En la vida nada es seguro. Frase cliché, pero no por ello errónea. En el año 2008, producto de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos, se generó una crisis económica global. Cientos de multimillonarios tuvieron ante sus ojos el desplome de sus fortunas. La que pensaron sería una vida de largos años fructíferos, terminó siendo una broma de mal gusto. En la vida hay bromas de mal gusto y en el fútbol también. Hablar del descenso de Alianza Lima podría ser tildada como una mofa de esas características. En el año 2020, el club íntimo fue un cóctel explosivo de indisciplinas, malos resultados, malas contrataciones, malo todo. Los hinchas comenzaron el año pensando que su club sería protagonista de la Copa Libertadores y su esperanza a fin de año se pinchó como una burbuja.
Hoy, Alianza Lima es el nuevo campeón del fútbol peruano. Solo un año después del “descenso”, remediado en instancias del TAS, La Victoria vuelve a ser el epicentro de la gloria. Una paradoja en todo el sentido de la palabra. Pero, no es la única.
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Tras la obtención del título, Hernán Barcos se agacha y le dice a Jefferson Farfán que se suba a sus hombros. “La foquita” hace caso al llamado sin vacilar. Ambos caminan por la pista atlética del Estadio Nacional de Lima saludando a la gente. Ambos están notoriamente emocionados hasta las lágrimas. Ambos tocan el cielo. Ambos son uno solo. Sus sonrisas son únicas, pero perfectamente reconocibles. Son sonrisas dignas de alguien que saborea la miel de ese tipo de revanchas que te da la vida. Esas revanchas en las que puedes soplar y nuevamente formar una burbuja después de que pensaste que la anterior, la que se pinchó, sería la última.
“¡Siempre te tuve fe ahí y tú sabías… siempre te tuve fe ahí!” grita un eterno Daniel Peredo mientras narra el primer gol de Perú a Nueva Zelanda en el histórico repechaje que devolvió a la Blanquirroja a una Copa del Mundo después de 36 años. “Jefferson no podía irse mal de la selección. Tenía una noche destinada como esa”, expresó el mítico relator días posteriores a la clasificación.
¿Por qué Peredo expresaba esas palabras reivindicativas? Farfán estuvo a un paso de no volver a la selección, por lo menos en la era Gareca. Tras su paso por el Schalke 04, mudó su fútbol a Arabia Saudita, una liga de evidente menor nivel. Sin embargo, ese no fue el problema central. Su lesión en la rodilla y las constantes apariciones en programas de farándula hacían pensar que soñar con un nuevo gol del “10 de la calle” con la bicolor era una quimera.
No obstante, la vida todavía tenía preparada una función más, tal vez dos o incluso más. Jefferson se recuperó y firmó por el Lokomotiv de Moscú. Sus notables actuaciones le valieron el retorno al equipo de todos. Un retorno, valga recordar, sumamente polémico. La prensa se dividió y muchos opinólogos rechazaron tajantemente el regreso del “10”. En medio de murmullos y críticas, demostró que las montañas rusas no solo son juegos mecánicos, también son ciclos vitales. Pero no era la única montaña rusa que este parque de diversiones, llamado vida, tenía tickets preparados para la venta.
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Con 36 años, Farfán volvió a La Victoria para jugar en segunda división. Gracias al reclamo que Alianza Lima realizó al TAS, en el que venció a la Federación Peruana de Fútbol, lograron disputar la primera división. El hijo pródigo, el potrillo, tuvo la posibilidad de volver a casa a lo grande. Las aspiraciones no eran presuntuosas, ninguna casa de apuestas tenía como favorito al equipo blanquiazul para salir campeón a fin de año. Farfán, sin embargo, siempre creyó en el sueño.
No obstante, la ilusión pareció desmoronarse cuando su lesión a la rodilla recrudeció. Los titulares de los periódicos fueron categóricos – para mal- nuevamente. Los opinólogos aparecieron otra vez. En esta ocasión, para mandarlo al retiro. Farfán camina con Barcos en la pista atlética del Estadio Nacional. Es cargado por un jugador de 37 años que también había sido retirado por la prensa tras su experiencia en el fútbol chino con el Tianjin Teda. Ambos son una sola experiencia. Ambos tuvieron una nueva oportunidad. Ambos sonríen porque valió la pena pagar la entrada de la montaña rusa. Ambos explotan de emoción como niños que soplan una burbuja después de que se les pinchó la que pensaron sería la última.