A propósito de la vida después de la cuarentena, muchas personas hablan de la “nueva normalidad”. Según la RAE, “normal” es un adjetivo que hace referencia a lo habitual u ordinario, a aquello que se ajusta a una norma. Probablemente a nuestros ojos, muchos acontecimientos, fenómenos, formas de operar o actuar son o han sido normales ya que se han convertido en habituales. Nos hemos acostumbrado a verlos a diario, a convivir con ellos y tal vez incluso a serles indiferentes.
Según la ONU, para el año 2019 alrededor de 1,300 millones de personas, de más de 7,600 millones que habitan el planeta Tierra, sufrían de pobreza extrema y para este año esta cifra aumentaría entre 40 y 60 millones debido al COVID-19. Para Oxfam, casi 900 millones de personas en el mundo padecen hambre, no tienen servicio de agua potable, ni otros servicios elementales como salud y educación; y, según la ONU, alrededor de 45 millones de personas que se ubicaban en la clase media, caerán a la pobreza debido al coronavirus en Latinoamérica y el Caribe, región que se caracteriza por su desigualdad.
En el Perú, la pobreza afectó a alrededor del 20% de la población en el año 2019, según el INEI (6.5 millones); mientras que un 2.9% de la población vivió en pobreza extrema (alrededor de un millón de personas). Además, el 72% de peruanos tiene acceso a tres los servicios básicos (agua, desagüe y electricidad), el 75% de jóvenes entre 12 y 16 años asisten a la escuela secundaria y 5 de cada 10 mujeres se encuentran en situación de pobreza. Estas son algunas cifras que caracterizaron el contexto antes de la pandemia y durante los primeros meses del año. Sin embargo, estas estadísticas y otros indicadores se agravarían debido al COVID-19; por ejemplo, el INEI ha informado que solo en Lima aproximadamente 2.6 millones de personas han perdido su empleo… ¿Deberíamos habituarnos a convivir con esta situación de pobreza, falta de servicios básicos, carencias, desigualdades? Claramente, no.
El estado ya ha implementado una serie de iniciativas para mitigar el impacto de la pandemia en el país; sin embargo, no será suficiente. ¿No son las organizaciones empresariales y sociales las llamadas a contribuir también con esta labor?, ¿acaso no son ellas las que deben contribuir también con la transformación de estas condiciones que vulneran la dignidad del ser humano, de miles y hasta millones de compatriotas?, ¿cómo comprometerse con este proceso?, ¿qué se puede hacer desde la gestión?
Una de las primeras acciones luego de hacer suyo este propósito, de tener claro que la visión organizacional está alineada no sólo con la generación de valor económico, sino también social y ambiental, es el adecuado mapeo de los grupos de interés. A partir de la identificación de estos actores, que van desde los trabajadores, hasta los clientes, proveedores, las comunidades aledañas, etc., se puede tener mayor claridad respecto a quiénes se tiene más cerca y a los que se puede impactar positivamente. Para empezar, a los trabajadores se les puede asegurar un trabajo formal y condiciones dignas, así como brindar capacitaciones alineadas con el cuidado de su salud en el trabajo, en sus hogares y en su comunidad.
Respecto a los clientes y proveedores será importante involucrarlos en la adopción de prácticas sostenibles, brindarles más y mejor información vinculada con este tema y con la tendencia creciente (muy documentada por diversas publicaciones académicas) en torno a la exigencia de productos sostenibles por parte de los consumidores y el conocimiento de toda su trazabilidad. Así también, será importante implementar iniciativas de Responsabilidad Social con las comunidades más cercanas. Muchas empresas en nuestro país ya tienen prácticas de Responsabilidad Social implementadas, otras están iniciando con éstas y muchas otras están ampliando su alcance incluso a proyectos de impacto ambiental.
Es importante que como sociedad despertemos nuestra conciencia a fenómenos tan críticos como los que estamos viviendo en el contexto de la pandemia y tomemos un rol más protagónico para empezar a tomar acción. Más aún cuando tenemos una posición privilegiada, poseemos los recursos o dirigimos una empresa que nos permite generar un impacto mayor, uno alineado con la sostenibilidad, con modelos sostenibles de negocios. Es nuestra responsabilidad. Las organizaciones tienen el poder de transformar la sociedad gracias a las personas que la componen y toman conciencia de estas problemáticas y, sobre todo, toman acción.
No dejemos de ser agentes de transformación. Personas y empresas que sirven para servir, que persiguen propósitos que van a más allá de incrementar la rentabilidad, que buscan generar un impacto positivo en la sociedad mediante la solución de los problemas que la afectan y que están en su alcance contribuir a resolver. No normalicemos la indiferencia.