De acuerdo con diversos estudios que se han venido realizando las últimas décadas, se ha podido demostrar que el crecimiento económico de un país no implica necesariamente mayor prosperidad en él. Hoy en día, el manejo de la desigualdad social es visto como uno de los principales indicadores de progreso en una nación. En este sentido, cabe recalcar que cuando empleamos el término desigualdad social no nos referimos a la igualdad como la distribución equitativa de riquezas dentro de una sociedad, sino a la igualdad de oportunidades que el estado puede brindar a sus ciudadanos en aspectos educativos, laborales, políticos y sociales; en aras de mejorar la calidad de vida y el desarrollo humano de todos sus habitantes, con el objetivo de impulsar una meritocracia más justa, erradicar la pobreza y las brechas sociales.
Tras las políticas públicas y económicas adoptabas en la década de los 90, el Perú pudo ponerle fin a la hiperinflación, generar mayor desarrollo a través de la inversión privada, construir los cimientos de nuestra actual estabilidad macroeconómica y, al cabo de 30 años, haber reducido la pobreza en más de 30 %. Evidentemente, ha existido un gran progreso en el país y, como peruano, me siento plenamente orgulloso de que Perú, actualmente, sea reconocido por el FMI como una de las economías más fuertes de la región, que el Banco Mundial y diversos gremios internacionales nos consideren como uno de los principales países para invertir en Latinoamérica y que hasta reconocidas consultoras internacionales como The Reputation Institute nos ubiquen en su ranking como el país latinoamericano con mejor reputación financiera.
Sin embargo, paradójicamente, pensar en todos estos datos financieros y reconocimientos internacionales, también me envuelve en cierta tristeza. Ello debido a que, si bien el país ha experimentado un destacado crecimiento macroeconómico sosteniblemente, factores como la centralización, la corrupción y la mala ejecución del gasto público han impedido que millones de peruanos puedan gozar y beneficiarse de este desarrollo.
Este escenario es sumamente preocupante y va mucho más allá de ser un simple reclamo de «justicia social». Este es un profundo problema que debió preocupar a todos los peruanos desde un inicio, pero por falta de empatía nunca fue tomado de adecuadamente. En todo este tiempo solo estuvimos viendo la punta del iceberg, en la que el Perú no se cansaba de presentar año tras año graves problemas educativos, culturales y sociales. Recién hoy, que las consecuencias de estas «fallas» en nuestro actual sistema empiezan a desbordarse, comenzamos a preocuparnos.
Por ejemplo, muchos de nosotros nos encontramos angustiados por las elecciones, pues estamos a puertas de elegir al presidente del bicentenario y la amenaza comunista está cada vez más cerca. El candidato de izquierda radical, Pedro Castillo, logró acceder a la segunda vuelta electoral tras conseguir un sólido 19 % de votos válidos y, según las encuestadoras, es el favorito para ganar estas elecciones. Llega con la promesa de «cambiarlo todo». Se ha manifestado en contra de nuestro actual modelo económico, la constitución vigente y, en general, en contra del actual sistema. Ante ello, la interrogante que surge en la ciudadanía es: Si la Constitución, el modelo económico y el sistema han permitido al país progresar en gran medida, ¿por qué uno de cada cinco votantes se inclina por el aspirante presidencial que propone «cambiarlo todo»?
La respuesta es sencilla y la encontramos en los porcentajes disgregados por macrorregiones: Castillo arrasó al interior del país, en las zonas rurales y, sobre todo, en las provincias más pobres, justamente en aquellas zonas donde existen muchos peruanos que, lamentablemente, han sido marginados por el Estado. Gente que durante veinte años ha vivido ajena al crecimiento económico del país y que, hoy, dentro de su desesperación, ve en Castillo y sus promesas una luz de esperanza.
Y es ello a lo que precisamente me refería cuando manifestaba que este tema iba mucho más allá de ser un simple reclamo de justicia social y que nos debió preocupar a todos desde un inicio. Estos lideres antisistema y radicales se aprovechan de las «fallas» sistemáticas de un país para hacer política. A medida que haya mayor desesperación y descontento ciudadano, mayor terreno político obtienen dichos caudillos. Hoy, tras 20 años de olvido y marginación por parte del Estado, casi 3 millones de peruanos han alzado su voz en protesta contra un sistema que funciona, pero que los ha dejado de lado.
Para que puedan entender mejor de lo que hablo, aquí les dejo un ejemplo. Desde el año 2009 hasta antes del estallido de la pandemia, el Perú mantuvo un crecimiento económico progresivo (INEI, 2019), de hecho, durante estos años hemos tenido la mejor tasa de crecimiento en todo Sudamérica, inclusive superando a Chile (el mejor país de la región en el ranking de desarrollo humano según la ONU). Sin embargo, paradójicamente, dos años atrás nuestra pobreza alcanzó el 21 % (Telesur, 2019), mientras que la de Chile, apenas un 8,9 %. La pregunta es: ¿por qué?
Es claro que nuestro sistema es bastante eficiente, de lo contrario no habríamos podido mantener aquel crecimiento continuo; sin embargo, nuestras autoridades no lo son. Una evidencia de ello es que en 20 años ningún gobierno de turno se preocupó por reducir la informalidad, lo cual es un problema que requiere de gestión, ya que el sistema por sí solo, no lo solucionará nunca. Esto es bastante serio y no solo por el desorden que pueda representar, sino porque justamente nuestro elevado índice de informalidad, en combinación con otros factores tributarios, nos han llevado a ser el país que menos recaudación tributaria lleva a cabo en todo Sudamérica (OCDE, 2020). Ello, sumado a la mala asignación y ejecución del gasto público, ha impedido que el estado peruano pueda ofrecer más y mejores servicios básicos (como salud y educación) para los más vulnerables (Carlos Parodi, 2021), dejándolos en una clara desventaja e inhabilitándolos de herramientas básicas que podrían ayudarlos a salir adelante e incrementando la falta de oportunidades. ¿Se dan cuenta que la ineficiencia de nuestras autoridades, pintadas como «fallas» del sistema peruano, han ocasionado un daño inmenso en el país?
Otro buen ejemplo es el siguiente. Pese a nuestro destacado crecimiento económico durante estas últimas décadas, un estudio internacional nos ha ubicado como el vigésimo tercer país más ignorante del mundo (Ipsos Mori, 2016) y una investigación estadística nacional realizada por el INEI arrojó recientemente que más de 1 millón de peruanos aún son analfabetos. Una triste, pero cierta, realidad. Curiosamente, la mayor parte de población analfabeta en el Perú se encuentra repartida en Huánuco (16,6 %), Huancavelica (14,9 %), Apurímac (14,5 %), Ayacucho (13,8 %) y Cajamarca (11,8 %), y digo curiosamente por dos razones en específico. La primera, porque dichas cifras demuestran la clara centralización del estado peruano en Lima, evidencia de la gran desigualdad social existente en el Perú y producto de una mala gestión gubernamental. La segunda, porque en todas esas provincias, Pedro Castillo ganó la elección, permitiéndonos hallar una correlación de causa-efecto entre el desamparo del Estado y su cantidad de votos.
También es bastante interesante recalcar que Cajamarca y Huancavelica son dos de los departamentos más pobres del país (Peru21, 2018), pues su índice de pobreza supera el 40 % y una gran parte de sus habitantes no logran, si quiera, ganar el sueldo mínimo establecido a nivel nacional. De esta manera, también podemos evidenciar otra clara correlación existente entre la pobreza y la falta de educación, de la cual políticos como Castillo sacan bastante provecho.
El sistema peruano en realidad no es el problema, sino la pésima gestión que han llevado a cabo una gran parte de nuestras autoridades. Sectores de la izquierda han aprovechado muy bien esta situación para el beneficio político propio; y hoy, gracias a ello, todo lo que con mucho esfuerzo se ha construido en el Perú durante 30 años podría derrumbarse en tan solo meses.
Aún en el supuesto de que Pedro Castillo tenga «buenas intenciones», como ayudar a esta las poblaciones vulnerabels y marginadas a poder salir adelante, sus propuestas son pésimas; y su postura política, preocupante. La gente que ve en él una esperanza, lamentablemente quedará completamente decepcionada, porque incluso, de llegar al poder, su situación podría empeorar. Muchas de las medidas que propone ya han sido aplicadas en el país décadas atrás, obteniendo resultados socioeconómicos nefastos. Asimismo, el modelo económico y sistema estatal que propone es bastante similar al venezolano, y ya sabemos todos el infierno que se vive en dicho país.
Lamentablemente, nuestros últimos gobernantes no han sido capaces de realizar adecuadamente su trabajo y estas son las consecuencias. Lo que este sector popular reclama es completamente justo y nuestras autoridades deben empezar a trabajar en ello en el corto plazo, pues es un problema urgente. Su ineficiencia, falta de ética y falta de compromiso con la población nos ha llevado a ser un país bastante desigual y ello a su vez, tras años de desamparo y promesas incumplidas, ha generado que candidatos con propuestas de cambio radical estén muy cerca de llegar al poder, lo cual sería nefasto, ya que nuestro sistema no ha fallado, sino quienes nos han gobernado.
A las personas de escasos recursos no se le resuelve la vida dándoles dinero, sino dándoles educación. El dinero se les irá volando; en cambio, lo aprendido (personal, cultural y profesionalmente) nadie se los quitará, nunca, y es así como podrán aplicar su conocimiento para poder surgir y superarse. Digámosle no al totalitarismo de comunista y a cualquier otra ideología que proponga igualdad de riqueza: lo que necesitamos en realidad es igualdad de oportunidades.
Anhelo un Perú en el que todos tengamos los mismos recursos para poder superarnos. Un Perú en el que exista una verdadera meritocracia, para que así cada uno pueda construir su propio camino y quien más se esfuerce, quien más se exija y tenga esas ansias de superación, tendrá mayores logros en su vida. Un país en el que no existan más justificaciones de pobreza o falta de oportunidades para no lograr lo que realmente quieras en tu vida. Pues, en ello radica la verdadera libertad del ser humano. ¡Somos libres, seámoslo siempre!