Hablar de arte contemporáneo es hablar del sinsentido, de la decadencia técnica, de la transgresión burda y de un conveniente reposo en las facilidades de los principios relativistas que justifican la inexistencia de talento de quienes dicen llamarse artistas. Actualmente, se otorga la posibilidad de que el supuesto artista se exculpe de presentar un lienzo en blanco porque es el espectador quien debe atribuir el sentido que precisamente este no tiene. En una sociedad cuyo discurso afirma que todos somos artistas por garabatear un lienzo, resulta complicado desprenderse de semejante facilismo. Cuando todo es arte, nada es arte, ya que eso significaría haber destruido su esencia, concepto, historia y complejidad, para reducir su existencia a lo más inmundo de la ordinariez. Hoy todos quieren ser artistas, pero nadie quiere ni sabe hacer arte.
Palabras de Pablo Picasso, documentadas e incluidas en su testamento intelectual
“Dado que el arte ya no es el alimento de los mejores, puede usar el artista su talento para aplicarlo a todos los cambios y caprichos de su fantasía. Esto abre a su charlatanería todos los caminos. La población en general ya no encuentra ni solaz ni elevamiento en el arte. Pero los engreídos, los ricos, los inútiles y todos aquéllos que quieren llamar la atención sobre sí mismos, encuentran en el arte lo extraño, lo original, lo excéntrico y lo chocante. Yo mismo complací a mis críticos con incontables bromas que ideé y que admiraron tanto más cuanto menos las entendieron. Hoy en día no soy solamente famoso sino también rico. Pero cuando me encuentro a solas conmigo mismo, no puedo considerarme un artista en el sentido sublime de la expresión. Grandes pintores fueron Giotto, Ticiano, Rembrandt y Goya. Yo soy solamente un payaso que entendió a su tiempo y supo sacar ventaja de la estupidez, lascivia y vanidad de sus conciudadanos.”
A lo largo de la historia, diversos artistas han enriquecido al mundo con obras conmovedoras, entusiastas, pesimistas, sublimes y un sinfín de calificativos honrosos. La preocupada perfección de la técnica contribuyó en demasía con majestuosidades pletóricas como “Narciso” o “Las montañas rocosas”. Asimismo, el sobreesfuerzo y la minuciosidad propiciaban esculturas como “La Modestia” o “El David” cuya trascendencia es indiscutible. En este sentido, la técnica implica una conducta esforzada, debido a que esta se nutre y desarrolla a través de la experiencia. Aun así, la historia nos ha dejado obras como “La bóveda de la Capilla Sixtina” o “Las Meninas”, las cuales, como muchas otras, interconectan superlativamente ambos elementos fundamentales.
Siglo tras siglo, los artistas se sometían a altísimos estándares de exigencia y calidad. Esto demostraba una intención intrínseca de superación que permitía distinguir mejoras generacionales y apreciar una variedad profesional de obras, en las que la profundidad, la belleza, la inspiración, los colores, las figuras, el soporte, la materia y las ideas constituían parte y forma . El aporte de un artista inspiraba a la siguiente generación y la motivaba a mejorar su trabajo. Un claro ejemplo es el de Miguel Ángel, quien, inspirado por la minuciosidad de Giotto, tardó tres años esculpiendo “El David”, lo cual grafica aquella dedicación y rigurosidad al momento de crear. Sin embargo, para lamento de algunos y regocijo de otros, a finales del siglo XIX, aquel ascenso perfeccionista redirigió sus principios, valores y formas de concebir el arte.
“La calidad del arte no es un asunto personal, sino que en un alto grado es algo objetivamente trazable” – Jacob Rosenberg
El arte conceptual se ha desligado tanto de los estándares y regulaciones, que hoy en día es común presenciar obras degradantes, insulsas, incoherentes, irreverentes y vulgares. No obstante, esto no significa que sea imposible encontrar algún artista excepcional, ya que en todas las épocas existieron artistas buenos y malos. Sin embargo, el excesivo e incomprensible enaltecimiento del arte conceptual imposibilita que artistas verdaderamente talentosos sean reconocidos, publicados y dignos de algún espacio en los museos.
Por ejemplo, Leng Jun es tal vez uno de los mejores pintores hiperrealistas de la historia y su capacidad de trabajar con el óleo o los matices de forma tan apoteósica lo colocan como un íntegro representante del arte. Pese a ello, los grupos de poder que dominan este ámbito prefieren magnificar expresiones personales vacías o ideas que, incluso siendo intrigantes en algunos casos, no pueden ni deben considerarse arte, ya que una idea no es más que eso, por más buena que esta sea en la teoría.
La semilla de la rebeldía artística: el surgimiento del impresionismo
En Francia existía una competitividad cada vez más estricta y excluyente de aquellas pinturas que no cumplían con dichos estándares. Es así como Édouard Manet no toleró que su más reciente obra “Le Déjeuner sur l’Herbe” fuese rechazada por el Salón de París. Fuertemente respaldado por el grupo de excluidos, propició lo que sería el “Salón de Rechazados”. De esta forma, surge el impresionismo, movimiento que se desliga progresivamente de lo convencional y que reposa en las facilidades que otorga el relativismo artístico. Esta corriente surge a raíz de la rebeldía de aquellos artistas que habían presenciado el rechazo de sus obras por parte de la Academia Francesa de Bellas Artes. En dicho contexto, la ideología relativista desconfiguraba la belleza objetiva y categórica, desprendiéndola de la obra y colocándola en el ojo del espectador. De esta forma, los impresionistas empezaron a reemplazar lo objetivo por lo subjetivo, rechazando así, los estrictos estándares universales que “limitaban” sus expresiones individuales.
Es relevante recalcar que las primeras generaciones de impresionistas desafiaban la convencionalidad, manteniendo y desarrollando diversas técnicas de luz, pinceladas, intensidad de color o manejo de perspectivas. Así, se crearon meritorios cuadros como “El Ensayo” o “Mujer con sombrilla en el jardín”. Pese a ello, las generaciones posteriores presentarían un declive gradual con respecto a la calidad artística de las obras, en las cuales cada vez se implementaban menos componentes técnicos. Asimismo, empezó una visible resignación a lo que podían ofrecer los conceptos, se fueron destruyendo completamente los esquemas estilísticos y se abrieron las puertas para lo que hoy se conoce como arte postmoderno o contemporáneo, el cual se encuentra plagado de obras sin sentido alguno y que degradan la calidad artística de innumerables generaciones pasadas.
“La belleza artística no consiste en representar una cosa bella, sino en la bella representación de una cosa” – Immanuel Kant
El arte contemporáneo sostiene que, a raíz de la invención de la cámara fotográfica, la intención de representar la realidad había perdido el sentido. Los artistas debían desarrollar nuevas visiones y dejarse conducir por la imaginación. En este sentido, el relativismo artístico se concentra en cuestionar la belleza y, como se explicó, la desprende de la obra para colocarla en los ojos del espectador. Asimismo, discute quién decide qué es buen arte y qué no lo es, añadiendo que resulta imposible medirlo objetivamente. Aun así, los primeros artistas del impresionismo como Edgar Degas, Édouard Manet, Renoir o Claude Monet realizaron obras verdaderamente admirables.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo se fue distorsionando cada vez más dicho aspecto. La peligrosidad de aquella ideología es apreciable en esta época y solo hace falta asistir a alguna exposición de arte conceptual para comprobarlo. Cuestionar a tal punto el sentido de belleza ha tergiversado su propia naturaleza. Los relativistas se han enfocado tanto en extinguir la idea de que lo complejo es mejor, que los estándares universales han desaparecido. Las declaraciones vacías, aun sin ser entendidas, se han convertido en fuente de admiración de quienes todavía no saben bien qué admiran. Queda a criterio del buen espectador sopesar tamaña diferencia en la calidad artística.
Ayn Rand señalaba que “el arte de cualquier período de la cultura es un fiel reflejo de la filosofía de esa cultura”. Hoy en día, la calidad artística no importa, lo que predomina son las expresiones vacías y la simpleza de las declaraciones extravagantes. Las prioridades han cambiado, si antes se hablaba de belleza, trascendencia y clase, ahora se habla de todo lo contrario. Lo feo es bello y lo bello es feo. El significado no se encuentra más en la obra, sino en la idea que esta representa. Venden conceptos a precios multimillonarios y los disfrazan vulgarmente de arte. Lo peor es que la aceptación a este crimen cultural es festejado y aceptado por muchas personas. Como si fuese poco, ceden ante esta ridiculización inclusiva, consiguen también un disfraz indecoroso y van por ahí autoengañándose y engañando a sus allegados. Queda claro que a muchos no les importa injuriar años de historia, décadas de esfuerzo, siglos de técnica y milenios de arte, de buen arte.