A 7 meses del inicio de esta draconiana -y aparentemente inútil- cuarentena, uno podría esperar que hubiese algún avance en el sector educación. Después de todo, si los alumnos no podrían asistir a las escuelas, institutos o universidades, lo lógico era que el sistema se digitalizara y la calidad se mantuviera o, en el mejor de los casos, mejorara. El cambio era obligatorio. El problema, para variar, no solo era qué cambiaba, sino quién tenía que hacerlo.
Así, buena parte de este año estuvo caracterizado por una pelea constante entre el populismo mediocre del Congreso y el cantinflesco repertorio del Gobierno por ver precisamente eso: qué salía, qué se quedaba y qué se olvidaba. Contra viento y marea, y como siempre, al caballazo, el Legislativo se mandó con otra grosera inconstitucionalidad al reincorporar a profesores interinos sin título pedagógico a la carrera pública. Una vez más, se sentaron en la noticia y pintaron al lobo de abuelita. El Ejecutivo hizo su parte en volver a Piolín un águila de rapiña. Con muchas apariencias y poco fondo, la reforma-cruzada impulsada por la SUNEDU fue -y es- un fiasco .
Hace menos de una semana los medios vomitaron con tragicómica preocupación una serie de plagios cometidos en el examen de admisión de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Por supuesto que el plagio es inexcusable, pero existe otro lado en la historia: la mayoría de exámenes son “plagiables”, en caso sea existente el término. Hay que ser bastante ingenuo para pensar que, con evaluaciones que poco o ningún criterio exigen, y con materiales a la mano, las personas no van a recurrir a ellos.
Y es que esto sucede desde los colegios hasta las universidades. La mediocridad educativa es sencillamente espeluznante: desde pequeños nos cargan con información poco o nada relevante y nos acostumbran a memorizar, no a pensar. Las pruebas son, no me dejarán mentir, en su mayoría un reto de qué tanta información uno puede retener y qué tanto puede reproducirla con exactitud. Pero es ridículo: la vida no es así.
La vida no nos pone retos de memoria; jamás vamos a estar ante una situación de opción múltiple donde solo una respuesta es correcta -salvo en ciencias exactas-. La realidad nos exige ser críticos y razonar con las herramientas que tenemos a la mano, aprender técnicas, tácticas, ser eficientes y eficaces con nuestros recursos y conseguir nuestros objetivos. Es disparatado pensar que el mundo requiere memorización: exige criterio. Y esto último, salvo por pocos docentes, se ejercita.
La verdadera reforma educativa no pasa por un dedocrático sistema de licenciamiento, ni por la reincorporación de profesores desaforados por no dar la talla, sino por atacar el problema de fondo: qué y cómo enseñar. Mientras sigan discutiendo reformas intrascendentes y no vean que varios de los contenidos impartidos son vanos, y los mecanismos de evaluación, cavernarios, la reforma educativa no reformará absolutamente nada útil.