Apenas una semana tras la negación de confianza de Cateriano, el Congreso, depositó su confianza en Walter Martos. Una vez posicionado en el Pleno, se dedicó a hacer todo lo contrario a lo que se le criticó a su breve antecesor. Así, centrado en un imposible, ignoró completamente la reactivación, la minería, la inversión y, por consiguiente, la efectiva prestación de la salud. El discurso lindaba lo suficiente con un traspapeleo involuntario como para presentarse como una estrategia premeditada en medio de la crisis.
Al día siguiente, Vizcarra citó a los peruanos a oír un nuevo discurso previsiblemente azaroso. La amenaza había sido pronunciada en el mensaje del profeta de la eterna cuarentena. El matiz, sin embargo, fue un poco más curioso del que esperábamos: la amenaza se conocía, a diferencia de las veces anteriores, la peculiaridad brotó con el mismo pintoresquismo del pico y placa de género. Desde este domingo 16 de agosto, los ciudadanos estaremos prohibidos de contagiarnos de covid-19 de lunes a sábado. Disparatado -para todos menos para él-, optó por imponer la creatividad sobre el sentido común y nos otorgó una prueba más de que la sensatez escasea en el Ejecutivo. “Si no funcionó antes, no hay problema. Hagámoslo otra vez y veremos qué pasa.”
Pero ello no es lo más preocupante: resulta cuanto menos indignante que tenga el descaro de decirnos que el número de contagios aumentó justo después de sincerar las cifras de fallecidos por el virus. Es decir, apenas dos semanas después de admitir que las cifras no eran las que el gobierno presentaba, sino que eran 3 o 4 veces más. Vizcarra pretendió responsabilizar a los peruanos. Por supuesto, alguien tiene que ser responsable por el ocultamiento de información. Para él, lo son todos menos él.
Según el mandatario, hemos tenido hasta 3 mesetas desde el inicio del confinamiento, pero que, a raíz de abrir la economía -tras haberla martillado hasta la agonía- la última habría empezado a subir sin control. Es imposible que tengamos un “rebrote” porque nunca hubo meseta. No 3, ni 2, ni siquiera una. Nada. Y la mejor prueba de ello es que ningún dato lo sostiene.
Ahora, claro, la respuesta del gobierno era pronosticable. Desde que tuvieron la oportunidad, pretendieron dar a conocer cifras distintas, un tercio de las reales, para aparentar un manejo meridianamente exitoso de la pandemia. Pero el tiempo les jugó en contra, y el castillo de naipes oficialista terminó por desmoronarse encima de su propio fraude. Intentaron tapar el sol con un dedo y terminaron quemándose. No les queda ahora más remedio que utilizar los datos reales, aquellos que diversos medios repararon meses antes, pero que no pudieron contra la testarudez oficialista.
En todo caso, si hubo una “meseta”, fue la de la credibilidad de Vizcarra. Pretender engañarnos dando números trastocados -al punto que tuvieron que reconocer públicamente el “error”- y, por si fuera poco, actuar como si las cifras reales no existiesen, es imperdonable. El presidente vive en el Perú, y si decidió confabular para destituir a PPK, y gobernar en su lugar, fue su decisión. Todo acto genera consecuencias. El problema es que a este jacobino no le interesa conocerlas.