Hoy celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente y despertamos con una excelente noticia : el «día del sobregiro de la Tierra» retrocede 3 semanas (con respecto al 2019) bajo el efecto del COVID-19. Esto demuestra que, en un corto plazo, es posible ser más eficientes en el uso de recursos cambiando nuestros patrones de producción y consumo.
El «Día del sobregiro de la Tierra» (The Overshoot Day, en inglés) es de cierta manera una fecha «nefasta» porque marca el día en que los seres humanos hemos consumido todos los recursos que los ecosistemas pueden producir en un año. Este indicador, que representa la presión humana sobre la Tierra, es calculado anualmente por el Global Footprint Network, instituto de investigación basado en California.
Esta inversión en la tendencia del aumento de la huella ecológica mundial, obedece a las medidas de confinamiento y paralización de actividades no esenciales en todo el mundo, en el marco de la pandemia originada por el SARS-CoV-2. Los resultados de estas estimaciones que toman como referencia cifras de la Agencia Internacional de la Energía y otras fuentes, prevén una reducción del 14,5 % de la huella de carbono a lo largo del 2020.
Si bien estas cifras son optimistas, son importantes porque demuestran que es posible realizar cambios sustanciales y rápidos. No olvidemos que las cifras positivas que observamos han sido obtenidas sin planificación, que no forman parte de un cambio estructural ni de un cambio a largo plazo en nuestros estilos de vida. Por lo tanto, el desafío que tenemos ahora, en el corto plazo, es que estas estimaciones se confirmen en los hechos. Para ello, los planes de reactivación post-covid-19 deben considerar estrategias ambientales sostenibles y circulares con miras a una reducción de presiones ambientales e impactos negativos.
En el largo plazo, debemos pensar en el inicio de una transición ecológica basada en la desvinculación del crecimiento económico de la degradación ambiental, en el uso eficiente de los recursos y en el cambio de patrones de producción y consumo. Esta transición ecológica requerirá cambios y articulaciones en materia política, económica, fiscal, social y ambiental.
En la actualidad, muchos científicos advierten que estas crisis sanitarias se repetirán, en parte debido al cambio climático y a la afectación de la biodiversidad. Por consiguiente, es urgente integrar el largo plazo en la toma de decisiones a fin de construir una sociedad más resiliente y solidaria, capaz de enfrentar las probables crisis por venir y que piense en lo humano y en su relación con el planeta.
Dicho de otro modo, la crisis ambiental requiere una respuesta política contundente con medidas fuertes y estructurales. Desde hace mucho tiempo conocemos que la degradación de nuestro planeta socava las condiciones de nuestra existencia. Sin embargo, hasta hoy no se ha observado una respuesta política a la altura de los desafíos. Dentro de este marco, las instituciones ambientales actuales deben ser fortalecidas e incluir a la ciencia en la toma de decisiones. Asimismo, es fundamental mejorar la articulación interinstitucional para impulsar temas comunes y evitar el doble esfuerzo en vano. La innovación debe ser una herramienta imprescindible para responder de una mejor manera a las nuevas amenazas que tendremos a futuro. También necesitamos un mayor involucramiento de la sociedad civil, que ya no debe ser vista como la receptora pasiva de decisiones pensadas y elaboradas únicamente por altos funcionarios. En este siglo XXI, las decisiones deben ser compatibles con el respeto de los límites planetarios, de los recursos que los ecosistemas nos proveen, de la huella ecológica, y al mismo tiempo deben basarse en la ciencia y en la inteligencia y creatividad de la ciudadanía.