Bajo el grito de «#liebegewinnt» («el amor gana»), en Alemania se organizó una desobediencia masiva a la Santa Sede. En concreto, a la respuesta negativa que la Congregación para la Doctrina de la Fe dio el pasado 15 de marzo a la propuesta de bendecir parejas homosexuales. Una parte consistente de obispos y sacerdotes alemanes dijeron «no» a esta directriz de Roma, aprobada por el Papa, organizando así el 10 de mayo una bendición masiva de parejas gay en muchas iglesias católicas de Alemania.
Se calcula que hubo alrededor de 110 servicios religiosos en todo el país para bendecir parejas homosexuales, y que sencillamente se trataba de sacar a la luz pública lo que ya se hacía en secreto. Los organizadores justifican su actitud afirmando: «Cada una de estas personas es querida por Dios en la forma precisa, como ellas son y cómo viven. La Iglesia Católica está obligada a encontrar una respuesta a esta realidad, debe encontrar actitudes y ritos». Sin embargo, Georg Bätzing, Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana puntualizó: «Los servicios religiosos tienen su propia dignidad teológica y sentido pastoral y no deben utilizarse como instrumentos para manifestaciones y protesta de la política eclesial».
A la «rebelión alemana» se unen otras voces centroeuropeas discordantes con los dictados de Roma. En Austria, una asociación que aglutina a 350 sacerdotes, lanzó un «llamado a la desobediencia 2.0» para seguir bendiciendo parejas homosexuales. No es extraño, pues el Cardenal de Viena, Christoph Schönborn se ha mostrado favorable a este tipo de sacralizaciones. De igual forma, presbíteros de Suiza y Bélgica comparten el rechazo a la normativa de la Santa Sede. El agua esta revuelta en Centroeuropa para la Iglesia, particularmente en el país germánico, donde su «Camino sinodal» tiende a tomar posturas doctrinales y pastorales heterodoxas.
Roma, por su parte, obra con cautela. Espera porque sabe que está mucho en juego. La cuestión es: ¿hasta cuándo podrá resistir el tirón sin romperse la comunión? En efecto, lo que se trata de evitar a toda costa, es un nuevo cisma en la Iglesia Católica, que rompería la comunión con la Iglesia alemana. De hecho, para muchos, el cisma ya se ha dado, pues los obispos alemanes no parecen estar muy dispuestos a dejarse orientar por la Santa Sede, funcionando de forma independiente. El Papa tiene que soportar con paciencia estos desafíos provocadores. La pregunta es: ¿hasta dónde se puede tolerar la desobediencia notoria, pública, escandalosa, provocadora? ¿Qué eficacia real tendría un llamado de atención formal? No la tienen fácil las autoridades vaticanas ni los pocos obispos alemanes fieles a Roma.
Más allá del hecho concreto (las bendiciones masivas a parejas homosexuales), está el talante provocador y subversivo del evento. Los católicos del resto del mundo contemplamos con mucha tristeza la situación de la Iglesia en Alemania, una Iglesia muy antigua, muy culta. Puede decirse que junto a la de Francia, forman la élite intelectual del catolicismo. Una iglesia con muchísimos medios materiales, con los que ayuda a las iglesias más humildes del mundo (a mí mismo me pagaron los estudios en Roma dos instituciones alemanas). No nos queda sino cerrar filas en torno al Papa y apoyarle con la importante limosna de nuestra oración; porque sin duda, este es uno de los asuntos más delicados y urgentes que están sobre su escritorio.