser un escenario plebiscitario; mas otros conocemos los defectos de esta tendencia, debido a que tenemos memoria, sabemos que la encuestocracia se torna en populismo y, el populismo en una peligrosa demagogia, en otras palabras, nuestra democracia plebiscitaria conducirá al país a la caída del sistema republicano.
Para entender el síndrome encuestocrático de Martín Vizcarra hemos de remontarnos al año pasado. ¿Qué sucedió en el 2018?. Bueno, un sector de la población -del 75 al 80% de peruanos, según Datum- le exigió al presidente que varíe nuestro sistema político, por audios en el Consejo Nacional de Magistratura (CNM), por la popularidad baja del Congreso de la República y, corrupción dentro de ciertas organizaciones políticas. En esta línea, el mandatario no tuvo mejor alternativa que leer las encuestas y actuar de acuerdo a estas, pues ese es su estilo: ser popular.
Entonces, iniciamos la debacle democrática: se propuso realizar un plebiscito para que nosotros, el pueblo, votemos. Los resultados son pragmáticos y nos han demostrado que este actuar es fatalista. La reforma 1, de transformar el Consejo Nacional de la Magistratura en Junta Nacional de Justicia (JNJ), nos resultó con 3 aprobados en primera instancia, uno en la final y la renuncia de este por presión mediática, es decir, sin nada ni nadie en la JNJ. La reforma 2 y 3 no han variado en lo absoluto el panorama.
Luego de su primer paso siendo encuestocrático, el 28 de julio solicitó elecciones adelantadas -porque las encuestas sostienen que es lo que la mayoría quiere- solo dos días después de la elección del nuevo titular del Parlamento, Pedro Olaechea, es decir, ni siquiera dio un mes para que la nueva Mesa Directiva se instaurara y pudiese generar diálogo. Pero lo mencionado no es lo peor, el hecho es que lo propuesto en la reforma política, tan exigida por Martín y compañía, quedaría sin efecto en estas elecciones adelantadas, ergo, la razón por la cual todos se quejan del Congreso (la poca rapidez con la que se trabajó la reforma política) no tendría efecto. Entonces, ¿alguien me puede explicar cuál es el verdadero problema?, si el adelanto de elecciones no resuelve el problema que Vizcarra tenía con el Parlamento Nacional, ¿por qué está tan desesperado?.
Ahora, el presidente ha de haber leído la encuesta de Ipsos que señala que el 54% se opone a Tía María, hecho por el cual suspendió indirectamente la licencia del proyecto. Este hecho sumado a sus audios donde claramente nos hace saber que en cuanto a inversión actúa de forma izquierdista, nos deja con la percepción de un Vizcarra sometido a encuestas y presiones de autoridades como Cáceres Llica, acusado tres veces de violación.
El problema no es que sea populista, el problema es que nos someta a los peruanos a vivir de ello, a decirnos «yo los salvo», dejando de lado que ese modus operandi causa pavor e incertidumbre a la esfera económica internacional y nos daña económicamente de forma contundente.
En fin, no podemos asegurar la política con variaciones constitucionales basadas en encuestas que los peruanos responden en gracia a lo que el presidente desea. La historia ya nos ha dejado en claro que una medida popular no es siempre una medida acertada. Martín Vizcarra ha de dejar de ser un presidente que hace lo que las masas piden y debe de empezar a gobernar, que es la única razón que justifique la mensualidad que, a través de los impuestos, todos los peruanos le retribuimos.