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«Ideario y Programa», con un pie en lo utópico y otro en lo distópico; por Soledad Castillo y Adrián Risco

por Adrián Risco Chang mayo 2, 2021
escrito por Adrián Risco Chang mayo 2, 2021
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Pasado el fulgor inicial de la primera vuelta y habiéndose asentado un poco el polvo, es necesario no solo contemplar el panorama, sino reflexionar sobre lo que tenemos por delante. Al momento de terminar de escribir este artículo, Pedro Castillo de Perú Libre goza de una holgada ventaja frente a Keiko Fujimori de Fuerza Popular. Tamaña diferencia puede tener un abanico de explicaciones válidas, pero igual de importante es pensar qué nos esperaría si el partido del lápiz llegara al poder. Es así que, luego de una lectura y análisis detenido del plan de gobierno de Perú Libre, proponemos responder a dos preguntas centrales: ¿qué nos esperaría a nosotros, los ciudadanos, en cuanto a nuestra relación con el Estado? y ¿cómo se relacionaría con el mundo un Estado gobernado por Perú Libre?

En principio, Perú Libre abraza la teoría marxista -con notas de leninismo y mariateguismo- y propone interpretar la realidad bajo su luz, pues la considera como la más coherente, inteligente y científica (p.8). Nos ofrece “una receta y un remedio” (p. 7). La receta es el programa de gobierno en sí mismo; el remedio, la acción de una sociedad consciente de su “misión revolucionaria”. Además, plantea que, mientras que el partido crea las condiciones subjetivas en búsqueda de una nueva sociedad, el gobierno crea las condiciones objetivas para, en conjunto, lograr el fin último: echar a andar la maquinaria revolucionaria (p.9-10).

Tenemos, entonces, un afán por la utopía comunista basada en una secuencia bastante simple, aunque algo velada. Las ideas de Marx, Lenin y Mariátegui, en su sentido más radical, han encontrado cobijo y eco en un partido. Este partido ha producido un plan denominado Ideario y Programa, el cual guía su accionar y plantea sus objetivos. Con el ideario y el programa, Perú Libre se atribuye la misión casi divina de penetrar la sociedad, cambiar sus pensamientos y sentires más profundos -o azuzar los más coléricos y primitivos- para satisfacer sus intereses partidarios. Pero es necesario preguntarnos, ¿será posible moldear a la sociedad según los deseos de los líderes de un partido?, ¿es posible pasar por alto millones de vidas, pensamientos y sentires individuales para englobarlos en un solo proyecto político prefabricado?, ¿no es esto una descomunal arrogancia?. El candidato presidencial y el autor del programa de Perú Libre, pareja bastante curiosa por cierto, aparentemente no lo creen así. Es más, están preparando el terreno para lograr sus anhelos.

¿Terreno para qué? Pues para llegar al gobierno por la vía electoral. Es así que una vez en Palacio, con el poder en sitio, tocará volver a la sociedad y dar, si no la estocada, el descabello final. De esta manera, se convencería a los “indecisos” y se transformaría el orden social anterior, pero ahora contando con el poder de un Estado agigantado. En forma se plantean cómo lograr el sueño de la revolución. Y qué importa negar la individualidad de millones de personas y anteponerles la ideología del partido. Qué más da si nos devuelven a los años treinta del siglo pasado, cuando los totalitarismos promulgaban conocer el camino correcto para la salvación de sus países. Ya conocemos lo que ello generó: servidumbre, miseria y muerte.

¿Dónde queda la democracia?, podrían preguntarse. Desafortunadamente quedaría solo en el camino hacia el gobierno. Vladimir Cerrón, fundador de Perú Libre y autor de su Ideario y​ Programa, señaló en un homenaje a Ernesto “Che” Guevara que “la izquierda tiene que ir a quedarse en el poder” y “defenderse hasta el último rasguño” para permanecer en él. No olvidemos que el objetivo último del partido es “poner en marcha la maquinaria revolucionaria” (p.10). Posiblemente se hablaría de una democracia popular o plebiscitaria, pero esta no sería sino una degeneración de la democracia, pues es muy probable que no respete la libertad individual y la pluralidad. Por el contrario, posiblemente se formaría una especie de culto a un líder populista (o a una pareja líder) que salió del pueblo, que escucha al pueblo y que monopoliza la interpretación de la voluntad del pueblo. De ser así, nuevamente, retrocederíamos enormemente en la manera de entendernos como individuos, como miembros de una sociedad y como ciudadanos de un Estado.

A nivel externo, un gobierno de Perú Libre significaría también un retroceso en la manera de relacionarnos con el mundo, pues el partido defiende una visión anacrónica de la soberanía del Estado. Se refiere a las fronteras empleando un lenguaje bélico y se muestra excesivamente desconfiado frente a la influencia de actores externos en el Perú, al punto de afirmar que organizaciones como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Organización de Estados Americanos y las ONG internacionales son instrumentos para el sometimiento de los países latinoamericanos. Su actitud frente a Estados Unidos es sumamente adversa, pues, llevando al extremo los planteamientos de la Teoría de la Dependencia, le atribuye a dicho país una voluntad de control absoluto sobre América Latina. Es más, se refiere explícitamente a la existencia de una relación neocolonial y plantea propuestas conducentes a romperla. Sus frecuentes referencias al “imperialismo”, el “neocolonialismo” y la “dependencia extranjera” nos llevan a pensar que su visión de un Estado soberano se acerca al ideal inviable de la autarquía.

Este diagnóstico, a su vez, conduce a propuestas preocupantes. Así, por ejemplo, Perú Libre cuestiona el cumplimiento obligatorio de los tratados internacionales y propone que el “nuevo Estado socialista” cambie esta “penosa realidad” que representa una abdicación de la soberanía (p.65). Esta propuesta, sin embargo, parte de un diagnóstico equivocado y no sería viable ni deseable. Los Estados ejercen su soberanía durante todo el proceso de celebración de los tratados y brindan su consentimiento en obligarse por ellos. Por lo tanto, la soberanía estatal y el carácter obligatorio de los tratados no son antagónicos. Este último, por el contrario, es útil y debe ser preservado, pues brinda seguridad acerca de la responsabilidad internacional de los Estados frente a los compromisos que han asumido. El escenario opuesto sería sumamente incierto y estaría reñido con el Derecho Internacional. Una propuesta de este tipo, por lo tanto, responde a un deseo vano de reafirmar una soberanía mal entendida.

Perú Libre, además, no incluye en su análisis tendencias actuales como el ascenso de China y su creciente influencia en América Latina. Tampoco se posiciona respecto a temas contemporáneos fundamentales como la brecha digital, las energías renovables, el apoyo a la investigación científica y los retos del escenario post-Covid que nos tocará enfrentar. Solo hace una brevísima referencia a la necesidad de contar con una brigada médica internacional para enfrentar desastres, guerras y pandemias (p. 24). Sin embargo, aquí -al igual que en su propuesta de “fronteras vivas” (p.63)- entra en evidentes contradicciones al intentar compatibilizar propuestas cooperativas con un ideario excesivamente celoso de la soberanía del Estado. La crisis sanitaria, económica y social que estamos viviendo nos muestra que, para sobrevivir y prosperar en el mundo actual, se requiere una visión abierta, cooperativa y basada en el desarrollo. El camino contrario podría parecer atractivo desde ciertos puntos de vista, pero no estaría a la altura de los desafíos reales que tenemos por delante.

En conclusión, a juzgar por su Ideario y Programa, un eventual gobierno de Perú Libre sería, paradójicamente, un riesgo para la libertad individual. El autor del programa plantea que el partido gobernante debe moldear a la sociedad según un ideario preestablecido. Sus frecuentes referencias al “pueblo”, su voluntad de permanecer en el poder y su desprecio por algunas organizaciones y normas internacionales que contribuyen a salvaguardar la democracia nos llevan a pensar que un gobierno de dicho partido sería cercano a experiencias populistas y autoritarias del pasado. En el plano exterior, su diagnóstico y propuestas corresponden también a un tiempo al que ya no es posible ni tampoco sería deseable regresar. En este sentido, es profundamente preocupante ver que una candidatura que respalda los planteamientos anteriormente esbozados está tan cerca de alcanzar la presidencia. En caso de que lo lograra, sería fundamental trabajar en la defensa de nuestra individualidad y nuestra democracia, pues, de otro modo, ficciones distópicas propias del cine o la literatura podrían pasar a ser nuestra realidad.

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Adrián Risco Chang

Analista político y de relaciones internacionales

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