Luego de conocerse los repudiables hechos cometidos por el Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP), que dejaron un saldo de 16 muertos en el Vraem, incluidos dos niños, los dedos acusadores y el aprovechamiento político de esta desgracia no tardaron en irrumpir descaradamente, desatando los odios que, animados por la coyuntura electoral, han puesto a nuestro país al borde de una nueva guerra que nunca se terminó por completo, pues a pesar de la victoria aparente de los pacificadores, los enemigos de la paz y prosperidad de los peruanos jamás se rindieron, solo se replegaron estratégicamente.
Si algo caracteriza a los peruanos es que nos cuesta reconocer a nuestro verdadero enemigo. Nos pasó innumerables veces en la historia, y ha quedado en la posteridad aquella frase infeliz dicha durante la guerra que nos costó Arica y Tarapacá: “Antes los chilenos que Piérola”. Es decir, muchos peruanos prefirieron al invasor que incendió nuestras ciudades y reventó a cañonazos a nuestros defensores, dejando sus cuerpos tendidos para el festín de los gallinazos, que, al golpista, antipático, circense pero peruano Nicolás de Piérola.
Y nos pasó lo mismo con los «abigeos» del bienintencionado Fernando Belaunde, que dejó pasar por alto a los psicópatas que empezaron quemando ánforas y terminaron repartiendo pólvora y ANFO al país en nombre de la revolución, la «guerra democrática popular» y, claro, el pueblo. Porque todo lo hicieron en nombre del pueblo, aun cuando muchas veces terminaron despedazándolo a machetazos.
Entonces, algunos señoritos universitarios de izquierda y sus pares en los sindicatos edulcoraron las asonadas de sus camaradas que habían tomado el camino de la lucha armada, quizá por simpatía ideológica, ya lo habían hecho con Hugo Blanco y las guerrillas de los 60; y sobre todo porque, si hay algo que reconocerle a la izquierda, es que a pesar de sus atomizaciones, los une el desprecio a la democracia liberal y el “Estado burgués” que la sostiene, entonces, hacen un solo frente de lucha, inexpugnable ante cualquier revisionismo. Solo cuando el terror ensangrentó sus filas, reaccionaron.
Tras veinte años de narrativa antifujimorista, empoderado en aulas y medios de comunicación, no debe resultar extraño que tanto el recuerdo de Alberto Fujimori como la sola presencia de su hija Keiko en la segunda vuelta, provoquen más repudio que el terror desatado por Abimael Guzmán y Victor Polay, personajes de reducida acogida en la prensa, apenas y conocidos por un puñado de peruanos con canas.
En una campaña electoral tan polarizada como esta, donde por un extremo tenemos a Perú Libre, cuyo fundador, Vladimir Cerrón, se define como marxista-leninista, uno de sus congresistas electos tiene un juicio abierto por presuntamente pertenecer a Sendero Luminoso, y su candidato presidencial, Pedro Castillo, es un radical vinculado al Movadef; y por el otro se presenta Fuerza Popular, que encarna el legado político del padre de Keiko y se atribuye la derrota de los grupos subversivos izquierdistas, las posibilidades de diálogo y reconciliación no son reducidas, sino nulas.
Los fanatismos, tanto del séquito de Castillo como de Fujimori, no son saludables para la democracia que dicen respetar, mucho menos a la hora de estar arrojando acusaciones infundadas de un lado del cuadrilátero a otro como puñetazos traicioneros solo por querer llegar lo más rápido al nocaut. Así como resulta insensato acusar a Pedro Castillo de ser el responsable detrás de la más reciente masacre del Vraem y otras operaciones subversivas del MPCP, es un delirio de la izquierda y los antifujimoristas señalar a Keiko Fujimori como autora intelectual de los crímenes cometidos por una organización terrorista que vive del cobro de cupos al narcotráfico y nunca renunció a su ideología, el marxismo-leninismo-maoísmo.
Caer tan bajo como lo hicieron, este lunes, Cerrón, Alvites y Astengo, al sugerir en Twitter que la derecha o el fujimorismo eran los responsables detrás de lo ocurrido en el Vraem, pone en evidencia que estos personajes han perdido la cordura. Y que los integrantes de los partidos que se hacen llamar de centro o republicanos, solo emitieran declaraciones vagas, fingiendo empatía, evitando en lo posible ponerle la etiqueta de terrorismo a esta masacre, nos alerta quienes no dejan de ser tibios incluso cuando la sangre corre.
Quizá ha llegado el momento de promover —con el apoyo de una bancada democrática— una ley de memoria histórica que sancione severamente a los negacionistas de los crímenes cometidos por el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), establezca un marco de reconocimiento de los héroes civiles y militares que contribuyeron a la pacificación nacional con rituales cívicos de remembranza y agradecimiento ciudadano, y exija un replanteamiento de como abordar el tópico de la guerra contra el terrorismo en la educación básica para no tener más generaciones ingratas y desmemoriadas. Pero, sobre todo, y antes que el MPCP, que no es más que Sendero Luminoso sin Guzmán, replegado en el Vraem y apenas contenido por las fuerzas armadas y policía, amplíen su área de operaciones y confluyan perversamente con las demás izquierdas radicales que acechan nuestra república descompuesta, aprendamos a reconocer al verdadero enemigo. Porque un enemigo no es alguien que solo nos cae mal, sino quien objetivamente resulta nocivo. Comprometámonos de una vez por todas en vencerlo, sin tregua ni vacilaciones.