Durante la última conferencia de prensa del gabinete, nuestra siempre bien intencionada ministra de economía, “Toni” Alva, tomó la palabra para esclarecer aspectos relacionados con “Reactiva Perú”.
No le faltó razón al asegurar que la medida nace como parte del paquete diseñado para preservar el empleo en el país. En efecto, el programa tuvo, y tiene, por objeto lograrlo.
Como toda innovación estatal, padecía de algunos desperfectos, como el Bono Familiar Universal que, como comentaba Beto Ortiz en twitter, tomó el nombre de “universal” porque “hay un universo de posibilidades de que NO te toque”. El programa debió dirigirse principalmente a las micro y pequeñas empresas, las cuales necesitaban un poco más de “oxígeno” que las finalmente aireadas.
Sin embargo, debemos dar un paso atrás para comprender la situación. Alva aseguró que la crisis económica se debe a que “se cerró” el aparato productivo y el Estado, entonces, debía meter la mano e intentar arreglar las cosas. Ahora, diez puntos a la ministra por reconocer que el Estado no produce ni un centavo, sino que vive de exprimir al privado. Por algo se empieza. Pero, hagamos el ejercicio: ¿es que el aparato productivo “se cerró”, espontáneamente, por su voluntad, precaución y procurando no generar mayores problemas, o es que “lo cerraron”?
Recordemos hace no mucho tiempo atrás los alegres “martillazos” de Vizcarra “contra el virus”: “martillazos” consistentes en confinar a toda persona en su hogar, privándola tanto de poder salir como de trabajar. “Martillazos” consistentes en apagar el sector privado y forzarlo a sobrevivir, mientras que el Estado seguía gastando y regulando. “Martillazos” asestados con tanta desidia como astigmatismo.
Lo cierto es que el aparato productor no “se cerró”, lo cerraron. Y lo cerró el Estado. Lo extinguió cual velita de adviento. Decir que “se cerró”, en impersonal, no solo es una forma harto mezquina para sacarse la responsabilidad de encima, sino que es un intento mediocre por quitar los reflectores de quien es el único artífice de semejante catástrofe.
Sin embargo, el Estado, mal que bien, se dio cuenta -tarde, muy tarde- de que no era lo mismo pretender que alguien flote con su peso que con un par de grilletes amarrados a los tobillos. Olvidándose de ser quien los puso, decidió entrometerse (otra vez) para salvar a las empresas de su “espontánea” e inevitable quiebra.
Filantrópicos como siempre, nuestros burócratas emprendieron una cruzada de oxigenación. El único problema fue que ellos escogerían a quién salvarían y que, obvio, lo harían con el bolsillo ajeno. Nunca tan altruistas. Todo esto mientras se hacían los locos, como si no hubieran sido ellos quienes generaron todo esto en primer lugar.
La oxigenada del gobierno, acompañada de “acaparamiento”, “especulación” y “abuso de posición de dominio” fue, para muchos, más un balonazo de oxígeno en la cabeza que una delicada mascarilla sobre la cara. Pero, claro, esa no era parte del plan. Para eso necesitan 3 meses más.
Harry Browne, político americano, decía que el gobierno era bueno en una sola cosa: sabe romperte las piernas, darte una muleta y decirte: “si no fuera por el gobierno, no podrías caminar”. La única diferencia es que, a falta de las piernas, el gobierno también nos rompió los brazos. Por lo menos podemos estar seguros que de algo sirvieron los “martillazos”.