Hibris (en griego antiguo ὕβρις, hýbris): concepto que puede traducirse como «arrogancia, altanería, insolencia, soberbia, ultraje, desenfreno o desmesura».
Donald Trump será el siguiente presidente de los Estados Unidos. Esta es una realidad que le habrá dado la vuelta al mundo un número de veces para cuando este artículo sea publicado, junto al hecho de que su partido ha logrado tomar la mayoría de los curules del senado de dicho país, además de, al momento de redacción, estar ad portas de ganar también una mayoría en la cámara de representantes.
Como se dice en el mundo de la política americana, Trump y el GOP habrían logrado la trifecta republicana en Washington. Los demócratas, por otro lado, perdieron el terreno ganado en 2020, tras un dramático año que incluyó la súbita y forzosa salida del presidente Joe Biden de la contienda electoral, siendo reemplazado por la vicepresidente Kamala Harris.
La derrota de Harris ha sido particularmente dura para los demócratas, quienes enfrentaron números peores a los vistos durante la contienda electoral del 2016, cuando la derrota de Hillary Clinton llevo a Donald Trump a la Casa Blanca por primera vez. Esta derrota, sin embargo, no ha sido costosa solamente en el ámbito de lo político, pero también en el de lo financiero. La revista Forbes ha estimado que la campaña de Harris logro recaudar cerca de USD 997.2 millones (versus los USD 388 millones recaudados por la campaña de Trump).
Sin embargo, la batalla de Harris siempre fue una batalla cuesta arriba. A lo largo de sus 107 días de campaña, buscaron plasmar a la actual vicepresidente como una candidata del cambio, capaz de virar a la nave del estado americano hacia un mejor puerto. Sin embargo, esta fue, casi que, desde el inicio, una misión imposible. No solamente enfrento el pasivo de ser la segunda al mando de un gobierno poco popular (según el exit poll de CNN, Biden enfrenta una desaprobación del 59%), pero como probo el veterano investigador de opinión pública Frank Luntz en un focus group de votantes indecisos inmediatamente antes de las elecciones, el público no sabía quién era Harris, ni lo que representaba. Algunos de los presentes la caracterizaron como «confusa”, otros como un «misterio». Hubo hasta quienes la tildaron de «falsa», y también hubo quienes dijeron que simplemente «no sabían lo que representaba». El personaje de Harris fue siempre nebuloso, un supuesto producto milagroso de descripción esquiva.
Este fue el primer gran pecado evitable de la campaña Harris. Sin embargo, responsabilizar directamente a la vicepresidente supone ciertas complicaciones. ¿Es culpa suya no haber podido desarrollar una caracterización propia de personaje? ¿Es culpa de Joe Biden por no darle un rol de mayor peso dentro de su gobierno? ¿Es culpa del supuesto racismo y misoginia que denuncian hoy en día decenas de analistas y estrategas demócratas? A mi entender la respuesta existe en un punto medio entre las dos primeras interrogantes. La Vicepresidencia de los Estados Unidos es un puesto extraño, carente de responsabilidades reales con un número limitado de excepciones (presidir el Senado de jure, representar al presidente en su ausencia, y de forma más obvia, estar listo para asumir el cargo presidencial ante cualquier eventualidad). Sin embargo, la iniciativa vicepresidencial ha sido, históricamente, una fuerza interesante para cómo se desarrollaron ciertas administraciones. Vale la pena destacar el rol de Dick Cheney como mente maestra de la política exterior del gobierno de George W. Bush, o la labor medioambiental de Al Gore durante el gobierno de Bill Clinton. Harris, a diferencia de Cheney y Gore, nunca demostró tal iniciativa. Primer strike, y como dije antes, evitable.
El segundo pecado que condeno a Harris fue la plataforma que opto por adoptar. Este pecado, sin embargo, existe en una especie de limbo. ¿A que me refiero? De acuerdo al exit poll de CNN, la cuestión del aborto fue el tema determinante del proceso electoral para el 14% de votantes. 14%. Pese esta cifra, que supone una porción pequeña del electorado, el acceso al aborto fue intrínseco a la campaña de Harris. De forma similar lo fueron los derechos LBGT. ¿Pero por qué digo que la evitabilidad de la adopción de esta plataforma es difícil de definir? Las razones son relativamente simples. En primer lugar, abdicar cualquiera de estas dos causas hubiese supuesto perder a la mismísima base demócrata, una base urbana, con educación superior, y relativamente joven. En segundo lugar, Harris tenía que diferenciarse de Trump de forma clara y contrastante.
Sin embargo, es al evaluar este segundo pecado, la adopción de la plataforma a la que hoy en día llaman woke, que demuestra la arrogancia, la desconexión con la realidad, la hibris de las elites que respaldaron el proyecto de Harris. La liberación sexual, los experimentos de género, la insistencia de una culpa blanca inexpiable, todos puntos de agenda relevantes para personas jóvenes, con educación superior y situaciones económicas relativamente cómodas, claro que sí; pero no particularmente importantes ni existenciales para el grueso de la población. Haciendo referencia a la pirámide de necesidades de Maslow, al votante promedio no le va a importar un comino el acceso al aborto de una mujer a 3 estados de distancia, en una urbe que jamás ha visto, si es que no puede poner comida en la mesa para su familia. Como dije, definir la gravedad de este pecado resulta complicado, puesto a que en teoría, nada detenía a la campaña de Harris si se decidía optimizar otros temas de agenda. En la práctica, sin embargo, la tarea era imposible, y no solamente gracias a una base partidaria que puede ser descrita solamente como oligofrénica.
¿Por qué? Por nuestro tercer y más determinante pecado mortal – It’s the economy, stupid.
Harris fue la cara electoral de un gobierno cuya aprobación, como ya vimos, es relativamente baja, y dicha baja aprobación no es gratuita. El costo de vida para un amplio número de americanos ha subido, y como es de esperar, responsabilizan a quienes están en el poder, grupo el cual, desafortunadamente para sus ambiciones presidenciales, incluye a Harris. Fuera de que el 50+1 de americanos veía a Trump como un candidato más capaz en el área de economía y finanzas, no hay mucho más que agregar. En la arena de la economía, Harris y compañía perdieron la batalla antes de siquiera pisar el escenario del primer debate presidencial.
La derrota de la vicepresidente no puede ser atribuida a un solo culpable. Las realidades demográficas de su partido, junto a una personalidad demasiado camaleónica como para ser memorable garantizaron que siempre se le haría una tarea ardua apelar al votante promedio, a aquel centro electoral que hace y deshace campañas, pero tampoco podemos ignorar el pasivo político que supuso el legado de Joe Biden como presidente, un legado sentido por el electorado en su órgano más sensible – la billetera.