Las puertas de Palacio de Gobierno se abrieron, por fin, para escuchar la voz de un presidente que se acobijó por meses en una actitud reacia contra la prensa para no dar camino a la verdad. Sin embargo, se conoce bien que las oportunidades se pierden y, lamentablemente, ese fue el caso de Pedro Castillo, quien, en lugar de ser directo, optó por eludir preguntas y jugar con las respuestas. Frente a esta situación, no es sorprendente que un sentir común de inquietud y «mal sabor» se extienda por los diferentes lugares del país, de peruano a peruano.
Está de más recordar los cuestionados nombramientos, el poco éxito del deslinde de Vladimir Cerrón, las reuniones en Sarratea, la «sorpresiva» fiesta en Palacio de Gobierno, entre otros. Todo ello fue el embarque del actual gobierno liderado por un maestro rural que no niega haber cometido errores, pero se escuda en su inexistente formación como político y, en concreto, como presidente. Entonces, ¿ese es el problema de origen? Definitivamente no, y entiendo que en este punto no todos los lectores estén de acuerdo.
No obstante, colocándonos en una situación hipotética y sin necesidad de retroceder el tiempo, imaginemos que Pedro Castillo pasa a ser «alumno político» para cambiar el rumbo de su gobierno. Por supuesto, no sabemos con exactitud los cursos que llevará, los profesores que asumirán tal tarea ni el período necesario para que, un día, esté preparado para su cargo. Nada podría garantizarnos que las próximas acciones del gobierno sean dignas de aplausos, porque en realidad se trata de decisión.
Así, es buen momento para señalar que, si de decidir se trata, el jefe de Estado ha dejado en claro no ser capaz para ello. Los errores de su gobierno o, mejor dicho, de sus decisiones, se repitieron una y otra vez; por ello, pasamos de tener representantes vinculados al terrorismo a tener personas incompetentes para sus cargos como Daniel Salaverry. Yo me pregunto, hasta cuándo la palabra de maestro dejará de ser una promesa vacía para respetar, como mínimo, la meritocracia y tener autoridades idóneas.
Debe entender, señor presidente, que su puesto, más que aprendizaje, requiere responsabilidad. No obstante, su gestión presidencial se ha sumergido en la cotidianidad de los escándalos y no es momento de buscar justificaciones sin sustento, sino de afirmar que el compromiso con «el pueblo» ha sido una ilusión provocada.
Aún si todos seríamos peones de su juego al no juzgar sus disposiciones, nos convertiríamos en súbditos de una República democrática sin sentido. Palacio de Gobierno no puede convertirse en ese espacio escolar del que habla, en un laboratorio de prueba-error donde el progreso se sumerje en incertidumbre. Los problemas de Estado necesitan ser atendidos con celeridad.
Es momento de tomar con seriedad el cargo por el que fue elegido por voluntad popular. Los líderes políticos tienen convicción. Empiece a trabajar por el bienestar de la nación y tenga la valentía de rechazar dictaduras que oprimen a su población. La agenda política debe continuar a la par que las investigaciones para finalmente revelar qué hay detrás del misterioso sombrero. Pasarán los meses y no quisiéramos afirmar que, usted, Pedro Castillo, fue el caminante que jamás logró trazar una ruta presidencial.