Entre las experiencias que por lo menos hay que tener una vez en la vida, se encuentra el curso de retiro espiritual. No cualquier tipo de retiro, no uno “de impacto”, sino uno “de silencio.” Cada vez más estamos necesitados del silencio en esta turbulenta sociedad. Cada vez es más necesario encontrar remansos de paz, en los cuales podamos reflexionar sobre nuestra vida.
¿Por qué un retiro espiritual de silencio? Porque la vida contemporánea no nos deja mucho espacio para reflexionar, para pensar y, sobre todo, para cultivar nuestro espíritu. Muchas veces estamos envueltos en la vorágine de la inmediatez. Las redes sociales acaparan nuestra atención, siendo muchas veces nosotros víctimas de su superficialidad. Tener un espacio para estar tranquilos, en un lugar retirado del mundanal ruido; meditando sobre las verdades eternas, esas realidades a las que preferimos darle la espalda en nuestra vida corriente; por ser esclavos de las prisas y los pendientes, es, a fin de cuentas, un verdadero lujo. Pero un lujo, aunque parezca contradictorio, necesario.
¿Necesario para qué? Para tener una visión equilibrada de la vida en general y de nuestra vida en particular. No nos vaya a suceder; como decía san Agustín: «corres bien, pero fuera del camino». Hay que elegir el camino correcto; evaluar las decisiones que hemos ido tomando en nuestras vidas y sopesar, fríamente, si han sido las correctas o no. También hay que proyectar un futuro, pensar hacia dónde vamos para vivir auténticamente nuestra vida; no vaya a resultar que en realidad sea ella “la que nos viva a nosotros”.
Un retiro sirve para contemplar la vida en su conjunto, lo que ha sido hasta ahora; y contrastarla con lo que quisiéramos que fuera o, claramente más audaz, pensar en cuál habría sido el plan de Dios con nuestra vida. Dios “no nos ha hecho en serie, sino en serio”. No somos simplemente un espécimen más de la especie humana, sino que cada uno de nosotros ha sido pensado, querido y amado por Dios. Tenemos la posibilidad de empatar los sueños de Dios con nuestros propios sueños sobre nuestra vida. Ver si han sido compatibles hasta ahora y, si no lo han sido, descubrir los caminos a través de los cuales pueden encontrarse nuestros sueños con los de Dios.
Un retiro espiritual no es periodo de tiempo para realizar una simple introspección, lo que ya sería bastante; sino un espacio para confrontar el sentido global de nuestra vida, de cara a Dios y a la vida eterna. Las verdades eternas muchas veces sirven como telón de fondo que da el punto de contraste a nuestra propia existencia. Las realidades últimas, ineludibles desde la perspectiva de la fe, contribuyen así a cargar de contenido el retiro espiritual; diferenciándolo de otras experiencias análogas de tradiciones religiosas diferentes, como el budismo, donde se busca solo hacer el vacío interior.
Las realidades de la muerte, el juicio, el cielo, el infierno y el purgatorio sirven como puntos de contraste para evaluar nuestra vida. No nos invitan al desinterés por la vida presente, por concentrarnos en la venidera; sino a vivir intensamente el momento presente, precisamente porque aquí es donde nos ganamos la vida eterna. La meditación sobre la muerte le da gran realismo a nuestra vida y permite tamizar las decisiones que tomamos, de forma que descubramos su auténtico valor e importancia. Es una meditación realista, pues aunque no nos guste pensarlo, nuestro tiempo es un recurso limitado, y vale la pena dedicarlo a las cosas que realmente merecen la pena.
En la sociedad de los smartphones y las redes sociales, el gozar de un espacio libre de estos aparatos puede ofrecernos una bocanada de aire puro a nuestro espíritu; sencillamente porque recordamos que tenemos un alma, la cual tiene una vida que espera ser desarrollada a través de las incidencias de la vida corriente. El retiro también nos ofrece el espacio idóneo para confrontar nuestra vida con el modelo de vida de todo cristiano: Jesús de Nazaret. Es la oportunidad de mirarlo con calma para intentar interiorizar algunos de sus gestos, palabras y actitudes. Para dar valor a lo que Él valoraba y, en cambio, quitarle importancia a lo que él no se la daba. Silencio, verdades últimas y vida de Cristo cierran el ciclo de lo que podemos denominar un retiro espiritual.