La corrupción del derecho avanza aceleradamente. Somos testigos de cómo, cual mujer pública, se vende al mejor postor, colocándose al servicio de agendas ideológicas o campañas políticas, según sea el caso. La justicia se prostituye, absolviendo a inocentes, castigando culpables, en un desesperado intento por manipular la realidad, engañarnos y convencernos con su triste propaganda.
Quizá el caso reciente que mejor lo evidencia es el del doctor Leandro Rodríguez Lastra, competente profesional argentino que en 2017 salvó la vida de un niño prematuro en gestación y la madre, víctimas de un intento fallido de aborto. Como buen profesional y hombre de palabra, coherente con el juramento hipocrático solemnemente pronunciado al inicio de su carrera profesional, salvó las dos vidas. Es decir, no se limitó a salvar a la madre y proseguir con el aborto fallido, asesinando al hijo. Por este terrible “crimen” fue denunciado, no por la madre, sino por la diputada Marta Milesi, defensora del aborto. Claramente la intención es amedrentar a los médicos que quieran salvar las dos vidas, en un intento de obligarlos “por ley” a matar.
Lo peor es que el tribunal ha declarado “culpable” al doctor de “incumplir sus deberes como funcionario público”; es decir, existe el “deber de matar”. Debe quedar claro que el Estado impone la “obligación de matar” a todos los médicos, y cualquiera que la incumpla será debidamente castigado. Puede recibir, desde la inhabilitación de por vida para ejercer la medicina a dos años de prisión.
Mártir significa “testigo”. Un auténtico mártir es testigo de la verdad, alguien que da su vida por la verdad. El Mártir por excelencia sería Jesucristo, que dio su vida por la verdad. El pseudomartirio es la perversión de esa verdad, cuando alguien asesina por una presunta verdad, como el de los terroristas islámicos que se inmolan asesinando. El mártir en cambio es el que sufre injustas agresiones por defender la verdad y la dignidad de su conciencia. Ahora comienzan a haber mártires que defienden la vida.
El doctor Leandro Rodríguez es testigo a un tiempo de la dignidad de la vida, de las dos vidas, madre e hija, y de la integridad de la profesión médica, que no somete al “deber” de matar. Es mártir de su conciencia y competencia profesional que supo sacar adelante a un niño de 23 semanas de gestación que había sufrido un intento de aborto. No es un martirio físico sino “profesional”. Está condenado a sufrir injustas vejaciones por no plegarse a una agenda ideológica o política. Pero es solo el principio. Cual efecto dominó, los prepotentes detentores del poder seguirán persiguiendo, cual caza de brujas, a todo aquel que no comparta sus dogmas de la muerte. Han logrado hacerse con la impartición de la justicia, y la han sometido a sus intereses. El derecho está preso de la política y la ideología.
Esta nueva persecución, este nuevo martirio, será testigo también de la integridad de nuestras convicciones; si nos plegamos dócilmente al canto de las sirenas, al son del que manda, o si valientemente somos testigos de la dignidad de nuestra conciencia y del valor de la verdad y de la vida humana. Seguramente abundarán casos de “comprensible corrupción”, es decir, personas que nada tengan en contra de la vida o del valor de la profesión médica, pero que tampoco tengan las agallas de cargar con las consecuencias. Los que imponen su ideología confían en esta mayoría cobarde, dispuesta a cambiar de modo de pensar a cambio de no tener problemas o adquirir un privilegio.
La experiencia muestra, sin embargo, que el auténtico martirio es atractivo y seduce a las almas más grandes. Tiene un efecto multiplicador de espíritus libres y fuertes, que no están dispuestos a someterse a dogmas prepotentes. El martirio es augurio de un mejor mañana, y mantiene la esperanza de que algún día podamos liberar de nuevo a la justicia de inicuos captores. Así, si por un lado es de temer que el ejemplo de Leandro se multiplique, esa misma multiplicación, a la larga, es motivo de esperanza, pues no podemos vivir siempre cautivos de la mentira.