El desolador panorama político, causado por un agobiante multipartidismo, ha dividido al país en dos luego de confirmarse los resultados del 11 de abril. Por un lado, encontramos a quienes buscan preservar la democracia, el modelo económico que aun con fallas nos dio prosperidad o se respeten los derechos fundamentales. Por el otro, quienes están dispuestos a sacrificar su libertad con tal de no ver a Keiko Fujimori en Palacio, buscan una asamblea constituyente o encuentran en Pedro Castillo una vía para lograr una revolución gloriosa.
Lo cierto es que salvo el 15.6 % que votó por Castillo y el 11 % que lo hizo por Fujimori, al resto le costará depositar su confianza en alguno de los dos y, como es predecible, elegirán lo que a su juicio sea el mal menor, inherente elemento de la política peruana.
El eventual ingreso de cualquiera de estos personajes a la Casa de Pizarro será con poca legitimidad y con un gran porcentaje de miedo por parte de la ciudadanía. Lo que la mayoría de peruanos esperamos es que, acabados los cinco años de mandato, quien haya asumido la Presidencia llame a elecciones en 2026. Sin embargo, uno de los dos personajes ya pone en duda su salida de llegar al Ejecutivo.
El peón
Castillo Terrones postula por un partido radical, de izquierda marxista, leninista y mariateguista. Desde que apareció en el radar político tras realizar manifestaciones sin cumplir protocolos de bioseguridad y desafiando a las autoridades, ya se podía tener una noción de cómo podría comportarse.
Entre la intemperancia en su actuar, su idiosincrasia y los pilares ideológicos de su partido, podemos asumir que tiene una especial afinidad con los regímenes dictatoriales y al irrespeto de las leyes. Este hecho se ratifica cuando dice que «Venezuela es una democracia porque tiene un Congreso». Grandes garantías democráticas ha traído la existencia de un Legislativo que en la práctica está amarrado de manos.
Pero Castillo es peor que eso. El peón de Vladimir Cerrón —ya pronto hablaremos de este personaje—, sin miedo, amedrentó contra la separación de poderes. Desactivar el Tribunal Constitucional y disolver el Congerso, si alguno de estos organismos estatales no se arrodillan ante sus exigencias, es un accionar que ya ha previsto y anunciado. Arguye que tomaría estas medidas con el respaldo del pueblo. En simple, cual golpe de Estado de 1992 y de 2019, Castillo estará dispuesto a callar a la oposición y a quienes no se ajusten a su visión de país, vociferando que el pueblo así lo quiere. Fiel calca del chavismo.
En fin, hemos hablado del títere, aún no del que mueve los hilos y dicta las reglas.
El titiritero
Pedrito no es el único problema de su organización política. En esta, como mencioné anteriormente, se encuentra Vladimir Cerrón, corrupto exgobernador regional de Junín y patrón de Perú Libre. Este nocivo personaje es admirador de una pandilla de sátrapas tan sanguinarios como Ernesto El Che Guevara y miserables como Hugo Chávez.
Su amor por la ejecución de ideas que han dejado hambrientos a miles, es tan incomprensible como cuando manifestó que la pobreza en Venezuela era «envidiable». Sí, tan envidiable que como en tiempos del Muro de Berlín los venezolanos se escapan al Perú y otros países de la región buscando prosperidad.
Asimismo, el delincuente Cerrón —que fue sentenciado por corrupción— ha dejado en claro que de llegar al poder, no tendría disposición de dejarlo: «En la teoría del poder, uno va a quedarse, se defiende con el último rasguño hasta mantenerse en el poder», dijo. En la misma línea, usó como ejemplo a la dictadura chavista, actualmente dirigida por el déspota Nicolás Maduro: «La izquierda tiene que ir a quedarse en el poder, tal y como sucede en Venezuela». Para este personaje, la democracia no existe. Solo hay en él una profunda sed de poder y como rey del tablero está logrando que su peón se corone y nos guíen a un lúgubre sendero tiránico, seguramente sin una salida.
Como cereza del pastel, Vladimir ha anunciado que su programa es «inviable para los ricos» y pretende «devolverle al pueblo sus pertenencias que les fueron confiscadas». ¿Cómo realizará esa devolución? Probablemente como dictadorzuelo expropie, y bajo su juicio, al ser «pertenencias confiscadas», ni siquiera esté dispuesto a pagar un justiprecio. Ese es el peligro que representa el titiritero de Castillo. ¿Respeto por el estado de derecho, la propiedad privada y la democracia? No, ninguna de las anteriores.
La prensa de sus sueños
«El socialismo no aboga por la libertad de prensa, sino por la prensa comprometida con la educación y la cohesión de su pueblo», señala con tinta roja el Ideario y Plan de Gobierno de Perú Libre. ¿Sorprende? No, en lo absoluto. Una prensa a la merced del poder de turno puede ayudar a sostener dictaduras, engañando y ocultando la verdad al «pueblo».
Esta obtusa visión la comparte, en su íntegro, la perniciosa excandidata congresal Zaira Arias. Ella llevó a la práctica la teoría extremista durante la transmisión de Beto a Saber, programa conducido por el periodista Humberto Ortiz. «Vamos a ganar, y tu programa y tu persona se van a tener que retirar», dijo.
Básicamente, Arias confirmó, sin disgusto, lo que harían Pedrito, Cerrón y su pandilla de llegar al Ejecutivo: callar y someter la libertad de prensa, expresión y acceso a la información. Si es capaz de amenazar así a un periodista mediático, ¿qué nos depara a los mortales?, ¿qué no dirán, pero sí piensan y esperan aplicar?
Libre, pero sin libertad
Cual oxímoron, Perú Libre no representa libertad, sino todo lo contrario: una traba irreversible. Entre el cortejo con las dictaduras y las amenazas del peón contra la institucionalidad, un eventual gobierno de Pedro Castillo y Vladimir Cerrón pondría en riesgo la democracia.