Stuarl Mill (1806-1873) fue un filósofo, político y economista inglés de origen escocés, representante de la escuela económica clásica y teórica del utilitarismo. En 1859 Mill escribe su celebrado ensayo “On Liberty” donde acuña la noción de libertad en la Modernidad: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley”. Para resolver el problema de hasta dónde debe llegar la libertad del individuo y hasta dónde la autoridad que la sociedad, Mill plantea el llamado harm principle (el principio del daño), que estaba fundamentado en la moral y en la religión de la época.
Pero, en la medida que la cultura occidental se fue vaciando del cristianismo y de las tradiciones morales, entonces el harm principle se fue debilitando. Y, si por otro lado, la libertad individual se potenció en el último siglo gracias al desarrollo económico y tecnológico, entonces lo que se verifica hoy en día, es una aceleración de la libertad individual. Y, sin un harm principle suficientemente firme que reconduzca o frene la libertad, esta puede accidentarse y naufragar. En efecto, una libertad que no tiene ningún freno ni ningún suelo donde asentarse, es una libertad que tiene el riesgo de accidentarse y hundirse realmente en la nada. Es como decía el gran poeta checo Rainer María Rilke, “vivir sobre las olas y no hallar asilo, jamás, en el tiempo”.
Es en medio de este naufragio de la libertad moderna, que nos llega esta pandemia del Covid-19, de unos orígenes oscuros y de una conclusión aún más oscura. Por primera vez, la humanidad entera está sufriendo por igual las consecuencias de una tragedia. Ni las dos guerras mundiales afectaron tan globalmente a la humanidad como lo está haciendo el Coronavirus. Todos los países están entregando sus muertos a esta pandemia. Y, todos los países como una regla primera han establecido una cuarentena, o mejor dicho, un aislamiento social obligatorio que ordena a la población permanecer en sus casas. Lo cierto, es que este enclaustramiento obligatorio mundial restringe las libertades modernas del individuo: libertad de trabajo, de movilidad, de asociación, religiosa; y hasta de expresión, ya que con el pretexto de no emitir noticias falsas o alarmantes, surgen iniciativas de penalizar la libertad de opinión. Parece ser que el Covid-19 ha puesto en un callejón sin salida a nuestra orgullosa libertad individual.
Para evitar que nuestra libertad se extravíe en estos tiempos del coronavirus no sería mala idea acudir al viejo Aristóteles, quien decía que “llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro”, que no es otra cosas que la libertad ética. Para él, ser libre es ante todo ser dueño de los propios actos y esto significa que “cada uno es, en cierto modo, causante de su modo de ser”, es decir, ser libre es ser éticos. Ser causante de mi modo de ser significa que yo gobierno mis actos. Consiguientemente, si no domino mis actos entonces seré dominado por fuerzas ajenas a mí, en conclusión: no sería libre. Ahora bien, no somos libres de evitar la pandemia, pero si somos libres de la actitud que tomamos ante ella, y la actitud que nos haría más libres, sería la de aprovechar esta tremenda circunstancia que estamos viviendo para crecer interiormente, para hacernos mejores seres humanos.
Por otro lado, las personas, aparte de producir para satisfacer sus propias necesidades, trabajan también para satisfacer las necesidades de los demás. Muchas veces la gente trabaja no para sí mismo, sino para destinar libremente el fruto de su trabajo al bienestar de otros, como puede ser la propia familia. En efecto, la actividad productora sobra respecto del que produce. Esto es, el fruto del trabajo del hombre tiene como destino a otros como él. Aquí se vislumbra la dimensión donal de la libertad: la libertad de dar todo lo que soy y puedo ser a otra persona. Con la libertad donal ampliamos nuestra libertad hacia el otro, viviendo la solidaridad y unión con los demás; siendo empáticos, compasivos, misericordiosos, agradecidos, respetuosos y amables con el otro.
Finalmente, la urgencia de estos tiempos es la urgencia de la libertad: si no se es radicalmente libre, nuestra vida personal y social se deshumanizarían. Para que eso no ocurra, no nos queda más remedio que buscar armonizar muestras libertades de acción, ética, y donal. Pero, ¿cuál de ellas es más radical? La libertad de acción tiene su centro en la espontaneidad de los sentimientos y pasiones, la libertad ética tiene su principio en la razón práctica; y la libertad donal tiene su núcleo en la interioridad del ser humano. Entonces, a luces vista, para no naufragar en estos tiempos de pandemia, nuestras libertades de acción y ética deben estar subordinadas a nuestra libertad donal. La donación personal al otro debe marcar la pauta para el ejercicio de nuestras libertades en la era post covid-19.