Hoy, 28 de julio, celebramos 203 años de independencia, mientras que en Venezuela se libra una batalla entre la libertad y la opresión en unos comicios cruciales. La miseria ha convertido al país en un lugar sombrío, donde la libertad es un anhelo que asoma tímidamente cada seis años en elecciones empañadas por el miedo y la desconfianza.
Treinta millones de venezolanos han vivido las últimas dos décadas y media bajo el yugo de una tiranía que Hugo Chávez instauró a fines de los 90. Desde entonces, la oposición ha sido testigo del reemplazo de la democracia y la libertad por la persecución, la tortura y la muerte.
El miedo y el peligro que encarna el chavismo han obligado a más de siete millones de venezolanos a huir, buscando refugio en naciones democráticas de la región. Este éxodo no tiene precedentes y es uno de los más críticos de nuestro siglo. Aquellos que escaparon de la dictadura dejaron atrás sus familias, amigos, hogares y profesiones.
Hoy la historia podría dar un giro, aunque las garantías de transparencia brillan por su ausencia en unas elecciones plagadas de señales de alarma. María Corina Machado, la principal figura de la oposición, logró una victoria histórica en las elecciones internas de hace unos meses; la reacción del chavismo fue la esperada de cualquier dictadura: inhabilitarla con falsos tecnicismos, apartándola del camino democrático.
En su lugar, se presenta Edmundo González, quien hoy se erige como la única opción democrática con posibilidades reales de alcanzar el poder. Diversas encuestas lo sitúan como ganador con casi el 60 % de los votos, superando al sátrapa del Palacio de Miraflores por unos 30 puntos.
Maduro simboliza la miseria y la decadencia de un sistema que se ha demostrado que no funciona, no ha funcionado y no funcionará: la tiranía. Sin embargo, no cabe duda de que luchará hasta su último aliento por continuar sometiendo a millones de venezolanos.
No ha escatimado en sembrar el miedo entre quienes buscan la libertad. Sus amenazas son sólo la punta del iceberg de las consecuencias que podrían desatarse si los resultados no le favorecen. Sin embargo, la oposición ha mostrado una resiliencia histórica en su lucha por recuperar lo que les fue arrebatado hace un cuarto de siglo: la democracia.
Los valores de las democracias liberales, que hoy prevalecen en la mayoría de las naciones de la región –aunque tristemente no en todas–, no pueden ser ignorados. María Corina ha hecho un llamado a Occidente para que vigile y ayude a poner fin al régimen de Maduro y sus cómplices. Pero lo que ocurre en Venezuela este 28 de julio no serán elecciones libres, sino comicios controlados por un poder despótico: más que nunca el papel de las naciones libres jugará un papel decisivo.
Las calles de Venezuela claman por «¡libertad!», una libertad que les fue arrebatada hace cinco lustros, una libertad que muchos nacidos a partir de 1999 jamás han conocido, pero ansían vivir. Este domingo se presenta una oportunidad histórica para avanzar y romper con el statu quo antidemocrático, o para mantener en el poder a un tirano confeso, que prefiere «baños de sangre» antes que dejar el poder.
Desde esta tribuna, donde la libertad de prensa aún nos ampara, anhelamos que Venezuela recupere su libertad.