“La manera más fácil de finalizar una guerra, es perderla”
George Orwell
Para que esta célebre frase calce dentro del contexto coyuntural, tal vez sea necesario romper con la paradigmática definición de guerra, a la cual la Real Academia de la Lengua Española alude: “Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación”, y actualizarla a la realidad de hogaño. Desligándonos del imaginativo que despierta en la mente, imágenes de fuego y destrucción, abrimos los ojos y nos resulta imposible observar al enemigo, no obstante, sentimos su presencia absoluta en el ambiente, y ante ello, las naciones emprenden medidas de urgencia, algunas con mayor eficiencia que otras.
En nuestro país, entre la incertidumbre y el tiempo como factor limitante, las estrategias propuestas por los líderes políticos constituyen una amalgama de plausibles medidas, con una proporción similar de obtusas y obstructivas ideas, que, en primera instancia, deberían apuntar al beneficio de la nación. En ese sentido, les corresponde a ellos explotar la capacidad creativa, guiada por una ostensiva diligencia en la calidad de las propuestas y su ejecución, con el fin de sostener el complejo, pero poderoso, orden económico, factor causal de la política macroeconómica que nos sostiene en la emergencia, con un arca de reservas de más de 74 mil millones de dólares. Es hora que los mensajes populistas, alimentados por delirios de poder, reconozcan el fundamento científico en el cual se apoya el tecnicismo económico, para filtrar la propagación de ideas que nos auto infringen un daño estructural que podría destruir todo lo logrado durante los últimos 30 años.
Como contraposición a lo económicamente constructivo, durante las últimas semanas algunos proyectos de ley parecieran haberse gestado con el propósito de atacar al sistema privado deliberadamente, sin inmiscuir en los costos sociales que conllevan. Primero, por medio de un eventual retiro de hasta un 25% de los fondos de las AFPs, yendo en contra de la lógica de salvaguardar el valor de los activos para su crecimiento futuro, y, recientemente, el planteamiento de un proyecto a favor de la subida del impuesto a la renta, medida contraproducente que perjudicaría las cadenas de pagos y desincentivaría el consumo en momentos en que es imperativo estimularlo, para emprender rumbo hacia la senda de la recuperación. Ello sin mencionar el desmedido proyecto presentado por UPP (Unión por el Perú), que pretende de reducir en 50% las pensiones de las universidades e institutos, cuando la realidad nos muestra el catastrófico efecto que causaría sobre el sector educativo. Con ésta última propuesta, algunas instituciones quebrarían, y el despido de profesores durante las restructuraciones de presupuesto sería un hecho casi inequívoco.
Para estimar el impacto que tomaría la disposición del legislativo, debemos considerar los flujos de los estados financieros de las instituciones superiores, la siguiente tabla brinda una idea de la magnitud de los gastos de personal docente y administrativo, muestra los ingresos provenientes de enseñanza pre grado y posgrado de seis de las principales universidades privadas del país (principales fuentes de ingreso), además del dinero utilizado para pagar a la planilla docente y administrativa, ambos registros son expresados en miles de soles:
Un análisis más exhaustivo de los números, podría brindar datos mejor interpretables, sin embargo, al constituir la enseñanza el principal ingreso de estas instituciones, es razonable creer que un recorte del 50% de su principal fuente de financiamiento, podría colocarlas en una grave situación financiera, que, probablemente, desencadenaría el quiebre de ellas.
En ese sentido, debemos de considerar que el Perú maneja un abanico de fuentes de financiamiento que han sido diseñadas con el propósito de protegernos ante cualquier eventualidad que propicie la austeridad económica. Es así que, en el marco de la búsqueda de sostenibilidad macroeconómica, contamos con reservas equivalentes al 33% de nuestro PBI, la reciente emisión de deuda a través de la colocación de bonos en el mercado internacional, por un valor de 3 000 millones de dólares, además de poseer el respaldo suficiente para solicitar préstamos a organismos internacionales, si así lo necesitáramos. Por lo tanto, no es necesario el uso de medidas auto infringidas que nos retraerían como sociedad cuando la coyuntura acabe. En lugar de ello, tal vez sea una buena oportunidad para mostrarle a la población los beneficios de formalización, a los cuales se pueden acceder en situaciones como la que estamos viviendo, para lo cual podríamos apuntar a desarrollar un marco de incentivos compuesto de facilidades burocráticas y accesibilidad financiera, mientras paralelamente se amplía la base tributaria.
Es hora que algunos representantes políticos dejen a un lado la utilización de la retórica populista, que nubla la objetividad y que expropia a la realidad de la simbiosis existente entre economía y sociedad. Y nosotros, como ciudadanos, debemos de mostrarle al mundo que, a pesar de contar con deficiencias estructurales, estamos ansiosos por corregirlas, y, que aún en la tormenta, podemos guardar unidad, diligencia y el prospecto de continuar desarrollándonos, como lo hemos venido haciendo durante las últimas décadas. La historia nos ha demostrado que el rumbo de la libertad económica, ha resultado ser más eficiente que otros sistemas, y debemos recordarla cada vez que nuestras libertades individuales se vean vulneradas.