Como muchos, yo no esperaba -como el presidente- que el actual Congreso de la República fuera onírico. Me negaba a creer en ese Legislativo dócil a la presidencia y adusto con el detestado «fujiaprismo».
El presidente de la República, en cambio, tuvo un sueño, el cual concretó parcialmente el pasado 30 de septiembre. Martín Vizcarra estimó que con la disolución del Congreso se acabaría la confrontación. Sin embargo, lejos de eso, ahora tenemos un Parlamento peor que el anterior, tanto para nosotros, los peruanos; como para el mandatario, quien ahora tiene a populistas como Urresti en el otro lado de la cancha.
El Parlamento se instaló en una coyuntura realmente crítica, el COVID-19 genera desesperación en millones de peruanos, a lo que responde con decenas de iniciativas legislativas, cada una peor que la otra (salvo un par de excepciones); pero ahí no se encuentra el problema.
La problemática
La problemática se suscitó el pasado martes 18 de mayo, cuando el presidente de la República arremetió en este nuevo capítulo en contra del «mejor Congreso», pues este había archivado el proyecto del Poder Ejecutivo que buscaba el deshacinamiento de las cárceles. «Elevamos un proyecto de ley al Congreso (para reducir hacinamiento en penales), y, con suma sorpresa, nos dimos cuenta que lo desestimaron y lo archivaron. Eso nos preocupa», señalaba el mandatario.
La «suma sorpresa» de Vizcarra Cornejo es de alguna manera predecible. Él jamás ha estado de acuerdo con ser democrático y con aceptar que hay quienes pueden pensar distinto. El año pasado, ante cualquier cuestionamiento del Congreso, aparecía un Mensaje a la Nación o esgrimaba la cuestión de confianza para que se aprobaran sus pedidos.
No respeta a quienes piensan distinto, a pesar de que estos cuenten con la capacidad constitucional de tomar la decisión, pues el Poder Legislativo puede rechazar o aprobar la iniciativa legislativa del presidente. En el caso del deshacinamiento de las prisiones se rechazó por una mayoría cercana a los 2/3, con 83 votos en contra y solo 22 a favor; es decir, la representación de todos los peruanos rechazó la medida, pero Vizcarra decide que eso está mal por no ser lo que él quiere.
Que se «respete la paridad y alternancia»
«Cuánto nos ha costado a los peruanos, por ejemplo, establecer que en las próximas elecciones se respete la paridad y alternancia para que la mujer peruana tenga un lugar importante en la vida política de nuestro país. Ese concepto, que es tan importante, se quiere dejar de lado», declaraba el jefe de Gobierno.
Vizcarra se pronunciaba en defensa de la alicaída propuesta de «paridad y alternancia de género», parte de la Reforma Política vizcarrista, la cual se aprobó el año pasado con votos del «fujiaprismo» que tanto odia, y ahora busca ser derogada por el Congreso que se suponía sería mejor. La denomino «alicaída» porque el único partido que cumplió con la norma, el PPC, no logró ningún escaño, lo que deja claro que el peruano no voto según el sexo del candidato, sino, según qué tanto le gustan las propuestas del mismo.
Ahora, el problema no está en el anterior Congreso, el cual defendió dicha norma, tal es así, que hubo 106 votos a favor y solo 3 en contra y 4 abstenciones; al contrario, el jefe de Estado ve un problema en el actual.
Cabe resaltar que, incluso los congresistas más confrontacionales contra el régimen vizcarrista, como son Mercedez Aráoz, exvicepresidente de la República y presidente elegida por el Congreso tras el cierre de este; y Rosa Bartra, expresidente de la Comisión de Constitución, fueron grandes defensoras de la paridad y alternancia de género en el Legislativo pasado. En la ‘Imagen 1’ aparecen ambas, con Marisa Glave, revisando el proyecto previo al debate en la sesión plenaria.
«País moderno»
«No vamos a dejar que la distracción del esfuerzo de todos, por combatir a esta enfermedad dé lugar a cambios sorpresivos que van contra lo que es una democracia moderna, un país moderno como el que queremos todos los peruanos», sentenciaba el presidente.
El problema de esta declaración está al inicio: «no vamos a dejar». El ingeniero moqueguano, ahora, amenaza al Parlamento. Simplemente, cree tener la potestad de decidir qué sí y qué no en otro poder del Estado, como si viviésemos en un régimen absolutista. Se olvida así que nuestra Carta Magna ampara la separación de poderes (art. 43 de la CPP1993).
La actitud déspota de Vizcarra es notoria. Se autoatribuye el derecho de representar al decir «el que queremos todos los peruanos», como si él fuera el que ostenta la labor representativa del Parlamento. Acaso, ha confundido sus atribuciones.
Conclusión
El presidente de la República cree ser dueño de un monopolio político, asume que ser popular le da más poder que a los impopulares, creando dentro del supuesto régimen democrático, uno demagógico. Las palabras del mandatario solo lo han alejado de la posibilidad de entablar un diálogo con el Poder Legislativo, ahogando las posibilidades de realizar una lucha en unidad contra la pandemia. Quizás, los peruanos se apresuraron en despedirse del obstruccionista anterior Congreso o, por el contrario, celebraron la salida de quien era víctima del verdadero obstruccionista, el presidente.