En el tardío cónclave que este texto recibe, precisar el valor o la virtud más importante de un abogado, me resulta una tarea difícil. Casi tortuosa, por el simple hecho de la magnitud que el rol despliega en nuestra sociedad. En una actualidad pútridamente cálida, bajo la sumisión de las conveniencias “útiles”, un abogado es un espejo vestido en traje de gala. Uno sí, recientemente planchado, pero cuyo usuario se sumerge numerosas veces en el caldo de las aguas mayores.
Hervido así en el incoloro cáncer de la putrefacción, solo ínfimos seres logran emerger. Ahí es donde puedo ver una ligera esperanza, un brillo de sol que no proviene del espejo manchado. El hombre no es sino con la humanidad y eso merece rescate. Ese minúsculo hangar de integridad es la única rueda que nos mantiene al borde de la herida. Salivando sobre ella con el anhelo de algún día cerrarla, por más sisífico que parezca.
Sin embargo, en la absurda realidad que nos converge en múltiples facultades. El simbionte puede veinte, treinta veces más y se alimenta de la leguleya necesidad de no morir de hambre. Cómo puede David enfrentarse al mercurio a golpes o piedrazos, cómo podría uno cambiar la tinta de un sello invisible. Dios rara vez escucha a los sacerdotes, porqué escucharía a un abogado. Acaso no hay miles de Biblias en los palacios judiciales, acaso no hemos visto como su polvo se endurece cuando alguien juramenta.
Esa es la terrible realidad a la que un abogado se enfrenta, o aquella donde inclina la cabeza para recibir su sueldo. Quizás, no sea una cuestión de vocación, quizás es mera humanidad. Por eso esta tarea me resulta insoportable, porque a pesar del tamaño de la palabra que se busca, esta es increíblemente impalpable. Y somos muchos los que intentamos engañarnos a nosotros mismos, tratando de darle valores selectos al traje que nos costó o costará seis años de nuestras vidas.
Digámosle integridad, solidaridad, compromiso social o conciencia. En el cuadriculado mundo en el que vivimos, los idealistas mueren o son asesinados. En la brevedad del terno, ¿cuántos aceptarían un disparo como sueldo? Nunca serán los suficientes. Eso queda claro. Pero no hay duda de que existen, hay la probabilidad de que hayamos rozado sus destinos alguna vez. Y esa efímera creencia hacia los exiguos, mantiene a flote la plenitud del oficio y la ceguera fascinación de los padres por tan corrupta institución.
Finalmente, sintiendo que es momento de culminar con la duda inicial. Si yo tuviera que escoger el valor más importante de un abogado, a pesar de mis primeras vacilaciones, este sería la fe. Porque además del dinero, puedo asegurar que es lo único que lo mueve por el mundo. Sin esa sensación de culpa, de permanente deuda con el prójimo, ¿Cómo sería capaz de mirarnos a los ojos? Como lo cantaba Silvio, si no creyera en la pureza, si no creyera en la balanza, en la razón del equilibrio. ¡Qué cosa fuera! Este país, qué cosa fuera.