El golpe del 30 de septiembre trajo en muchos un espejismo mental tan fuerte como para pensar que el próximo Congreso, quizás, sería mejor que el anterior. Y soy enfático en referirme a un “espejismo”, porque la historia nos ha demostrado exactamente lo contrario una y otra vez. Tal parece que la tenacidad del elector y del político peruano pueden más que los brutales golpes de la experiencia. Si bien el parlamento anterior era lo más parecido a un circo que habíamos tenido en el último lustro, la cantidad de proyectos inconstitucionales era medianamente aceptable, en comparación, por ahora, con su sucesor.
Con tan solo 3 meses en funciones, las iniciativas de nuestro maravilloso parlamento oscilan entre descabelladas formulaciones jurídicas y las más exóticas propuestas económicas. Por supuesto, las mezclas fueron bienvenidas en el tan curioso repertorio legislativo. Y es que estas pintorescas aberraciones no han sido esquivas a nuestros tan innovadores padres de la patria; los actos sesudos, por el contrario, no han corrido la misma suerte. Sin ir muy lejos, la semana pasada se aprobó, entre gallos y medianoche, un proyecto que busca penar con hasta 6 años de cárcel la “especulación” de productos “esenciales para la vida o salud de la persona”, incrementando los “precios de bienes y servicios habituales”.
Estoy seguro, querido lector, que al menos le surgirán las siguientes preguntas: (i) ¿Cuáles son los productos “esenciales para la vida o salud”?; (ii) ¿Qué o cuál es el precio “habitual”?; y, (iii) ¿Quién iría a la cárcel? La respuesta, habrá adivinado, no solo no la tiene usted, sino que el ingenioso parlamentario tampoco tiene idea de cómo responder ninguna de las anteriores, salvo por la tercera. ¿Quién iría preso? Pues fácil: “el productor, fabricante, proveedor o comerciante”, o cualquiera, o todos. Fascinante. No hace falta mucho reparo en la norma para apreciar semejante disparate. Todas las ciencias del saber quedaron suprimidas en escasas horas de discusión. El Estado de Derecho, de pasada, también fue obviado si mayor reparo.
Ahora, el Congreso, fenomenal por sí solo, no es el único protagonista de este ominoso espectáculo. Apoyándose en la demagogia del “estado de emergencia” y la carta blanca que para el burócrata de turno esto significa, el Ejecutivo no se dejó de superar en esta cantinflesca carrera. Este no se quedan atrás: la carrera continúa. Aún queda un año pendiente para determinar quién le hizo más daño al país. Un año en que nuestros epopéyicos bufones definirán quién pisoteó la Constitución con más fuerza.
Ojo, el golpe de estado del 30/09/2019 no fue ni el primero ni el último de los ejemplos: es igual de repugnante que el golpe del 05/04/1992, el del 03/10/1968, entre otros, y todas las leyes y demás normas que, al caballazo, se han sacado en los distintos niveles de gobierno. Y así podemos recorrer toda nuestra historia republicana. Y el problema es que los peruanos, por golpes que nos dé la realidad, nos rehusamos a entender que el problema no es el político como persona: la “renovación” de la “clase política” poco o nada hará. El problema es que al burócrata, sanguijuela de nuestros bolsillos y vividor de nuestros esfuerzos, no le da la gana de obedecer la Ley. “La ley limita al poder”: la regla es clara. O no saben leer o no les interesa hacerlo.
Podemos decir, pues, y sin mucho riesgo a errar, que la esperanza de los que afanosos apoyaron el último golpe fue desbaratada, nuevamente, por la realidad. Mientras nuestros déspotas burócratas (cualidad tan inherente como redundante) no respeten la Ley, tendremos personajes cada vez peores.
Hace unos meses oí a Ricardo López Murphy, ex ministro de economía argentino, decir que Argentina tenía “problemas viejos, ideologías viejas, y propuestas anacrónicas”. Lo que no sabía, es que Perú seguiría el mismo camino.