Durante mucho tiempo las elecciones se han determinado, más que por una férrea convicción política, por el epidémico antivoto. Pero esta tendencia —sabemos casi por instinto— dista mucho de ser algo novedoso: los últimos 20 (o 30) años han estado marcados por la aversión a uno u otro candidato. No hace falta nada más que ver las alianzas entre partidos apenas llegaba la primera —o segunda— vuelta.
Como nunca, el sistema político —terriblemente reformado— llegará a un clímax muy interesante este 2021. De lo que menos podremos quejarnos es del reducido número de aspirantes a la presidencia. Si bien siempre existirán candidatos bastante pintorescos, propio de la biodiversidad de nuestros hacedores políticos, esta vez tenemos —mal que bien— una oferta bastante interesante. Pasando por empresarios como Roque Benavides (quien afirma que no será candidato), académicos como Hernando De Soto, o políticos como Fernando Cillóniz, la derecha peruana tendrá varias opciones interesantes sobre las cuales escoger. ¿Qué podría salir mal, si al fin tenemos personajes conocidos y aceptados? Mejor no escupamos al cielo.
El peor error de la izquierda —además de creer en lo que cree— es ser lo suficientemente uniforme como para formar algo de 10 partidos distintos. Es decir, la «Izquierda Unida» fue y será un imposible tanto material como electoral. Ahora, si bien tenemos candidatos prometedores que separarán a la derecha del progresismo social-confuso del Partido Morado y demás pelotones que brillan entre los grises del marxismo, esta oferta nos puede salir cara. Cara no solo porque, gracias a la brillante Comisión Tuesta, le pagaremos la campaña al caporal Urresti y compañía, sino porque podría dividir el voto.
En medio de una epidemia polarizante y un ambiente en el que ser candidato es casi como comprar una rifa o jugarse la Tinka, la derecha debe unirse y ser un solo contingente para rescatar lo que queda de este país. Tras las múltiples prácticas de boxeo de Vizcarra, las sesudas deliberaciones del TC y la desastrosa coreografía del Congreso, la institucionalidad y el Estado de Derecho están al borde de la muerte (o del suicidio).
Necesitamos un líder con un equipo técnico, criterioso, que respete la libertad económica y personal, el Estado de Derecho. Necesitamos a un líder, no cinco. “El Perú primero”, repite hasta el cansancio el Robespierre peruano. Y tiene razón, no solo porque a algo tenía que atinarle, sino porque, si queremos salvar a este país, debemos hacerlo juntos. El Perú es la prioridad, y como prioridad, no hay lugar para caudillos ni para improvisados.