“Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Lord Acton
Desde hace un par de días hemos sido testigos de uno de los escándalos de corrupción más grandes del país desde Lava Jato. En esta ocasión no fueron beneficiados los susodichos con transferencias, codinomes, contratos de asesorías o loncheras, sino con vacunas en medio de una pandemia global y una de las peores crisis sanitarias en nuestra historia.
Mas allá de discutir sobre las responsabilidades políticas o penales de este escenario, quiero profundizar en los móviles que nos han llevado, otra vez, a un previsto y nuevo escenario de corrupción, y creo que podemos empezar por la crítica al concepto de “Estado Fuerte”.
Desde las ideas mercantilistas de Jean Baptiste Colbert en el siglo XVI, hasta las ideas de Karl Marx, casi un siglo después, donde los medios de producción deben de ser arrebatados de los burgueses (llámense privados), se ha tenido este ideario del Estado presente, el cual decide y protege los destinos económicos de las naciones y vela por que sus ciudadanos reciban “lo justo”, que no es otra cosa más que un eufemismo para llamar a las decisiones parcializadas que este pueda tomar.
¿El Estado es parcial? Claro que lo es, ya que los seres humanos somos parciales y tenemos intereses propios. Viramos hacia ellos nuestros esfuerzos, todos queremos hacer cumplir nuestro proyecto de vida, algunos de manera positiva como lo explicaban Adam Smith y Ayn Rand en sus obras; mientras que otros capturan posiciones de poder donde cumplen sus objetivos, sin tomar en cuenta el daño colateral. Este último es muchas veces más propenso en los estados grandes y fuertes.
Muchos amigos desde la izquierda satanizan el lucro del privado como la principal causa de todos estos males, pero esto no puede estar más distante de la realidad. En el libre mercado es el emprendedor o inversor quien, utilizando capital propio, lo arriesga para descubrir las preferencias de sus clientes. Si fracasa, pierde lo invertido, y si no, recibe una retribución. Sus clientes son libres de ir hacia él o, en todo caso, cruzar la vereda del frente y elegir otra opción. El libre mercado no es otra cosa más que la democracia popular, la libertad de elegir día a día quién satisface tus necesidades y el intercambio continuo de bienes propios.
En el Estado está figura de elección se pierde, puesto que como hemos visto en estos últimos días, es este el que decide quién se vacuna y quién no, quién recibe bono y quién no, quién trabaja y quién no, quién puede salir a la calle y quién no. No lo hace por protección o desinteresadamente, no lo hace arriesgando patrimonio, porque el Estado no produce riqueza, lo hace para cumplir sus propios intereses dañando a terceros siempre, ya que recuerden que esto se hace financiado con nuestros impuestos.
La izquierda siempre dice también que esto sucede porque el hombre es inmoral y no es desinteresado, que ellos lo harían mejor por su moral. La verdad es que, a lo largo de la historia, hemos visto miles de regímenes socialistas y comunistas alrededor del mundo donde las cúpulas de poder, “el Estado fuerte”, termina acaparando todo y dejando a las personas sin nada. Mientras el Estado se haga más fuerte, el individuo se hace cada vez más débil.
El escándalo Vacunagate es solo uno más de la larga lista de ejemplos que en nuestra historia hemos vivido. Saludo la propuesta del actual ministro de abrir la comercialización de las vacunas para el sector privado y también las de algunos candidatos que buscan un estado más eficiente y flexible, menos grande y fuerte. En fin, un Estado que no sea botín preciado para los inescrupulosos, sino una responsabilidad.