En altas horas de la noche de este miércoles, las redes sociales quedaron plagadas de un mensaje tan esperanzador como preocupante: el gabinete daría un paso al costado. Y, tal parecía, el funesto Zeballos saldría por la puerta chica. Para nuestra suerte, se iría acompañado de la comparsa de científicos “sociales” que lo asistieron en su ardua labor por arruinar la salud y la economía.
Esperanzador, por una parte, dado que era inaudito mantener a un elenco que, día tras día, demostraba a todas luces muy poca audacia -y criterio- para hallar soluciones y no generar, de pasadita, uno que otro problema adicional. Tendríamos una renovación y, finalmente, dejaríamos de presenciar los pésimos resultados de Zeballos, Zamora (Salud), Cáceres (Trabajo) y Barrios (Producción), por mencionar algunos. Oxigenar el gabinete era una emergencia.
Sin embargo, la sagacidad de Vizcarra nos ha demostrado repetidas veces su prolijidad para poner en escena a personajes cada vez peores. Pasar de Del Solar a Zeballos, podría habernos dado una pista de su modus operandi: de mal, siempre hay un peor. Es decir, si tuvimos a Farid Matuk como gran arquitecto del “pico y placa de género” para contener la pandemia, podíamos esperar algo catastrófico. No olvidemos a Richard Swing y compañía.
Contra todo pronóstico -y créame, todo pronóstico- hoy juramentaron personalidades que, según parece, romperán con la tradición del mandatario. Por primera vez en mucho tiempo, algunas caras nuevas, y otras no tanto, ocuparían las carteras ministeriales en busca de un mejor panorama. En particular, debemos resaltar la entrada de Martín Ruggiero a dirigir el ministerio de Trabajo, y la tan ansiada salida de Silvia Cáceres, y la entrada de Pedro Cateriano como primer ministro.
Si bien se trata de un ministro joven, es alguien que ha hecho carrera en un estudio de abogados y conoce -a diferencia de los burócratas que nunca han producido un centavo- la aplicación real y las incontables deficiencias de la ley que tan alegremente estos multiplican. La ley, contrario a lo que muchos, incluyendo a la exministra Cáceres, pretenden -o quieren creer-, cuesta. La informalidad, parece entender el nuevo titular de Trabajo, se debe a la ley laboral. Ni más, ni menos.
Regular, legislar, imponer normas, como quiera decírsele, es la causa principal del final tan poco feliz llamado informalidad laboral. Las cifras más generosas apuntan al 70%. Con la pandemia y la exquisitez burocrática, es muy probable que nos encontremos en una maratón por alcanzar el 90%, cuanto menos. La caída del empleo en 55% no ha sido pura casualidad.
El ministro tiene en sus manos la posibilidad de revertir el escenario. Conoce el problema y parece saber cómo solucionarlo. Derogar unos reglamentos y eliminar burocracia, podría ser un buen inicio. Esperemos que pueda hacerlo.
Por otro lado, el exministro humalista, Pedro Cateriano, volvió a tomar las riendas de la PCM. Ampliamente criticado, pero con un poco más de astucia que su antecesor, será el encargado de articular los esfuerzos del Ejecutivo para, en sencillo, evitar que las cosas vayan peor. De lo único que podemos estar seguros, y esperemos seguir estándolo, es que no será tan creativo como para hablar de una “aerolínea de bandera”, o un “solidario” impuesto a la riqueza. Esas ideas se las llevó Zeballos. Y esperemos que ahí se queden. Este el cuarto reparto de Vizcarra: Villanueva, Del Solar y Zeballos fueron un fracaso. Uno tras otro. Pero aún queda un año de este gobierno para evitar dejarnos con un regalito de bicentenario. La excusa inicial fue el Congreso, pero sin Congreso las cosas no fueron mejor. El presidente debe escuchar al sector privado y dar “luz verde” a la cooperación. De otro modo, que Dios nos ayude.