Con frecuencia se escucha hablar de “la nueva realidad”, refiriéndose así al mundo post COVID-19, o al periodo de adaptación, en el que todavía debemos hacer frente a las consecuencias de la pandemia, mientras progresivamente se van mitigando las exigencias de la cuarentena. En medio estaría el periodo más agresivo del contagio, del mayor encierro, ¿ha sido simplemente un tiempo perdido?, ¿una parte de la existencia en la que misteriosamente se nos ha sustraído la vida, en el sentido de vida bien vivida?
Cada quien podrá contar la experiencia íntima que este drástico cambio ha producido en su persona, a las sociedades e instituciones, sea públicas o privadas, no les ha quedado otro camino que adaptarse o morir. La Iglesia no ha sido la excepción y, contra lo que pudiera pensarse, hemos sido testigos de lo que podría llamarse “un fecundo matrimonio entre la fe y la tecnología”. De hecho, el mensaje de la fe se ha adaptado con gran naturalidad al mundo tecnológico; los evangelizadores han asumido el reto de hablarle al mundo en su lenguaje, de forma que ahora su difusión ha sido más capilar e incisiva; en efecto, el público cautivo, ahora más que nunca, estaba ahí, con una actitud marcadamente más receptiva de lo habitual, debido a la crisis humana y existencial causada por la epidemia.
Con rapidez sorprendente, las formas de transmitir el contenido de la fe se han adaptado a las circunstancias. La experiencia de clases, conferencias, meditaciones, retiros, velorios y muchas otras formas de comunicación virtual, le han dado al mensaje cristiano una palpitante actualidad. De hecho, sin buscarlo expresamente, pero “porque el público lo pedía”, incluso la figura del Papa ha sabido capitalizar mediáticamente este triste evento. En efecto, en medio de la consternación global por lo que se nos venía encima, con la consecuente perplejidad que la novedad de la tragedia provocaba, en medio de un océano de incertidumbre, el Papa acertó en hacer lo que sabe hacer: rezar. Pero no rezo solo, rezó en unión a todos los católicos y personas de buena voluntad, y supo darle la visibilidad precisa al evento. Me refiero, obviamente, a la bendición Urbi et Orbi extraordinaria, del pasado 27 de marzo.
Hacía falta que alguien hiciera algo, que alguien tomara la iniciativa y encauzara toda esa inquietud, toda esa zozobra que anegaba los corazones, y Francisco lo hizo. Fue impresionante ver a las cámaras adaptarse al ritmo litúrgico y no al revés. La expectación anhelante de las personas supo adecuarse a la lentitud, los silencios, los ritos, cantos litúrgicos y bendición solemne con el Santísimo Sacramento. Los medios tuvieron que adecuarse a unos modos que no eran los suyos, porque la gente esperaba algo, no sabía muy bien qué, pero entendía que la oración era la respuesta adecuada a la terrible situación que estaban viviendo.
Y a partir de ahí no ha perdido la iniciativa, ha tomado la batuta, la voz cantante, recordando, como siempre, a aquellos que la sociedad prefiere orillar: desde los presos, hasta las enfermeras, desde los dependientes en los negocios, hasta los vendedores de periódicos, desde el personal de limpieza en los hospitales, hasta los que trabajan en la cadena alimenticia. Y siempre haciéndonos rezar y preocuparnos por los demás, por el entorno, por el planeta. Ha sabido así capitalizar una serie de discursos que estaban en el ambiente, y redirigirlos al núcleo del mensaje cristiano, mostrando no solo cómo son compatibles, sino que terminan por ser convergentes. Y en la estela del Papa, los evangelizadores. Que también, nuevamente, se han diversificado. Desde cardenales, obispos y sacerdotes, hasta el pueblo fiel, que comprende cómo no solo es destinario pasivo del mensaje, sino protagonista del mismo. De hecho, en realidad, los comunicadores natos son los fieles cristianos, particularmente los jóvenes, que no precisan adecuarse a los cambios tecnológicos, pues son sus protagonistas. También ellos, a través de redes sociales, han sabido hacer eco al mensaje imperecedero de Jesús. Por ello, esta crisis nos deja más fuertes, pues muchos más están difundiendo la belleza del mensaje cristiano, a través de los medios tecnológicos del mundo actual. Quiera Dios que este matrimonio sea duradero y fecundo.