Durante los últimos meses vivimos en medio de críticas contra el presidente de la República, gran parte de ellas debidamente fundadas por el desconocimiento e incumplimiento de sus funciones. La máxima expresión de ello se evidenció cuando, a nivel internacional, admitió «no estar preparado para gobernar». Quizás, ello le impide analizar uno de los principales problemas que afrontamos: la informalidad cuando no la ilegalidad, que campea en nuestro país.
Eso me lleva a pensar que nosotros, los peruanos, desde el derecho hace siglos, décadas y años vivimos en una creación constante de normas, ante cada hecho o situación respondemos con la ampliación del sistema normativo. Con ello estamos contentos, esperando siempre que una nueva ley cambie la realidad, pero no nos preocupamos de conocer qué significa la conducta como expresión social y, por ende, cómo puede regularse, canalizarse o mejor aún prevenirla.
Podría poner ejemplos de regulaciones a todo nivel que convierten al ejericicio de toda actividad empresarial y profesional en una complicada carrera de obstáculos, mostrando algunas veces empeño en la supervivencia del peruano; pero siempre nos vamos a topar con la informalidad, desde la presidencial hasta la del operario mas simple, vivir al margen de la norma o ignorarla es regla, y como no hay sanciones: felices todos.
Una sociedad democrática sobre la comprensión de su realidad va a reconocer la necesidad de las acciones que debe adoptar, como la dación de normas; y sobre todo va a generar el compromiso de respeto social de la misma. Pero en la peruanísima sociedad peruana vamos a encontrar: falta de certeza en las decisiones de gobierno y regulación, ausencia de reglas para los cambios y mucha ineficiencia en permitir el incumplimiento de las normas, todo ello aunado a un sistema judicial lento y con poca capacidad de adjudicar en forma eficaz la justicia que se reclama. En síntesis, carecemos del hábito de la obediencia o la ausencia de conciencia de tener obligaciones.
Hemos optado por permanecer en una sociedad primitiva, donde al calificar la política de sucia y no apta para personas dignas, no tenemos empacho en elegir gobernantes sin capacidad ni experiencia, ya fuere presidente o congresista. Y, ahora encima nos quejamos, cuando hemos votado mayoritariamente por la reforma constitucional (2018) y elegido a quienes nos representan.
Es la hora de asumir nuestras responsabilidades, de aceptar que la ideología es necesaria, pero no excluyente; es momento de participar en la vida de nuestra nación y recuperar los valores que deben reunir quienes participan en la conducción del país. Si no paramos y reflexionamos para tomar decisiones, mas allá de la coyuntura, solo estaremos contribuyendo a preservar esta sociedad primitiva, que solo nos va a llevar a ser un estado fallido o un reino de la ilegalidad.