Los tiempos de pandemia han generado diversas complicaciones en los sectores económicos, políticos, educativos y religiosos. Ante las diversas dificultades, es loable dirigir nuestra actitud gratificante ante tantas personas que día a día exponen sus vidas y se arriesgan para combatir este virus con tesón y energía.
No es difícil identificar a quienes nos estamos refiriendo: policía nacional, fuerzas armadas, médicos y enfermeros que día a día están al frente de la batalla, y han recibido por apelativo “los héroes de la primera línea”. Y sí que lo son. Sin embargo, hoy quiero dedicar esta columna a hablar de otro tipo de héroes, que, aunque pocos hablen de ellos, día a día luchan y se esmeran para contrarrestar las consecuencias de esta pandemia: los docentes.
El sistema educativo (estatal y privado) ha sufrido un giro inesperado y repentino. Ha sido un reto para todos adaptarnos a un sistema de educación virtual. Los docentes han sabido responder ante esta situación con verdadera hidalguía para contrarrestar las falencias dejadas por la pandemia en la educación.
Los que hemos tenido la oportunidad de estar frente a un aula somos conocedores de la dedicación y trabajo que esto exige. Esmero muy pocas veces reconocido con suficiencia. Programar, preparar clases, dictarlas, dirigir un aula, hablar por horas, así como revisar exámenes y trabajos, son algunas de las funciones que día a día han de ejercer los docentes. A todo esto, hay que añadir que, como reemplazo de las actividades administrativas, muchos docentes deben dedicar tiempo extra al llenado de documentos, sin contar con las horas dedicadas a la capacitación para el uso de las plataformas educativas.
El traslado del aula a la virtualidad ha generado diversas complicaciones a los profesores de hoy en día, muchos de ellos ajenos al sistema propuesto de una educación virtual. Puedo dar constancia del esmero y dedicación con la que muchos docentes se han capacitado con antelación y la ilusión con la que se sientan cada día frente al computador, con ganas de impartir una educación de calidad en un terreno desconocido o novedoso. Es todo un reto para ellos.
Un reto, a veces, no valorado. Y aquí he de alzar mi voz de protesta por ellos. Hace unos días, tuve conocimiento de que muchos docentes han sufrido diversas clases de maltrato durante sus clases virtuales. Y no hablo ahora de aquellos grupos externos que se dedican a sabotear las clases o sesiones ajenas, hablo ahora de aquellos alumnos que, lejos de valorar el esfuerzo de sus docentes, usan los recursos de las diversas plataformas educativas para estropear conferencias y sesiones de aprendizaje.
Alumnos que usan los micrófonos para generar desorden, que usan las pizarras para graficar imágenes obscenas, o incluso, algunos que usan este medio como un intento de “protesta justificada” y que luego salen a las redes a criticar el sistema educativo de sus universidades o colegios, cuando muchos de ellos son los que arruinan el esfuerzo brindado.
No quiero entrar aquí en la discusión de la validez o no del sistema educativo virtual, tampoco en si la remuneración económica por ese servicio es justa o no. Esa será temática de otro encuentro. Lo que no veo justo es que se usen esas disconformidades como pretexto para arremeter contra los docentes. Ellos también están poniendo de su parte, también se están esforzando.
No quiero aquí hacer una apología a todos por igual, sabemos que también hay docentes malos y mediocres, pero he de alzar mi voz por aquellos que son de probada virtud y que, con diligencia y profesionalismo, trabajan día a día por contrapesar las limitaciones que la pandemia ha dejado en el sistema educativo. Exponen su privacidad, se inmergen en un terrenal desconocido para muchos, se exponen a las burlas y al maltrato. Y aún siguen ahí. No tanto por el sueldo, sino por el compromiso y la vocación de formar profesionales de calidad.
Sí, ellos también son nuestros héroes, también combaten desde sus casas. No son los culpables de lo que pasa. Se esfuerzan. También ellos están en la primera línea.