Durante el siglo pasado, surgió un movimiento llamado peronismo que se encargó de arruinar a Argentina y cuyo fantasma aún deambula por el país del sur. «Donde hay una necesidad nace un derecho», inmortalizó Eva Perón, una figura clave del movimiento. La traigo a colación en este escrito para enunciar que esta afirmación no solo es una gran falacia, sino también un discurso que sirve de excusa, al igual que la idea de igualdad económica y tergiversación de los derechos humanos, para luego avanzar con el populismo. El objetivo de los que ofrecen privilegios y servicios «gratuitos» —entre comillas, porque alguien lo tiene que pagar— es ganar votos y popularidad, argumentando que satisfacen de esa forma supuestos derechos humanos. Cuando alguien más lo tiene que pagar, deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio que conseguiste a costa de otro.
Así, estos personajes ofrecen una gigantesca lista de «derechos» como el recibir vacaciones, una vestimenta, una pensión digna, pero nunca te mencionan de donde van a sacar los recursos para ese bien costoso. Lo explicado anteriormente es justamente uno de los pilares del peronismo, del chavismo y todos esos modelos que arruinan constantemente a Latinoamérica al sumergirla en la pobreza extrema usando como excusa la justicia social. Ese término que el mismo Hayek en su obra Derecho, Legislación y Libertad la definió como una palabra indefinida que justifica la intervención del gobierno en una redistribución de la riqueza a través de impuestos y expropiaciones. No hay país en el mundo ni en Latinoamérica donde esa justicia social haya reducido la pobreza.
Para empezar, hay que dejar claro qué es la justicia. Según Luis Pazos, justicia es dar a cada quien lo suyo, acción que se concreta con el respeto de 3 derechos: la vida, la propiedad y la libertad, cuyo garante es el gobierno. Cuando se respeta lo de cada quien, es decir, cuando se respeta el derecho a la propiedad, dice Pazos, empieza el progreso. Pese a ello, ha existido en América Latina una añadidura y tergiversación del término que ha dado nombre a la justicia social, la cual va contra de la justicia. Esto, pues la justicia es darle a cada quien lo suyo, mientras la justicia social es quitarles a unos para darles a otros.
El éxito de esta idea es igual que la del socialismo: legaliza el robo en nombre de los pobres. Un capitalismo de Estado que vuelve dueño de las principales empresas al gobernante de turno, que poco o nada le importa manejarlas porque no son suyas, no hay propiedad real ni tampoco es del pueblo. Esos gobernantes que siempre hablan de repartir para darle a quien no tiene terminan quedándose con la mayor parte. Como en casi toda Latinoamérica se han hecho los gobernantes de grandes fortunas en nombre de la justicia social. Con todo ese dinero que le quitan a los pobres emprenden una serie de proyectos que poco o nada benefician a quienes dice apoyar.
El motor del socialismo es la envidia, la cual es utilizada por los gobernantes para inculcar odio a los que, en teoría, «tienen más». Hay dos tipos de gente rica: la que es rica por su propio esfuerzo, la que crea empleos, vende y compra en un mercado libre, y la que se hace rica a sombra del gobierno. En ningún país socialista la clase trabajadora ha conseguido más que en los países capitalistas. El problema es la pobreza, no la riqueza. Tenemos que buscar que haya más ricos y menos pobres, pero ¿Cuál es la fórmula secreta? ¡Es el empleo masivo! Un gran ejemplo es Estados Unidos, ya que es el país con más personas ricas en el mundo y es donde los inmigrantes mexicanos tienen mejor salario, por lo que reducen la pobreza con más eficiencia que todos los programas sociales gubernamentales en nombre de «la justicia social».
Que haya diferencia de clases no significa que haya más pobreza, el país del norte es nuevamente la clave. Un país donde hay más inmigrantes porque existen mayores oportunidades y mayor movilidad social. Ellos tienen una sola Constitución mientras que aquí, en Latinoamérica, llega cada gobierno a cambiarla con el falso cuento de añadir nuevos derechos. En México, por ejemplo, existe un artículo con 8 páginas que protege a los trabajadores, caso contrario es la Constitución de EE. UU., que no tiene ni una –algo muy curioso, ya que en este último país viven mejor–. Esto quiere decir que las leyes no pueden aumentar riqueza ni trabajos.
El problema de la justicia social radica en que es una excusa para aumentar impuestos, para darle más poder al gobierno, por eso es peligrosísima. Los gobernantes no solo no quieren cambiar de opinión porque la justicia social les da dinero, sino también porque les da poder. Una característica de los gobernantes de Latinoamérica es la hipocresía. Personajes que no viven de la manera en la que dicen pensar, personajes en su momento como Fidel Castro y Hugo Chávez quien llegó a decir que ser rico era malo y terminó siendo uno de los más ricos del mundo. Estos tipos de personas son hipócritas por naturaleza, ya que luego se agarran de estos falsos derechos manipulando la justicia a través de la «justicia social».
Un Gobierno que aplica la justicia, que protege la vida, la propiedad y la libertad genera riqueza y empleos. Este es el remedio que mejor ayuda para combatir la pobreza y la justicia social, que es una especie de justicia injusta que va en contra del verdadero significado de «justicia». Lo único que hace es concentrar la riqueza en el gobierno y generar más pobreza en sus habitantes.
La actuación del Estado debería limitarse a propiciar las condiciones adecuadas para que las personas generen su propia riqueza. Los individuos no necesitamos de las migajas de un gobierno que nos subsidie, que promete y no cumple, que nos corta las piernas, nos da muletas y nos dice que sin él no podríamos caminar. Vivimos en un sistema en el que nos quieren brutos y pobres porque es la forma que tienen algunos regímenes, como los populistas, de perpetuarse en el poder y enriquecerse bajo la idea de la famosa «justicia social», que es lo más injusto del mundo. Les roba a unos para dárselo a otros.