Hoy Martín Vizcarra fue citado para asistir al Congreso y así defenderse de su -quizás inminente- vacancia. Hasta el día de ayer, lo único que sabíamos, según el general Martos, era que el presidente tendría algo más importante que hacer que dar la cara ante el Parlamento. Contra todo pronóstico, y tras lo que parece fue una epifanía, el mandatario decidió presentarse en el Pleno.
El discurso, más parecido a un grupo de excusas que a una defensa, concluyó con el mismo estilo que caracteriza sus conferencias de prensa: terminó de hablar, se despidió y se fue. Mientras tanto, Roberto Pereira, quien pocos días antes había anticipado y advertido la comisión de varios delitos, como la eliminación de evidencia y la instrucción para que sus subordinados brinden información falsa a la justicia, tomó la posta de la defensa del transparentísimo trastocador de la verdad.
Sería mezquino decir que no fue una buena defensa. Por supuesto. El único problema, es que habría funcionado en cualquier fuero menos en el Congreso. Pereira, tal vez arrinconado por la indefendibilidad de su causa, usó argumentos jurídicos y, por qué no decirlo, también válidos. Sin embargo, los congresistas distan -unos más que otros- de ser jueces. Exponer argumentos técnico-legales a quienes creen que cambiar -o suspender- contratos por ley no es inconstitucional, cuando el texto dice exactamente lo contrario, o que creen que existe un fondo de administrado por la ONP, no me parece la mejor estrategia.
Así, lejos de reducir la rabia colectiva que infesta a quienes quieren la cabeza de Vizcarra en una bandeja de plata, sus actitudes -dotadas de un “huracán” de soberbia y superioridad- no han hecho más que azuzar a las fieras. Hambrientas y jadeantes, los una vez engendros del Robespierre peruano serán, curiosamente, quienes lo escolten a la guillotina.
El Congreso debería vacarlo, y tiene el derecho de hacerlo. Después de hoy, tiene aún más razones para ello. Sin embargo, y si es que la prioridad de los parlamentarios es la que dicen ser, evitarán su salida. Vizcarra saldrá por la puerta chica, de eso no hay duda. Pisotear el Estado de Derecho, torcer la democracia y la ley a su antojo tiene un precio.
Si se salva hoy, no se equivoque, no es por la benevolencia del Congreso, ni por las habilidades de su abogado. Si se salva hoy, es porque deshacerse de él es más peligroso que dejarlo. Si se salva hoy, es porque luego enfrentará las consecuencias. Si se salva hoy, no lo hará mañana.