Nuestro país se encuentra ad portas de los comicios electorales presidenciales y congresales. Cada vez que nos acercamos al ejercicio de este derecho democrático, los ciudadanos somos advertidos y amonestados de usar correctamente esta facultad de elección. Aún así, somos conocedores que, reiteradamente, terminamos por decepcionar la aspiración de una elección responsable. Lo común es que, a pocos meses de haber tomado posesión de sus cargos, nuestros candidatos electos terminen por defraudarnos. En mérito a ello, actualmente, presenciamos una evidente crisis de representación política.
Es cierto que los ciudadanos somos responsables de nuestros votos y de aquellos a quienes ponemos al frente de nuestras instituciones. Sin embargo, esta responsabilidad es compartida con aquellos que ponen a los candidatos sobre la mesa de votación. A fin de cuentas, los votantes solo podemos elegir a aquellos que los partidos nos ofrecen como posibles candidatos.
En este sentido, es importante enfatizar la enorme responsabilidad de los partidos políticos al momento de seleccionar y formar a aquellos que nos presentan como defensores de los ideales partidarios. En esto, los partidos políticos nos han fallado. En los últimos años, los candidatos que han encabezado las listas de votación no han sido, en definitiva, los mejores. Esta problemática no sucede por la falta de candidatos competentes al interior de los partidos – al menos no en todos – sino porque los partidos han puesto mayor interés en apostar por candidatos externos, muchas veces más famosos, pero, frecuentemente, menos competentes.
En efecto, estos últimos días, hemos visto cómo candidatos sin partido han buscado un lugar que le permita llegar a la presidencia o a un escaño congresal o cómo partidos sin candidatos han buscado a quien les permita mantenerse un año más en la cédula de votación. Estamos ante el fenómeno conocido como «vientre de alquiler», por medio del cual los partidos políticos son usados como trampolín para poder emerger en la vida política o mantenerse en ella. Esta práctica, termina por prostituir los valores políticos y principios partidarios. La crisis de representación que observamos en nuestra realidad política actual tiene su verdadera raíz en que los partidos políticos no han sabido salvaguardar sus fundamentos y los han negociado al mejor postor.
La postura de un análisis político hecho con seriedad siempre será en desacuerdo con esta práctica pues, los partidos políticos no pueden entregar el cuidado o la representatividad de sus principios a cualquier candidato de paso. En primera instancia, porque, los partidos no pueden olvidar que son portadores de ideales y principios permanentes que, si bien deben ser actualizados en el tiempo y en la historia, deben mantener la esencia que llevo a sus fundadores a ponerlos en marcha. Así, cuando alguien vota por un partido político está eligiendo este cúmulo de valores que el partido político propugna.
De lo anterior, se desprende que un candidato de paso o recién inscrito en el partido no es el más idóneo para representar los ideales de ese partido, porque no siempre es afín a esa misma postura política. Si lo fuera, probablemente hubiera militado en esa agrupación política con anterioridad y no inscribirse en ella un día antes del cierre de las inscripciones. Estos valores, principios e ideales partidarios a los que hacemos referencia forman la identidad del partido político. Esta identidad, que representa a un conjunto de ciudadanos, está enmarcada en una postura política concreta, que ha de ser custodiada por los responsables de los partidos.
El problema de los partidos «vientre de alquiler» es que, los candidatos que integran temporalmente a estos partidos no comparten, necesariamente, la misma postura política o difieren de elementos fundamentales de la identidad del partido. Esto peligroso, porque los votantes terminan por elegir candidatos que son contrarios a su afinidad política, muchos de los cuales terminan renunciando al partido a los pocos meses de asumir el cargo. Otros votantes – un poco más críticos – quedan confundidos y sin saber a quién otorgar su voto pues, se dan cuenta que los partidos políticos se han convertido en instituciones sincréticas, donde no importa la identidad del partido, sino llegar al poder.
Hemos de terminar con esta práctica que, mal usada, hace tanto daño a nuestra política. La experiencia nos demuestra que, quienes han recurrido a ella, han perdido seguidores y adherentes pues, es difícil que los ciudadanos se identifiquen plenamente con partidos inestables, que no les importa cambiar de principios o ser ambiguos en sus doctrinas con tal de logran una curul. Como consecuencia de ella, tenemos una derecha debilitada, una izquierda dividida y una socialcristiana inexistente. Lamentablemente, esto ha ocasionado que nuestros partidos políticos pierdan fuerza y credibilidad, siendo uno de los motivos fundamentales de las constantes crisis políticas.
La política actual ha sufrido varios cambios, muchos de ellos, atroces. Los partidos políticos no son los mismos de antes y no generan el mismo interés que transmitían en sus años fundacionales. Esto es responsabilidad de las nuevas generaciones, que no han sabido mantener y proteger aquello que se les ha heredado. Si queremos un verdadero cambio, debemos reforzar la política partidaria. Los partidos políticos deben buscar robustecer sus principios e ideales y defenderlos, volver al camino. Sólo así se mostrarán sólidos y verdaderos, logrando ser atractivos para tantos jóvenes que buscan encaminarse en esta lucha por el bien común, pero que buscan partidos sólidos y no partidos de alquiler.