¿Cómo vive la Iglesia el “Día Internacional de la Mujer”? Habría que preguntarle al Papa, pues es su representante oficial. La verdad es que ya lo ha hecho en repetidas ocasiones, pero su mensaje ha generado rechazo por parte del ala más radical del feminismo. Por ejemplo, en el 2019 Francisco twitteó “la mujer embellece el mundo”. Fue duramente criticado: “no somos adorno”. Además, se reabrieron viejos y eternos lugares comunes: “no se meta en nuestros ovarios”, “aborto libre ya”, “entonces por qué no hay ninguna mujer en la curia”; y la letanía podría seguir. Es decir, hay un grave problema de comunicación.
Por todo lo anterior podríamos decir que el Día Internacional de la Mujer se vive, por lo menos, en amplios sectores de la Iglesia, con una sensación agridulce. Con sentimientos encontrados. En efecto, la Iglesia y el Vaticano luchan por la dignidad de la mujer en diversos sectores del mundo. Por ejemplo, la lucha casi personal de Francisco contra la trata de personas, la oposición a los vientres de alquiler por considerarlos nocivos para la dignidad de la mujer, la lucha contra el aborto selectivo de niñas en China y la India, el rechazo de la pornografía; son solo algunos de los rubros en los que la Iglesia presenta diariamente la batalla por la dignidad femenina.
El problema las organizadoras del 8M no valoran esos aspectos. No son visibles. Y siguen denunciando la oposición de la Iglesia al aborto, como si la piedra angular de la dignidad de la mujer sea su capacidad de abortar. Así como exigiendo cuotas de poder en la Curia Romana. Para la Iglesia, esta ceguera selectiva es muy dolorosa, porque aparte de infravalorar su importante papel en la lucha por la dignidad de la mujer, testimonia un hecho en extremo doloroso: estamos perdiendo a la mujer en el mundo. La mujer, que clásicamente desempeñaba y desempeña todavía un papel fundamental en el seno de la Iglesia, poco a poco se va alejando de ella. Sobre todo ocurre las generaciones jóvenes, que se dejan cautivar por los ideales del 8M.
El 8M resulta doloroso también, en algunas partes, porque vemos a unas mujeres poco femeninas transformadas en valkirias furiosas que, en medio de una furia iconoclasta, lo destruyen todo a su paso, cebándose particularmente con los templos religiosos. Resulta penoso tener que defender los templos con cadenas humanas; y muchas veces no se pueden defender todos. En algunos lugares, como en Chile, se ha llegado a incendiar iglesias con motivo del 8M. Tal pareciera que la Igualdad de Género exige como sacrificio la destrucción de la Iglesia.
Es verdad que no todas las que salen a marchar lo hacen con estos aires; son simplemente las más radicales. Pero son precisamente éstas quienes más ruido hacen y quienes encabezan el movimiento. Tristemente, muchas mujeres que marchan por la igualdad, la dignidad o la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer –todas estas causas legítimas que comparte la Iglesia- son utilizadas por un grupo creciente de mujeres, cuya causa es el aborto libre y gratuito; así como el rechazo de la Iglesia. Incluso, monjas católicas han marchado en algunos lugares, oponiéndose a la violencia contra la mujer, y han sido utilizadas como “tontas útiles” por quienes buscan desmantelar a la Iglesia y constituir al aborto en un súper derecho.
Por estos motivos, la celebración del 8M tiene tintes dolorosos para la Iglesia. Ella no puede, sin embargo, dejar de ser fiel a sí misma, lo que supone dos cosas simultáneas, difícilmente conciliables para las feministas radicales. Por un lado, continuar dando la batalla por la igualdad de la mujer y la eliminación de toda forma de violencia hacia ella; su denuncia valiente y profética de todas las formas en la que es vejada su dignidad. Pero, junto a ese rubro en el que podríamos ir de la mano con las feministas, está el otro, al que tampoco puede renunciar, y que es causa de conflicto. La denuncia del aborto como una grave ofensa a la dignidad humana, sumado al hecho de que el sacerdocio esté reservado a los varones por voluntad expresa de Jesucristo. Vista así, la situación de la Iglesia es ambivalente respecto del 8M. Ojalá que podamos encontrar cauces civilizados de diálogo, que pongan el acento más en lo que nos une, que en aquello que nos separa.